Tras la discusión durante el desayuno y con
bastantes dudas sobre cómo proceder, se dispusieron a continuar sus
investigaciones durante la mañana.
Illesia se encontraba en un estado de
excitación y nerviosismo superior al de días anteriores. Era el gran día que
siempre había esperado. En él, sería comprometida con un acaudalado y poderoso noble
y sería presentada en sociedad y ante los poderosos del imperio como tal. Esa
unión también fortalecería la posición de su padre ante las vecinas familias rivales.
Una criada contratada por Eddrick la auxiliaba en los preparativos y su
acicalamiento para tal ocasión. Mientras tanto Rokatanski instaba al grupo con
su habitual y escueto -trabajo- entre
mordiscos a carne seca de dudosa procedencia.
Thomas fue el primero en marchar. Tenía
trabajo en las caballerizas donde estaban establecidas las tiendas de las casas
nobles. Al abrir la puerta, encontró un paquete de tela encordado junto con un
pergamino. Extrañado lo examinó. El tacto revelaba un objeto pequeño y alargado.
Sin más, lo desenvolvió y observó una daga de elaborada factura con un mango de
obsidiana. Lanzó un breve vistazo hacia la puerta mientras la introducía entre
su ropaje junto al pergamino, antes de emprender su camino hacia la Reikplatz. Al
llegar observó el frenético movimiento de criados y los gritos de los capataces
mientras preparaban el banquete. Gritos y órdenes que no tardarían en llegar a
sus oídos, junto con algunos insultos e imprecaciones sobre mover con más
presteza su maloliente trasero. Sus funciones se habían multiplicado desde el
día anterior aunque, como era habitual en él, desoía las más ingratas mientras
se dedicaba a recopilar información sobre los últimos días:
-El maestro de armas Walder Lhontern le ha
dicho a Renaldo Weister que si no aparece la señorita Illesia esta tarde, dará
aviso a la guardia sobre su desaparición. Parecía estar bastante preocupado- Escuchó que
comentaban entre sí dos criados con el blasón de la casa Steiguer.
-Para ser una familia venida a menos, parce no
importarles gastar el dinero en alojarse todos ellos en una posada. Supongo que
querrán aparentar ante todos que los Lugus aun son poderosos.- le dijo un mozo
de cuadras mientras cepillaba un enorme caballo de guerra. -Todo lo contrario que los Dannet, todos apretujados en el pabellón que
han montado.-
-¿Sabes? Mi señor va a participar en la gran
contienda. Es una especie de batalla en el que todo el mundo luchará contra
todos. Todo el que quiera participar podrá hacerlo, sin importar quien sea, no
existirá más jerarquía que la que otorguen las armas, solo habrá un vencedor y
ese será Lord Frank Acners, mi señor.- Le dijo orgulloso un escudero flacucho
que limpiaba una armadura.
En una de esas pausas, pidió a un criado que
le leyera el pergamino que portaba. Quizás fuera importante y no habérselo
mostrado a sus compañeros que sabían leer y se encontraban a escasos pasos
cuando lo encontró, empezaba a inquietarle. Sólo había escritas dos palabras,
Kiefer Heulenwolf.
El cultista estaba gravemente herido además de
engrilletado y amordazado. Las miradas de desprecio eran recíprocas y el
impulso de apalearlo constante aunque dominado. El polvo de piedra bruja estaba
a buen recaudo en un cofre de hierro. Gotthold se encargó de su custodia ante
la advertencia de Barak de no realizar ningún jueguecito que pudiera costarle
la vida al prisionero. La sonrisa maliciosa y el modo con que miraba al cultista
mientras utilizaba la punta de la daga para sacarse la mugre de las uñas, no le garantizaban para nada que
cumpliera sus órdenes.
-Voy
en busca de Torehbud, él sabrá cómo obtener información de este bastardo- Dijo Barak con
cara de asco mirando al prisionero.
-Te acompañaré.- Dijo Eddrick
contemplando su nuevo atuendo de batidor.
-Te lo he dicho cien veces, la palabra de un
sigmarita es liviana y cambia de dirección tan fácilmente como el viento. Esos
tres son muy extraños y además ¡son cazadores de brujas! Mañana a estas horas
podríamos estar ardiendo en una pira, tenlo presente enano. No me fio de los
sigmaritas, ¿y si se llevan a Illesia?- comenta preocupado Kiefer. –No digáis que no os advertí. Yo iré a
informar al Padre Ranulf. Que Ulric sea con vosotros.-
-Es la única pista que podemos seguir. Si
nosotros lo presionamos para que hable, seguramente morirá sin decir nada. No
podemos hacer otra cosa que confiar en ellos. Hasta ahora no han hecho nada
para demostrar lo contrario.- respondió el enano mientras vaciaba su
mochila y se dirigía a su mercenario.
-Como
ordene el patrón.- contesta despreocupado mientras comprueba el filo de su daga.
-Muchacho, aquí tienes la armadura que querías.- Dijo mientras le entregaba la cota de malla con mangas
que anteriormente portaba Eddrick. –Aunque
habrá que ajustarla bien a tu cuerpo-. Observó. -Tómala como pago anticipado por tus
servicios durante dos tercios de año. Las monedas llegarán con tu parte del botín-.
Después
de tener que oír otra retahíla de motivos de desconfianza de Kiefer hacia los
sigmaritas, Barak y Eddrick se dirigieron al templo de Sigmar con la esperanza
de encontrar al esquivo Wilfred Torehbud.
En el camino Barak pasó a recoger Tobías, el
criado que había contratado el día anterior. Les acompañó parte del trayecto
mientras el enano le encargaba compras y encargos. Era buena hora y los comercios comenzaban a abrir.
Encargaron algunos animales, quesos y verduras además de parar en un maestro
cervecero, donde reservó un buen barril de cerveza tradicional.
El
tullido no tenía la más mínima intención de beber agua ni comer salchichas o
empanadas en esa ciudad. También se detuvieron con algún artesano carretero
para consultar tarifas. Conforme se adentraban en la ciudad la actividad iba en
aumento. Al llegar a las afueras del templo observaron sorprendidos una larga fila de personas
aguardando su turno para poder acceder al interior.
Tras
detenerse unos segundos en la fila, el enano le indicó con un gesto de la
cabeza el camino a seguir a Eddrick e inició su marcha apartando a la gente
entre murmullos y cara de pocos amigos, sin prestar atención a las quejas de
los fieles. Cerca de la puerta los increpó un guardia. Barak le respondió bruscamente
que no iban a rezar, simplemente querían hablar con los cazadores de
brujas. El pasmado guardia les indicó
que se encontraban en un edificio anexo al templo, aunque dudaba que les
recibieran. Y casi mejor que fuera así, pensó, muchos entraban y pocos salían,
por lo menos por su pie.
En
la puerta fueron detenidos por el guardia. Tras presentarse, explicaron el
motivo de su visita. Eddrick consiguió simpatizar con el extrañado guardia que
les indicó que Wilfred Torehbud así como Jack Harnhess, su aprendiz, y Julian Tennan, su hermano de armas,
llevaban varios días sin aparecer. Esto era habitual en ellos, pues dormían en
posadas y solían frecuentar varias tabernas que amablemente les indicó. El
hombre era bastante lenguaraz y bajando
la voz también les comentó que eran bastante autónomos y que se autodenominaban
la Ordus Fidelis y respondían directamente ante el Alto Capitular, Werner
Stolz.
Barak
y Eddrick se separaron con la esperanza de encontrarlos en las posadas que
frecuentaban y llevarlos a casa ante el cultista.
Kiefer
mientras tanto se dirigió hasta el templo de Ulric, donde pidió ser recibido
por el padre Ranulf. Le informó que interceptaron y tenían en su poder a un
cultista, con una mano púrpura tatuada.
-Deberías haber
oído de ellos sacerdote.- contestó el enojado Padre Ranulf. Tras meditar unos
instantes su cara pasó del enfado a la preocupación. -Hace años un culto del Caos intentó asesinar a nuestro querido Graf
Heinrich Todbringer en Middenheim. Se hacían llamar la Mano Purpura, fueron
descubiertos y eliminados por unos extranjeros. Deberían estar todos muertos.
Si es como dices, puede que sea más grave de lo que creíamos.-comentó
preocupado el sacerdote de más edad.
-Cuando lo
encontramos se disponía a echar polvo de piedra bruja en uno de los pozos de la
ciudad. Puede que eso fuese la causa del lamentable suceso de ayer.- añadió Kiefer.
-Sigue esa pista
hasta el final. Mientras tanto intentaremos encontrar una posible cura a ese
veneno. Cuando tengas algo concluyente vuelve a hablar conmigo. Me comunicaré
con el Sumo Sacerdote Adjunto para ir previniendo a la ciudad. Que Ulric guie
tus pasos.- Se
despidió el Padre Ranulf.
-Que así sea.-
Antes de partir, Kiefer hizo acopio de
ingredientes útiles para sus plegarias a Ulric.
Tras
cumplir con sus obligaciones, emprendió el camino de regreso, acompañado por la
febril actividad en la ciudad. Era un lugar decadente a sus ojos y sin duda a
los de su dios. La enormidad y opulencia de algunos edificios le incomodaban.
Al observar uno de estos palacios, le pareció ver una pequeña sombra en un
edificio lejano. Al fijarse con atención, descubrió a un encapuchado ser de
hocico prominente con una cicatriz en forma de estrella en un ojo. Pudo sentir
cómo clavaba su mirada en él al ser observado, antes de desaparecer.
Eddrick
tras separarse de su amigo Barak se
encaminó hacia la posada “El Árbol Verde”. Entró en la posada donde aún
no había muchos clientes y se acercó hasta la barra.
-Un jugo de frutas, amigo.- Mientras le servían lanzó una suave crítica a los
despilfarros del Emperador en los tiempos que corrían y le preguntó al posadero
por Wilfred Torehbud.
-Hace un par de días que no pasa por aquí.- respondió el
tabernero que le dio la espalda y se fue, sin ganas de conversación.
Había otros parroquianos con la lengua más
suelta y con unas copas de más la conversación fluía mejor.
-No sé si fue la cerveza o el vino, lo cierto es que la
cabeza me dolía una barbaridad y esa
noche, apenas si recordaba el camino de vuelta a casa. Pero de lo que si estoy
seguro es de lo que vi con mis ojos,... bueno con mi ojo-
balbuceó un borracho con hablar gangoso, mientras sacaba una bola de crista de
la cuenca del ojo derecho y la mostraba a Eddrick.- el otro lo perdí en un mal lance con un chaval avispado, eso sí, él se
llevo la peor parte, y yo un ojo de cristal de por vida, en fin, Morr tendrá
que esperar aún más tiempo para que le acompañe a su reino.... bueno a lo que
iba, pues esa noche, en el muelle, cerca del callejón del pescado, vi una
sombra y la curiosidad me pudo, la bronca que me echó mi amigo Frau Wistlet,
que Morr lo tenga en su gloria, no fue suficiente impedimento para no acercarme...
pues bien, casi preferiría no haberme acercado... su cara estaba completamente
desfigurada, un reguero de sangre discurría hasta formar un charco de intenso
rojo carmesí que acababa de pisar sin darme cuenta... salí corriendo... No paré
de correr hasta que dejé de escuchar sus alaridos. Solo recuerdo un símbolo,
era como un triángulo..... Creo.....No, no, estoy seguro.-
Barak por su parte se dirigió hacia “La Trucha
Dorada”, donde sólo escuchó rumores sobre escasez en los víveres que debían
llegar del sur, de rebaños que pasaban hambre, de maestres que no entregaban el
diezmo y algo sobre la lucha por el poder entre dos teogonistas. Pero de
Wilfred nada. En el camino de regreso pasó por la calle de las mil tabernas. Su
nombre era bien merecido y a la vista de los numerosísimos establecimientos,
optó por encaminarse directamente a casa sin perder más tiempo.
Al
medio día ya estaban nuevamente reunidos en casa. Tobías ya había dispuesto los
víveres y entró rodando un enorme barril de cuarenta litros, ante la satisfecha
mirada de su patrón enano, que no tardó en servirse una sabrosa cerveza.
Estaban contándose las pocas nuevas obtenidas cuando llegó Thomas.
-Esto es para
ti, creo.- Dijo el joven mientras le entregaba a Kiefer la
daga y la nota.
-¿Quién te lo ha
dado?- preguntó Kiefer.
-Lo encontré
esta mañana cuando me iba a trabajar. Estaba en la puerta de la casa.-
contestó despreocupado.
-¿Lo encontraste
esta mañana y no se te ocurre dárnoslo antes, cabeza de chorlito?- bramó
Barak en uno de sus habituales ataques de furia. -¿Qué tienes en lugar de sesos, serrín? ¡Podría ser importante imbécil!
-Estabais tan
enfrascados en vuestra discusión que no quise interrumpir. No era mi intención
hacerte enfadar.-
-¡Maldito crio,
eres…!-
-Déjalo, es solo
un niño.- intentó apaciguar Eddrick.
-Tranquilo
Barak, la nota no dice nada.- continuó Kiefer
-¡Tranquilo!
¡Tranquilo dices! ¿Acaso sabes tú quien ha dejado eso ahí? ¡Podría ser la Daga
de Yul K’chaum y este idiota paseándose por
Altdorf como si nada!- gritó el enano con la cara roja por
la rabia contenida.
-Esta daga no
tiene la empuñadura con forma de calavera con tres ojos que describía el
documento. Ésta es de obsidiana. Puede que la hayan
dejado aquí los cazadores de brujas. Son los únicos que saben dónde nos
alojamos, aunque la nota solo pone mi nombre y la letra no coincide con
la nota que le dieron a Gotthold hace unos días.- Las
palabras de Kiefer calmaron un poco al enano.
-Si no son
ellos, alguien sabe que estamos aquí y nos vigila. Debemos estar atentos.-
comentó cansado Barak.
Illesia los observaba sin comprender el porqué
de sus continuos enfados y discusiones. Ya estaba preparada para salir. Su
limpia y olorosa piel, junto con el vestido y el peinado le hacía parecer lo
que era, una bellísima doncella imperial, eso sí rodeada de mugrientos
aventureros. Ni su comportamiento ni su actitud revelaban que estuviera
resentida con ellos. Más incluso, no parecía recordar nada de lo sucedido con
Gotthold en Delzberg ni las discusiones
sobre su destino en las que siempre estuvo presente.
Rockatanski estaba junto a ella y se disponían
a salir de casa cuando Barak se interpuso en la puerta pidiendo un poco de
paciencia. Al no haber encontrado a los cazadores de brujas para que pudieran
esclarecer lo que estaba pasando respecto a Illesia y no haber vuelto a ver el
demonio desde que pernoctaron en el templo de Ulric, no tenía ninguna razón
objetiva para impedirles su camino. Que Kiefer le dijera que al pisar el suelo
sagrado el demonio podía haber sido expulsado tampoco le tranquilizaba.
Algo no encajaba, pero si todos los demás estaban de acuerdo él no
impediría que Rokatanski entregara a la chica, cumplirían de una maldita vez su
contrato como lo obligaba la palabra que había dado y, por qué no, cobraría su
querido y ansiado oro.
Al
despedirse, Eddrick le pidió a Gotthold el parche de los clérigos de Sigmar.
Durante
el trayecto hacia la Reiksplatz se dispusieron alrededor de Illesia a modo de barrera,
cruzando miradas inquisitivas hacia todo aquel que les resultara sospechoso. La
llegada a la zona donde se disponían los pabellones provocó un revuelo
acompañado de gritos y expresiones de alivio al reconocer a su señora. La
primera en acercarse y abrazarla fue Reinalda Weister, su doncella personal, a la que
presentó Rockatanski. Barak no le quitaba ojo a la noble mientras hablaba con
la gente que poco a poco acudían a presentarle sus respetos, buscando
expresiones incriminatorias hacia ellos. No observó nada de eso, tampoco la
explicación que la joven daba al motivo de su retraso era veraz.
Tras saludar a algunos compañeros de armas, el
ogro sacó el cofre que portaba desde su primer encuentro, sacando las
doscientas coronas prometidas por su patrón.
-¿Tocamos
a cincuenta coronas por barba, no?- Preguntó Thomas que miraba alegremente
la bolsa.
–Te equivocas muchacho- respondió el enano cogiendo ávidamente la bolsa con las
monedas con su única mano. –Cuando
hicimos el trato sólo estábamos Kiefer, Eddrick y yo, y nosotros seremos los
que cobraremos las cinco docenas y media de coronas que nos corresponden. Yo me
he encargado de pagar al norlandés. No sé a qué trato llegaste tú, aunque has
cobrado tu parte del botín que hemos conseguido.- finiquitó el enano
mientras contaba las monedas y no percibía la furibunda mirada del cazarratas. –Además, tú aun no tienes barba.-
Cuando
se preparaban para marchar, Illesia los detuvo diciéndoles que eran sus
invitados y debían acudir al banquete, ya que gracias a ellos se encontraba
allí. Su sorprendida doncella tardó unos instantes en reaccionar antes de
indicarles que aquellos que lo desearan tendrían ropas adecuadas para tal
evento, con el blasón de la casa. Kiefer y Barak recusaron el ofrecimiento,
mientras que Eddrick y Thomas fueron acompañados hasta un sastre para tomarles
medidas. El rostro del joven mostraba satisfacción por lo que sucedía. Podía
tolerar perfectamente el cambio que estaba dando su vida.
Le
obsequiaban con ropa de buena calidad, tenía una buena bolsa de monedas (aunque
del último reparto no recibió parte alguna) y las perspectivas de futuro aunque
peligrosas también parecían lucrativas. Su vida como cazarratas quedaba atrás.
Aún era muy joven y aprovecharía sus aptitudes para otros fines más rentables.
El pinchazo de un alfiler en la entrepierna le sacó de su ensimismamiento,
aunque no perdió la sonrisa al reprender al sastre.
Los
preparativos para el banquete estaban casi acabados cuando comenzó la procesión
de nobles que empezaban a tomar asiento en la extensa mesa dispuesta para tal
fin. La principal tenía una longitud de
cientos de metros a través de la Reiksplatz y llegaba hasta la escalinata del
palacio imperial donde se encontraba el trono que la presidiría.
El espectáculo era increíble. Músicos, bufones
y artistas procedentes de todos los rincones del imperio amenizaban el
encuentro. Juglares narraban y ensalzaban las hazañas de héroes y regimientos,
mientras que otros adulaban a las jóvenes doncellas al pasar ante ellos.
El grupo se sentó a la mesa mientras Walder Lhontern, el maestro de armas
de la casa Steiger y persona que les contrató, les informó sobre las
personalidades que acudían al evento. También les anunció que el señor Anders
Steiger (padre de Illesia) no aparecería, como ellos ya sabían.
Cuando
estaban todos los nobles menores acomodados, aparecieron los barones, Condes
Electores y las altas jerarquías eclesiásticas, incluidos el Gran Teogonista
Volkmar y el sumo sacerdote Ar Ulric. Con la aparición entre fanfarrias del
emperador Karl Franz comenzaron los actos.
Comida y bebida en cantidades ingentes se
acumulaban frente a ellos ante su desconfianza. No probaron los manjares que se
les presentaban, ante la incrédula mirada de sus compañeros de banco. En lugar
de eso, se dedicaron a vigilar las relaciones entre nobles, gestos y cualquier
peligro que pudiera presentarse, como marcas distintivas en los sirvientes o
movimientos sospechosos en los edificios circundantes.
El heraldo del emperador fue nombrando en
orden jerárquico a las distintas casas y cargos allí presentes. A Illesia se le
escapó un gritito nervioso al oír la presentación de la condesa electora de
Nuln, Emmanuel von Liebisch, que iba acompañada el orondo erario de Nuln, Reuben Kuhn III, su futuro prometido.
La casa
Steiger fue anunciada con Illesia como representante. No ocurrió lo mismo con
las casas Dannett y Lugus y la ira comenzaba a aflorar en alguno de ellos.
Ajenos al ambiente solemne del protocolo, el
grupo de halflings representantes de La Asamblea animaban el ambiente entre
ruidosas y obscenas canciones, risas, juegos infantiles, y excesos de comida y
alcohol con sus correspondientes y abundantes vómitos. Algunos miembros de las órdenes de caballería hubieran cargado gustosamente
contra ellos, acabando con su insolencia y falta de respeto hacia el emperador.
Cuando las
presentaciones acabaron, comenzaron los anuncios de compromisos matrimoniales y
alianzas entre distintas dinastías. Así llegó el turno de Reuben Kuhn II, que
se acercó a una nerviosa Illesia, se arrodilló ante ella tomándola de la mano e
hizo público su compromiso con la heredera Steiger. La joven era la viva
expresión de la dicha.
También fueron anunciados los compromisos entre
Marita Lugus y Langley Wood ante la atenta mirada de sus hermanos, Orton y del
primogénito y heredero Naton Lugus. Entre todos los anuncios, pudieron
presenciar el continuo baile de visitas entre casas y clanes. En él los nobles
no intervenían por protocolo, eran sus secretarios y ayudantes quienes
realizaban tratos, pactos y alianzas, sobornando ocasionalmente a criados para
entregar mensajes discretamente u obtener información.
Barak se fijó en el Alto capitular Werner Stolz
cuando éste fue anunciado. Cuando vio que se levantaba, aprovechó la
oportunidad de ponerse frente a él. Bajando la voz, le dijo rápidamente que
necesitaba contactar con Wilfred Torhbud para tratar temas referentes a la mano
púrpura. El estupefacto clérigo aproximó su cara a la del enano, susurrándole
que le visitara al día siguiente en su despacho. Al apartarse, extendió su mano
presentándose.
Eddrick no hacía más que salir al exterior de la carpa para poder
vigilar mejor los edificios adyacentes. Estaba inquieto por la posible
presencia de cultistas infiltrados y más tras descubrir pistas de skavens en la
ciudad. En un tejado próximo al palacio imperial, observó a una figura
encapuchada con un hocico prominente y una cicatriz en la cara. Cuando quiso
dar aviso a Kiefer, la figura había desaparecido.
Kiefer
intentó aproximarse para dialogar brevemente con el sumo sacerdote Ar Ulric,
aunque sin éxito. Volviendo a la mesa se cruzó con Thomas que le entregó su
parche. Al sentarse y ponérselo, sufrió el repentino recuerdo de un
acontecimiento olvidado. Fue el día en que llegaron a la ciudad y se dirigían
al templo de Ulric. En ese trayecto apareció uno de los seres del silencio. Cuando Gotthold lo vio, se abalanzó hacia él
cortándole el cuello. En ese momento Illesia gritó y comenzó a convulsionar.
Después todos lo olvidaron. Hasta éste preciso momento. Un sudoroso Kiefer sacó
su material de escritura y en un pergamino comenzó a escribir todos estos
sucesos y los relacionados con el silencio, para así poder recordarlos cuando
se quitara el parche.
Thomas, antes de levantarse, advirtió con una
sonrisa en la cara a sus hambrientos compañeros que no probaran el vino.
Eddrick se le acercó sigiloso
- ¿Que
no probemos el vino?- Dijo
Eddrick disimuladamente. -¿De qué estás
hablando?-
- Voy
a echar jugo de mandrágora en las bebidas.- Respondió Thomas con los ojos brillantes por el alcohol. -Así todos los invitados se quedarán
tranquilos y relajados, y si sufrimos un ataque de los Skavens, no cundirá el
pánico.-
Kiefer que se había acercado por la espalda al
ver como Eddrick sujetaba con firmeza la suave pieza de tela que cubría los
hombros de Thomas (obsequio de los Steiger).
-Eso
es Thomas,-señaló
irónico el iniciado -si nos atacan los
Skavens mejor que los campeones de la capital de imperio estén apáticos y en letargo.
¡Ni se te ocurra, Thomas!- advirtió
finalmente Kiefer.
-Una
buena idea Thomas, pero quizás para otra ocasión. Avísanos antes de tomar estas
decisiones.- Añadió
Eddrick dándole unas palmaditas en el hombro al jovenzuelo.
Reprendido se dirigió hacia el desierto pabellón
de los Dannett con la intención de encontrar alguna prueba incriminatoria
contra ellos. En un escritorio había numerosos papeles. De poco le valdrían
hasta que no aprendiera a leer, así que se dedicó a hurgar algunos bolsillos
consiguiendo algunas monedas como recompensa.
Los Condes Electores así como otras
personalidades influyentes, hicieron acto de presencia y se retiraron. El
emperador en cambio tendría que aguantar por protocolo la mayor parte de la
celebración.
Al observar que también se retiraba Werner Stolz,
Barak se hartó. Ayunar era una cosa. Otra bien distinta era ignorar la cantidad
de excelente cerveza que había disponible.
Se levantó y se dirigió hacia un grupo de enanos
allí reunidos. Se presentó y mientras charlaban animadamente hizo una cata a
varios barriles disponibles. Su sorpresa fue cuando vio a un sirviente que
portaba un barrilete de Bugman XXXXXX. Tras llamar su atención, le entregó una
moneda para que le proporcionara uno entero. El rico grupo de enanos comprendió
sus orígenes humildes al presenciar la ceremonia con que lo abría. Brindó a la
salud de su padre, que había muerto sin llegar a probarla. Su sabor y potencia
eran increíbles y no tardó en comprobar sus efectos. El miedo no existía, y su
determinación era absoluta, así como su
lengua comenzaba a trabársele. El
ruidoso grupo de enanos brindó y rió en el bautismo de un feliz Barak. Hacía
demasiado tiempo no se juntaba con sus hermanos de raza. Allí tomó confianza
con Dalbram Fellhammer, un conocido forjador de armaduras de la ciudad.
Transcurría
el banquete de esta manera cuando se oyeron gritos y el ruido de cacharros al
caer de una mesa volcada. Era la mesa de los Dannett y un chaval de unos
catorce años rojo por la ira se expresaba a viva voz:
-¡Honor! ¿Alguno de los nobles
caballeros aquí presentes sabe lo que es el honor?-
grita con voz chillona. –Han matado a mi
gente, han arrasado mis tierras y los culpables se sientan bajo este techo.
¡Reclamo la justicia del emperador! La casa Steiguer es culpable y exijo una
compensación.-
-¡Eso es falso! No decís más que
falacias.- contesta Walder Lhontern, maestro de armas de la
casa Steiguer, poniéndose en pie y mirando al grupo de aventureros que contrató
buscando un poco de ayuda.
Al oír estas duras acusaciones y viendo como los ánimos de las dos
casas se calentaban, el senescal del emperador mandó sin éxito guardar silencio
al mismo tiempo que la guardia empezaba a rodear a las dos casas como
prevención de males mayores.
-¡¡Mientes niño!!-
Grita un ebrio y desbocado Barak acercándose con
cortas pero rapidísimas zancadas hacia Adham Dannett -La casa Steiguer es inocente de esos
crímenes.- vocifera Barak que sale en defensa del maestro de armas. -Harmish Flores, un mercenario que
encontramos por el camino imperial nos contó que Clayton Alchei, apodado el
caballero zorro, los contrató a él y unos cuantos más para hacerse pasar por
Steiguer y arrasar cuanto hubiera a su paso, dijo que a éste le pagaba el señor
Dannet.-
-¿Quién puede confiar
en la palabra de un Steiger? ¿Acaso tenéis pruebas de lo que decís?- Respondió el iracundo joven.
-No soy ningún Steiger- vociferó el enano, -la
prueba murió, pero no será un maldito crio quien ponga en duda la palabra de un
enano- bramó Barak mientras se acercaba peligrosamente al noble.
-Le exijo al Emperador
que se reponga el daño causado a la casa Dannett.-
-¡Tu! ¿Le exiges al
Emperador, niño?- sonríe Barak.
Adham Dannet se arrodilló ante el emperador pidiendo su perdón
para posteriormente exigirle la justicia de las armas ante esta situación.
-¡Exijo un duelo!- Chilló el chaval.
-¿Serás tú quien
defienda el honor de tu casa?- Preguntó
con desdén el enano a escasos metros del noble.
Los guardaespaldas de Ruben Piper ya estaban preparados para
recibirle cuando la guardia se interpuso entre ambos, mientras el senescal
apaciguaba los ánimos. El senescal pidió alguna prueba que aclarara esta
incómoda situación. Walder Lhontern los interrogaba
con la mirada esperando que alguno se pronunciara. Ante el silencio de ambas
partes, se decretó que al alba del día siguiente las armas dictarían sentencia
a las acusaciones allí vertidas. Rokatanski se ofreció a Walder como defensor
de la casa, gesto que el hombre de armas agradeció sinceramente.
Adham Dannett se reunió junto a Ruben Piper, a su
maestro de armas Edan Ward y a los hijos de éste, Durgan, Fearghul y Marca. Los
tres guardaespaldas del rico mercader los escoltaron mientras se retiraban a su
pabellón. Barak, aun iracundo, volvió junto al
grupo de enanos para acabar con el barrilete que tenía empezado. Tras la quinta
pinta de la poderosa cerveza cayó dormido sobre su vómito, hasta que unas dos
horas más tarde le despertaron sus compañeros.
Eddrick se alejó del festín mientras Barak
reposaba su borrachera sobre su propio vómito. Los altos representantes de las más prestigiosas órdenes civiles
y religiosas, y las cabezas de las poderosas casas nobles de la capital, tras
la retirada del emperador, poco a poco abandonaron el lugar del festín. En los
alrededores se aglutinaron pobres, hambrientos, mendigos y los familiares de
los sirvientes, esperando ansiosos y agradecidos poder disputarse los restos de
la fiesta, migajas que servirían para alimentar a la población de toda la
capital durante un día entero.
El batidor buscó un sitio poco iluminado para
quitarse las suaves ropas que le habían cedido los Steiguer para pasar
desapercibido en el banquete y se echó por encima su nueva capa. La oscuridad
de la tela le daba confianza, sus años de moverse por el bosque sin hacer ruido
le permitieron acercarse a los aposentos de los Dannett sin ser descubierto.
Oculto entre sombras puede oír lo que ocurre
en el interior. Las voces que se oyen se entienden desde fuera. Piper, el
promotor de las reclamaciones de los Dannett habla cautelosamente con Adam
Dannett.
-En previsión de este juicio por combate, en cuanto
llegamos a Altdorf, contraté los servicios del mejor campeón judicial…-
-Yo defenderé el honor de mi casa.- Le interrumpe enojado Adam con la voz pastosa por la
bebida.
-Piénsalo bien-
continua Piper -no debes correr riesgos.-
-Yo con mis propias manos defenderé el honor de mi casa- sentencia pausadamente el joven Dannett.
Poco después las arcadas por la ingesta
abusiva de alcohol le vencen y vomita estruendosamente
-No cederá- Dice
una tercera voz.
-Mañana lo hará- responde firme Piper.
Kiefer
acompañó al borracho Barak a casa, que tras un brevísimo saludo a Gotthold,
comenzó a roncar estruendosamente.
El sectario había sufrido el aburrimiento del
norlandes. Tras saludar a los recién llegados, le propinó, como si fuera un
automatismo, una dulce patada en su estómago.
-Ulricano, mira lo que tenía el
mierda éste-, dijo mientras le mostraba un pequeño papel
arrugado. -Parece un mapa-.
Tras
observarlo y no conseguir descifrarlo, se dirigió a Thomas para pedirle que
localizase ese lugar en la ciudad. Debía tratarse de su maldita madriguera.
Satisfecho
con la pista conseguida, le dijo a Gotthold que se divirtiera, si así lo
deseaba, un poco con el cultista. La sádica tendencia del norlandés así se lo
hacía creer. Quizás pudieran conseguir más información, pero empezaba a
asquearle compartir techo con ese ser. Si moría, tanto mejor. Aún no era la
hora bruja y se encaminó a vigilar otros pozos en la ciudad mientras los demás
descansaban.
El
cuarto día desde su llegada a la ciudad se levantaron antes del amanecer. Tras
desayunar de los víveres traídos por Tobías, emprendieron su marcha a la Reiksplatz, donde el ogro defendería el honor
de su casa de adopción. No les acompañó el enano, que marchó a tratar otros
asuntos.
A
su llegada, pudieron observar de nuevo el bullicio de los preparativos para ese
día. Walder Lhontern les aguardaba
impaciente. Tras saludar amistosamente al ogro, le entregó una enorme cota de
malla. –Es lo menos que puedo brindarte por
el gesto que vas a realizar- manifestó.
Una muchedumbre aguardaba la resolución del
conflicto. Nada le gustaba más al pueblo, que presenciar un poco de sangre y
vísceras para comenzar el día.
El heraldo del emperador anunció las
acusaciones y su resolución por un juicio de armas. Los defensores de la causa
serían Rokatanski por la casa Steiger y Adam Dannett por la suya.
Los contrincantes se situaron uno frente al
otro. Por un lado el ogro. Su enorme figura habitualmente semidesnuda, ahora
deslumbraba al público con una pulcra cota de mallas que cubría su voluminoso cuerpo. En su mano
portaba un hacha que a un humano le costaría mover con sus dos brazos y el
manejaba con soltura con una sola. Su contrincante era Adam
Dannett. El heredero, a pesar de su corta edad y del terrible adversario que le
aguardaba, estaba decidido a defender personalmente el honor de su familia. Esa
noble actitud no se ajustaba a encargar asesinar a su propia gente y así poder
inculpar a otros. Vestía una armadura completa de placas y portaba una lanza de
caballería y un buen escudo e iba montado sobre un espléndido destrero, un
caballo de guerra acostumbrado a moverse entre el olor de la sangre y de la
muerte. El caballo piafó tenso, sabedor que la acción comenzaría pronto.
Al dar
el senescal la señal, el caballo tras encabritarse inició la carga mientras el
ogro afianzaba sus pies en el suelo a la espera del envite. Cuando se
encontraba a dos cuerpos de distancia, el ogro lanzó su temible rugido, que
hubiera hecho recular a cualquier otra montura, pero el caballo del joven
Dannett estaba preparado para la guerra. Aun así se encabritó ligeramente e
hizo fallar en su primera carga al joven, que al tratar de dominarlo propició
que Rokatanski lanzara pesados tajos contra él y su montura, mientras se
alejaban para volver a embestir. La siguiente lanzada no acertó en el enorme
blanco que se le ofrecía y el ogro consiguió dar un par de golpes más pero sin
herir de gravedad a su oponente, que se alejaba nuevamente.
La tercera carga impactó brutalmente. Fue un
golpe seco que hizo que el público enmudeciera, la madera astillándose, el
tintineo de los anillos de la cota de mallas del ogro mientras caían al suelo,
el sonido de la lanza mientras atravesaba la carne, fue perfectamente audible
por todos. La lanza de caballería se partió en dos tras penetrar la armadura de
Rokatanski y atravesarle de parte a parte, sobresaliendo el asta quebrada por
el otro lado.
El golpe fue terrible, la sangre brotaba de
la herida a borbotones como si de un manantial se tratara, pero a pesar de todo
no fue suficiente para derribar a Rokatanski que seguía en pie. Tras el impacto,
el jinete no consiguió mantenerse a lomos de su montura y cayó al suelo con
estrépito, mientras el tambaleante ogro se acercaba a su rival con el hacha
levantada. El golpe y el grito que le acompañó fueron atroces. El joven Dannett
no volvería a levantarse.
El combate había acabado y el ganador era
Rokatanski.
El cirujano encargado del combate, tras
comprobar el estado del joven Dannett certificó su muerte. Al despojarle de la
armadura y tras examinarle con más detenimiento, afirmó que el heredero
de los Dannett no había muerto por la gravedad de las heridas del combate. Los
moratones de su garganta, el color de sus labios y el olor de su boca eran
signos de haber sido envenenado. Gritos de indignación crecieron entre los
miembros de la familia. Sin embargo el senescal los acalló al dictaminar el
final del juicio por combate y la evidencia del resultado a favor de la casa
Steiger. Señalando al vencedor que, aunque a punto de desfallecer se mantenía
en pié, se escucharon vítores en su honor.
Tras esto, anunció el comienzo del gran
combate que tendría lugar en ese día. El público gritó de júbilo deseoso de ver
enfrentados a plebeyos contra nobles y a mercenarios contra soldados, todos en
iguales condiciones durante dos días.
Todos
acudieron a felicitar al ogro, que se encontraba sentado en el suelo con una
mano sobre su perforado abdomen. Con la ayuda del barbero cirujano, Kiefer
logró sacar el asta sin ocasionarle más heridas y le aplicó un emplaste
curativo, que valía su peso en oro, antes de vendarle. La cura fue efectiva y
Rockatanski se incorporó tras agradecérselo.
Marcharon
de allí tras despedirse de Illesia, especialmente Eddrick, que tras darle la
enhorabuena y sus mejores deseos, le prometió ir visitarla a Nuln. Ella,
agradecida y a petición del batidor, le escribió una invitación en un
pergamino.
Mientras
tanto, Barak se dirigió a entrevistarse con Walter Stolz en el cuartel de la
orden de templarios de Sigmar. No tuvo problemas para franquear la entrada ni en
ser conducido ante él. Tras recibirle, le comunicó que tenía prisa por lo que
su encuentro sería breve.
-Tengo urgencia en contactar con
Wilfred Torhbud y poder continuar investigando al culto de la mano púrpura que
hemos descubierto- le comunicó Barak.
-Wilfred fue enviado a investigar a
unos cultistas de Tzeentch y conociendo lo meticuloso que es, a pesar de ser
sureño, hasta que no tenga algo no volverá-, explicó el
clérigo.
-Debo encontrarle-
insistió el enano, - Según tengo
entendido, responde ante usted. Si es un templario dormirá aquí, ¿no? -.
-Digamos que es un poco especial.
Más que ser un tradicional templario de Sigmar, él trabaja para el templo, con
su estilo personal. Incluso tiene si propio grupo, que denomina la Ordus Fidelis-
reveló el sigmarita.
-Mire señor, tengo un cultista en
mi casa. Si lo torturo para sacarle información quizás me lo cargue antes de
tiempo. ¿Qué quiere que haga? ¿Qué hago con el polvo de piedra bruja?-
Interpeló Barak.
-Si no han hecho nada quizás hayáis
conseguido evitar el peligro- dijo Wilfred intentando calmar al enano.
-Me perdonará que lo ponga en duda.
Recuerde que es su imperio el que corre peligro-,
aseveró el tullido.- ¿Se lo traigo aquí o
me acompaña un torturador para hacerlo hablar?
-Le he dicho que Wilfred no
aparecería hasta finalizar su trabajo. No que no pueda localizarle.-
Respondió levemente indignado el alto cargo.
-En ese caso prefiero tratar con
él. Le agradezco que le haga saber que le buscamos. Él sabrá como localizarnos.-
Tras
abandonar el edificio, Barak se dirigió hacia los talleres de Dalbram Fellhammer,
con quien marcó una cita el día anterior. Allí le recibió y le mostró las
espectaculares instalaciones donde trabajaban cientos de ayudantes y
aprendices, quienes bajo su supervisión, creaban armas y armaduras de excelente
calidad. Tras la visita guiada, entraron en su despacho donde conversaron con
calma.
El
día anterior durante el banquete habían charlado sobre la batalla sufrida en la
Fauschlag, la precaria situación en que se encontraba Middenheim y la desaparición
de los miembros de la Excelentísima orden de herreros de Middenheim y del
maestro de las runas de la misma. En esta ocasión le explicó que tenía el
propósito de volver a levantar dicha orden, de la que era el
último representante y salvaguarda de los conocimientos ancestrales de su
pueblo.
-Por ello, me he puesto en camino
para conseguir fondos para realizar esta empresa, al mismo tiempo que lucho
junto a mis compañeros contra los siervos del caos que todavía asolan estas
tierras donde vivimos- enunció Barak. -Le propongo una alianza entre nosotros,
nuestras forjas y ciudades de residencia, con lo que podríamos prosperar tanto
en riquezas como en conocimientos. Necesito una provisión de materiales de
primera calidad, herramientas y un ayudante hábil, especialista en la forja de
armaduras, especialmente la malla, ya que con la mano que me falta me resultará
dificultoso-. Tras una pequeña pausa en la que observó la reacción de su
interlocutor, finalizó, -No poseo todavía
el montante necesario para todo esto, por lo que solicito su
colaboración. Como aval cuenta con mi palabra y mi trabajo. Aparte de esto,
también sabe que contaré con el agradecimiento del rey Alrik de Karak Him-.
Dicho esto, sacó de una rica tela los tres fragmentos del martillo rúnico de
piedra, que portaba desde el túmulo. -Mi
camino me llevará presumiblemente hasta Talabheim antes de poder arribar a
Middenheim. Por ello le pido que custodie los fragmentos del martillo hasta que
pueda emprender el camino del sur y honrar a nuestro pueblo-. Finalizó,
aguardando la respuesta del noble herrero.
Dalbram
escuchó interesado el relato, aunque hizo un gesto de desilusión. -La comunidad de enanos en esta ciudad llega
apenas a los 1200 individuos y pocos parecen dispuestos a seguir las
tradiciones de nuestro pueblo, ya que prefieren otros menesteres más... como
diría... imperiales-. Inició el herrero. -Me congratula tu determinación en ser fiel guardián de las técnicas
y tradiciones de la Fauschlag aunque lo que pretendes te llevará mucho tiempo y
un gran coste. En las minas de las Montañas Grises o, ya que está dispuesto a
encaminarte a la Montañas Negras, en Karak Hirn, podrías conseguir gran
cantidad de buen mineral. El que poseo debo utilizarlo en trabajos ya encargados-,
prosiguió el artesano. -Podría entregarte
un juego de herramientas, pero viendo tu estado, para el buen trabajo no son
necesarias las mejores herramientas sino unos brazos fuertes que las manejen...
así que a cambio de la promesa de llevarle mis respetos al rey Alrik
Ranulfsson, te fabricaré una mano de veterano digna, aunque tardaré 5 días en
acabarla-. Tras dar un largo trago a la cerveza, concluyó, -en cuanto al deseo de tener un aprendiz
bajo tu tutela-, dijo sonriendo, -aún
debes de aprender mucho hasta tener a alguien a tu cargo. Queda todavía tiempo
por delante hasta que ese paso sea necesario. Primero debes dominar las
técnicas más avanzadas del fundido y la forja-, dijo mientras cogía de una
estantería un libro escrito en Khazalid que le entregó. Tras volver a sentarse a la mesa continuó, -El martillo estará a buen recaudo entre
estas murallas, pero no demores tu tarea. Hay un largo camino hasta las
Montañas Negras. El rey Alrik se mostrará complacido cuando vuelva a poseer los
restos de su antepasado y pueda borrar un agravio del Kron de su Karak-.
Barak
escuchó con atención el consejo del viejo artesano mientras disfrutaba de la sabrosa
cerveza con que le había obsequiado. Tras unos momentos de silencio le comentó -Me desilusiona oír ésto, aunque
entiendo sus argumentos y confío en la decisión y en sabiduría de una barba más
larga que la mía. Aunque ya no sea ninguna barba nueva, todavía tengo el fuego
de los metales recién forjados que necesitan ser bien templados. De ahí mi
impaciencia en querer dilatar lo menos posible mis proyectos-. Expuso el
tullido herrero. -Es para mí un honor que
se ofrezca a crearme una prótesis para la mano y a custodiar los fragmentos del
martillo hasta mi regreso.- dijo apoyando el puño en el pecho.
Debido
a su necesidad de encontrar buenos metales, Dalbram le recomendó una acerería
de la ciudad con buen material procedente de las montañas grises, así como le
ofreció utilizar sus instalaciones cuando deseara. Antes de marchar, Barak le
mostró la daga que enviaron a Kiefer.
Tras
comprarle una cota de malla se despidieron con bendiciones a Grungni.
Después
de haber pasado la mañana en compañía del sacerdote sigmarita y del herrero
enano, Barak volvió a casa donde estaban reunidos sus compañeros. Las noticias
eran alentadoras. Thomas, tras realizar varias consultas, había encontrado la
ubicación del mapa en la ciudad y hacia allí se dirigieron tras comer un poco y
dejar nuevamente a Gotthold en compañía del cultista y de Tobías, que trabajaba
en la cocina sazonando carne y preparando vituallas.
El
lugar correspondía con una casa abandonada en una zona bastante despoblada de
la urbe. Un letrero suelto y muy deteriorado, rezaba “F. Keller comerciante de grano”. Puertas y ventanas se encontraban
bloqueadas con tablones. Tras dar un vistazo en redor y no observar a nadie,
Kiefer propinó un puntapié a uno de las tablas, franqueando el paso. Tomó una
linterna y se introdujo el primero. En el abandonado interior, había poco más
que unos barriles rotos y desperdigados, con grano enmohecido que servía de
alimento a las ratas que por allí pululaban. En el otro extremo de la
habitación, observaron otra pila de barriles mejor colocados y amontonados y que
estorbaban el paso hacia lo que parecía otra dependencia. Se acercaban allí de
modo cauteloso, cuando Eddrick levantó la mano a modo de advertencia, al
escuchar unas voces tras los barriles. Lo que todos reconocieron fue el
mecanismo de acción de las ballestas y los virotes silbando desde la tosca
barricada. Barak y Rockatanski intentaron protegerse tras sus escudos, mientras
que Kiefer cargaba contra un enemigo aun invisible, gritando el nombre de Ulric.
De un brinco saltó sobre la barricada y desapareció. La imagen del tatuado
sacerdote corriendo, únicamente equipado con una maza y una túnica podría
parecer ridícula, si no se percibiese la ira en su mirada y su convicción en
salir victorioso de cualquier combate, gracias a la fe que profesaba. Eddrick
le acompañó aunque no consiguió saltar la defensa. Tras cruzar la mirada, el
enano y el ogro cargaron al unísono contra los barriles, derribándolos y
aprisionando a uno de sus enemigos bajo un barril. Con el paso franqueado,
vieron en primera línea a tres humanos todavía equipados con ballestas contra
los que ya luchaba Kiefer y a otros cuatro detrás, con las espadas desnudas.
Eddrick
acudió al auxilio del sacerdote y de un brutal tajo, hundió su hacha desde la
clavícula hasta el abdomen en uno de ellos. Mientras sacaba su incrustada hacha
del cadáver, esquivó a otro que se abalanzaba sobre él y le propinó una fuerte
patada antes de equipar nuevamente su arma.
Rockatanski
luchaba contra dos a los que su grito no intimidó, aunque la potencia de sus
golpes si lo haría. Se maldijo por no haberse puesto su agujereada cota, al
sufrir un tajo por la espalda mientras machacaba al que tenía enfrente. Se
encontraba débil tras el golpe recibido en la mañana y esta no era la mejor
medicina. Se volvió con una expresión terrible y tras dejar caer el hacha,
propició que se acercara peligrosamente su enemigo que le golpeó nuevamente. No
le importó. Con las manos libres, pudo abrazarle fuertemente y elevarlo para
arrancarle media cara de un bocado.
Thomas
desde la retaguardia y con una excelente perspectiva, auxiliaba a sus
compañeros a golpes de honda. Uno de los enemigos que luchaba contra Barak cayó
con la base del cráneo reventada por una pedrada. Al verse sólo contra uno, el
enano no tuvo dificultades en deshacerse de él. Mientras, Kiefer y Eddrick ya
habían acabado con los tres restantes.
La
burda barricada ocultaba una caverna artificial. El enano al observarla murmuró
–umbak- entre dientes en el idioma de
los enanos. El tosco pasillo presentaba las paredes cubiertas de símbolos y
glifos y conducía a una sala más amplia, con unos mugrientos sacos de dormir en
un rincón junto a la entrada. Al fondo de la estancia se encontraba un
improvisado altar iluminado por un cráneo humano a modo de farol. Delante del
altar se encontraba una encapuchada figura, que al verlos, comenzó a salmodiar
en una lengua desconocida. Delante de él, dos figuras aguardaban protegiéndolo.
Uno
de ellos corrió para interceptar a Kiefer y recibió un mazazo en el brazo. Eddrick
cargó contra el otro sin alcanzarle. Barak al ver que no llegaría hasta el más
alejado, cargó contra el de Eddrick golpeándole con el escudo a modo de ariete.
Thomas impactó una pedrada contra el brujo aunque no consiguió detener sus
cánticos. Observó como el malherido Rockatanski sacaba un arco que parecía un
juguete en sus manazas, y para su sorpresa, impactó en el brujo. Tras esquivar
los ataques, el martillo de guerra enano y la maza del imperial acabaron con
sus contrincantes. El brujo acabó de salmodiar, de repente los proyectiles de
Thomas comenzaron a impactar contra el ogro a la vez que éste lanzaba sus flechas
contra el enano, que se defendía bajo su escudo. Barak gritó que lo dejaran con
vida mientras cargaba. Los golpes de Eddrick y del enano le aturdieron lo
suficiente para que el sacerdote acabara rápidamente con él y con el hechizo
que había provocado el ataque entre aliados, a pesar de las maldiciones del enano
por acabar con la vida del vil humano sin poder haberle sacado ninguna
información.
Después
de recuperar el aliento y observar la masacre realizada, se dedicaron a
explorar la sala buscando nuevas grutas y pistas que seguir. Todos los
cultistas tenían tatuada una mano púrpura. En la sala había numerosas lanzas y
espadas cortas de manufactura skaven, además de un libro con aspecto repulsivo
de título “Líber Mutantis”.
Una
coalición entre skavens y cultistas de Tzeentch no era la mejor de las
noticias. Aun les quedaba mucho trabajo por delante……