domingo, 3 de junio de 2012

Capitulo IX

 Tras la discusión durante el desayuno y con bastantes dudas sobre cómo proceder, se dispusieron a continuar sus investigaciones durante la mañana.
 Illesia se encontraba en un estado de excitación y nerviosismo superior al de días anteriores. Era el gran día que siempre había esperado. En él, sería comprometida con un acaudalado y poderoso noble y sería presentada en sociedad y ante los poderosos del imperio como tal. Esa unión también fortalecería la posición de su padre ante las vecinas familias rivales. Una criada contratada por Eddrick la auxiliaba en los preparativos y su acicalamiento para tal ocasión. Mientras tanto Rokatanski instaba al grupo con su habitual y escueto -trabajo- entre mordiscos a carne seca de dudosa procedencia.
 Thomas fue el primero en marchar. Tenía trabajo en las caballerizas donde estaban establecidas las tiendas de las casas nobles. Al abrir la puerta, encontró un paquete de tela encordado junto con un pergamino. Extrañado lo examinó. El tacto revelaba un objeto pequeño y alargado. Sin más, lo desenvolvió y observó una daga de elaborada factura con un mango de obsidiana. Lanzó un breve vistazo hacia la puerta mientras la introducía entre su ropaje junto al pergamino, antes de emprender su camino hacia la Reikplatz. Al llegar observó el frenético movimiento de criados y los gritos de los capataces mientras preparaban el banquete. Gritos y órdenes que no tardarían en llegar a sus oídos, junto con algunos insultos e imprecaciones sobre mover con más presteza su maloliente trasero. Sus funciones se habían multiplicado desde el día anterior aunque, como era habitual en él, desoía las más ingratas mientras se dedicaba a recopilar información sobre los últimos días:
 -El maestro de armas Walder Lhontern le ha dicho a Renaldo Weister que si no aparece la señorita Illesia esta tarde, dará aviso a la guardia sobre su desaparición. Parecía estar bastante preocupado- Escuchó que comentaban entre sí dos criados con el blasón de la casa Steiguer.
 -Para ser una familia venida a menos, parce no importarles gastar el dinero en alojarse todos ellos en una posada. Supongo que querrán aparentar ante todos que los Lugus aun son poderosos.- le dijo un mozo de cuadras mientras cepillaba un enorme caballo de guerra. -Todo lo contrario que los Dannet, todos apretujados en el pabellón que han montado.-
 -¿Sabes? Mi señor va a participar en la gran contienda. Es una especie de batalla en el que todo el mundo luchará contra todos. Todo el que quiera participar podrá hacerlo, sin importar quien sea, no existirá más jerarquía que la que otorguen las armas, solo habrá un vencedor y ese será Lord Frank Acners, mi señor.- Le dijo orgulloso un escudero flacucho que limpiaba una armadura.
 En una de esas pausas, pidió a un criado que le leyera el pergamino que portaba. Quizás fuera importante y no habérselo mostrado a sus compañeros que sabían leer y se encontraban a escasos pasos cuando lo encontró, empezaba a inquietarle. Sólo había escritas dos palabras, Kiefer Heulenwolf.
 El cultista estaba gravemente herido además de engrilletado y amordazado. Las miradas de desprecio eran recíprocas y el impulso de apalearlo constante aunque dominado. El polvo de piedra bruja estaba a buen recaudo en un cofre de hierro. Gotthold se encargó de su custodia ante la advertencia de Barak de no realizar ningún jueguecito que pudiera costarle la vida al prisionero. La sonrisa maliciosa y el modo con que miraba al cultista mientras utilizaba la punta de la daga para sacarse la mugre de las uñas, no le garantizaban para nada que cumpliera sus órdenes.
 -Voy en busca de Torehbud, él sabrá cómo obtener información de este bastardo- Dijo Barak con cara de asco mirando al prisionero.
 -Te acompañaré.- Dijo Eddrick contemplando su nuevo atuendo de batidor.
 -Te lo he dicho cien veces, la palabra de un sigmarita es liviana y cambia de dirección tan fácilmente como el viento. Esos tres son muy extraños y además ¡son cazadores de brujas! Mañana a estas horas podríamos estar ardiendo en una pira, tenlo presente enano. No me fio de los sigmaritas, ¿y si se llevan a Illesia?- comenta preocupado Kiefer. –No digáis que no os advertí. Yo iré a informar al Padre Ranulf. Que Ulric sea con vosotros.-
 -Es la única pista que podemos seguir. Si nosotros lo presionamos para que hable, seguramente morirá sin decir nada. No podemos hacer otra cosa que confiar en ellos. Hasta ahora no han hecho nada para demostrar lo contrario.- respondió el enano mientras vaciaba su mochila y se dirigía a su mercenario.
-Como ordene el patrón.- contesta despreocupado mientras comprueba el filo de su daga.
 -Muchacho, aquí tienes la armadura que querías.- Dijo mientras le entregaba la cota de malla con mangas que anteriormente portaba Eddrick. –Aunque habrá que ajustarla bien a tu cuerpo-. Observó. -Tómala como pago anticipado por tus servicios durante dos tercios de año. Las monedas llegarán con tu parte del botín-.
Después de tener que oír otra retahíla de motivos de desconfianza de Kiefer hacia los sigmaritas, Barak y Eddrick se dirigieron al templo de Sigmar con la esperanza de encontrar al esquivo Wilfred Torehbud.
 En el camino Barak pasó a recoger Tobías, el criado que había contratado el día anterior. Les acompañó parte del trayecto mientras el enano le encargaba compras y encargos. Era buena  hora y los comercios comenzaban a abrir. Encargaron algunos animales, quesos y verduras además de parar en un maestro cervecero, donde reservó un buen barril de cerveza tradicional.
El tullido no tenía la más mínima intención de beber agua ni comer salchichas o empanadas en esa ciudad. También se detuvieron con algún artesano carretero para consultar tarifas. Conforme se adentraban en la ciudad la actividad iba en aumento. Al llegar a las afueras del templo observaron  sorprendidos una larga fila de personas aguardando su turno para poder acceder al interior.
Tras detenerse unos segundos en la fila, el enano le indicó con un gesto de la cabeza el camino a seguir a Eddrick e inició su marcha apartando a la gente entre murmullos y cara de pocos amigos, sin prestar atención a las quejas de los fieles. Cerca de la puerta los increpó un guardia. Barak le respondió bruscamente que no iban a rezar, simplemente querían hablar con los cazadores de brujas.  El pasmado guardia les indicó que se encontraban en un edificio anexo al templo, aunque dudaba que les recibieran. Y casi mejor que fuera así, pensó, muchos entraban y pocos salían, por lo menos por su pie.
En la puerta fueron detenidos por el guardia. Tras presentarse, explicaron el motivo de su visita. Eddrick consiguió simpatizar con el extrañado guardia que les indicó que Wilfred Torehbud así como Jack Harnhess, su aprendiz,  y Julian Tennan, su hermano de armas, llevaban varios días sin aparecer. Esto era habitual en ellos, pues dormían en posadas y solían frecuentar varias tabernas que amablemente les indicó. El hombre era bastante lenguaraz  y bajando la voz también les comentó que eran bastante autónomos y que se autodenominaban la Ordus Fidelis y respondían directamente ante el Alto Capitular, Werner Stolz.
Barak y Eddrick se separaron con la esperanza de encontrarlos en las posadas que frecuentaban y llevarlos a casa ante el cultista.
Kiefer mientras tanto se dirigió hasta el templo de Ulric, donde pidió ser recibido por el padre Ranulf. Le informó que interceptaron y tenían en su poder a un cultista, con una mano púrpura tatuada.
-Deberías haber oído de ellos sacerdote.- contestó el enojado Padre Ranulf. Tras meditar unos instantes su cara pasó del enfado a la preocupación. -Hace años un culto del Caos intentó asesinar a nuestro querido Graf Heinrich Todbringer en Middenheim. Se hacían llamar la Mano Purpura, fueron descubiertos y eliminados por unos extranjeros. Deberían estar todos muertos. Si es como dices, puede que sea más grave de lo que creíamos.-comentó preocupado el sacerdote de más edad.
-Cuando lo encontramos se disponía a echar polvo de piedra bruja en uno de los pozos de la ciudad. Puede que eso fuese la causa del lamentable suceso de ayer.- añadió Kiefer.
-Sigue esa pista hasta el final. Mientras tanto intentaremos encontrar una posible cura a ese veneno. Cuando tengas algo concluyente vuelve a hablar conmigo. Me comunicaré con el Sumo Sacerdote Adjunto para ir previniendo a la ciudad. Que Ulric guie tus pasos.- Se despidió el Padre Ranulf.
-Que así sea.-
 Antes de partir, Kiefer hizo acopio de ingredientes útiles para sus plegarias a Ulric.
Tras cumplir con sus obligaciones, emprendió el camino de regreso, acompañado por la febril actividad en la ciudad. Era un lugar decadente a sus ojos y sin duda a los de su dios. La enormidad y opulencia de algunos edificios le incomodaban. Al observar uno de estos palacios, le pareció ver una pequeña sombra en un edificio lejano. Al fijarse con atención, descubrió a un encapuchado ser de hocico prominente con una cicatriz en forma de estrella en un ojo. Pudo sentir cómo clavaba su mirada en él al ser observado, antes de desaparecer.

 Eddrick tras separarse de su amigo Barak  se encaminó hacia  la posada “El Árbol Verde”. Entró en la posada donde aún no había muchos clientes y se acercó hasta la barra.
-Un jugo de frutas, amigo.- Mientras le servían lanzó una suave crítica a los despilfarros del Emperador en los tiempos que corrían y le preguntó al posadero por Wilfred Torehbud.
-Hace un par de días que no pasa por aquí.-  respondió el tabernero que le dio la espalda y se fue, sin ganas de conversación.
Había otros parroquianos con la lengua más suelta y con unas copas de más la conversación fluía mejor.
-No sé si fue la cerveza o el vino, lo cierto es que la cabeza me dolía una barbaridad  y esa noche, apenas si recordaba el camino de vuelta a casa. Pero de lo que si estoy seguro es de lo que vi con mis ojos,... bueno con mi ojo- balbuceó un borracho con hablar gangoso, mientras sacaba una bola de crista de la cuenca del ojo derecho y la mostraba a Eddrick.- el otro lo perdí en un mal lance con un chaval avispado, eso sí, él se llevo la peor parte, y yo un ojo de cristal de por vida, en fin, Morr tendrá que esperar aún más tiempo para que le acompañe a su reino.... bueno a lo que iba, pues esa noche, en el muelle, cerca del callejón del pescado, vi una sombra y la curiosidad me pudo, la bronca que me echó mi amigo Frau Wistlet, que Morr lo tenga en su gloria, no fue suficiente impedimento para no acercarme... pues bien, casi preferiría no haberme acercado... su cara estaba completamente desfigurada, un reguero de sangre discurría hasta formar un charco de intenso rojo carmesí que acababa de pisar sin darme cuenta... salí corriendo... No paré de correr hasta que dejé de escuchar sus alaridos. Solo recuerdo un símbolo, era como un triángulo..... Creo.....No, no, estoy seguro.-

 Barak por su parte se dirigió hacia “La Trucha Dorada”, donde sólo escuchó rumores sobre escasez en los víveres que debían llegar del sur, de rebaños que pasaban hambre, de maestres que no entregaban el diezmo y algo sobre la lucha por el poder entre dos teogonistas. Pero de Wilfred nada. En el camino de regreso pasó por la calle de las mil tabernas. Su nombre era bien merecido y a la vista de los numerosísimos establecimientos, optó por encaminarse directamente a casa sin perder más tiempo.
Al medio día ya estaban nuevamente reunidos en casa. Tobías ya había dispuesto los víveres y entró rodando un enorme barril de cuarenta litros, ante la satisfecha mirada de su patrón enano, que no tardó en servirse una sabrosa cerveza. Estaban contándose las pocas nuevas obtenidas cuando llegó Thomas.
-Esto es para ti, creo.- Dijo el joven mientras le entregaba a Kiefer la daga y la nota.
-¿Quién te lo ha dado?- preguntó Kiefer.
-Lo encontré esta mañana cuando me iba a trabajar. Estaba en la puerta de la casa.- contestó despreocupado.
-¿Lo encontraste esta mañana y no se te ocurre dárnoslo antes, cabeza de chorlito?- bramó Barak en uno de sus habituales ataques de furia. -¿Qué tienes en lugar de sesos, serrín? ¡Podría ser importante imbécil!
-Estabais tan enfrascados en vuestra discusión que no quise interrumpir. No era mi intención hacerte enfadar.-
-¡Maldito crio, eres…!-
-Déjalo, es solo un niño.- intentó apaciguar Eddrick.
-Tranquilo Barak, la nota no dice nada.- continuó Kiefer
-¡Tranquilo! ¡Tranquilo dices! ¿Acaso sabes tú quien ha dejado eso ahí? ¡Podría ser la Daga de Yul K’chaum y este idiota paseándose por Altdorf como si nada!- gritó el enano con la cara roja por la rabia contenida.
-Esta daga no tiene la empuñadura con forma de calavera con tres ojos que describía el documento. Ésta es de obsidiana. Puede que la hayan dejado aquí los cazadores de brujas. Son los únicos que saben dónde nos alojamos, aunque la nota solo pone mi nombre y la letra no coincide con la nota que le dieron a Gotthold hace unos días.- Las palabras de Kiefer calmaron un poco al enano.
-Si no son ellos, alguien sabe que estamos aquí y nos vigila. Debemos estar atentos.- comentó cansado Barak.

 Illesia los observaba sin comprender el porqué de sus continuos enfados y discusiones. Ya estaba preparada para salir. Su limpia y olorosa piel, junto con el vestido y el peinado le hacía parecer lo que era, una bellísima doncella imperial, eso sí rodeada de mugrientos aventureros. Ni su comportamiento ni su actitud revelaban que estuviera resentida con ellos. Más incluso, no parecía recordar nada de lo sucedido con Gotthold  en Delzberg ni las discusiones sobre su destino en las que siempre estuvo presente.
 Rockatanski estaba junto a ella y se disponían a salir de casa cuando Barak se interpuso en la puerta pidiendo un poco de paciencia. Al no haber encontrado a los cazadores de brujas para que pudieran esclarecer lo que estaba pasando respecto a Illesia y no haber vuelto a ver el demonio desde que pernoctaron en el templo de Ulric, no tenía ninguna razón objetiva para impedirles su camino. Que Kiefer le dijera que al pisar el suelo sagrado el demonio podía haber sido expulsado tampoco le tranquilizaba.
Algo no encajaba, pero si todos los demás estaban de acuerdo él no impediría que Rokatanski entregara a la chica, cumplirían de una maldita vez su contrato como lo obligaba la palabra que había dado y, por qué no, cobraría su querido y ansiado oro.
Al despedirse, Eddrick le pidió a Gotthold el parche de los clérigos de Sigmar.
Durante el trayecto hacia la Reiksplatz se dispusieron alrededor de Illesia a modo de barrera, cruzando miradas inquisitivas hacia todo aquel que les resultara sospechoso. La llegada a la zona donde se disponían los pabellones provocó un revuelo acompañado de gritos y expresiones de alivio al reconocer a su señora. La primera en acercarse y abrazarla fue Reinalda Weister, su doncella personal, a la que presentó Rockatanski. Barak no le quitaba ojo a la noble mientras hablaba con la gente que poco a poco acudían a presentarle sus respetos, buscando expresiones incriminatorias hacia ellos. No observó nada de eso, tampoco la explicación que la joven daba al motivo de su retraso era veraz.
 Tras saludar a algunos compañeros de armas, el ogro sacó el cofre que portaba desde su primer encuentro, sacando las doscientas coronas prometidas por su patrón.
 -¿Tocamos a cincuenta coronas por barba, no?- Preguntó Thomas que miraba alegremente la bolsa.
–Te equivocas muchacho- respondió el enano cogiendo ávidamente la bolsa con las monedas con su única mano. –Cuando hicimos el trato sólo estábamos Kiefer, Eddrick y yo, y nosotros seremos los que cobraremos las cinco docenas y media de coronas que nos corresponden. Yo me he encargado de pagar al norlandés. No sé a qué trato llegaste tú, aunque has cobrado tu parte del botín que hemos conseguido.- finiquitó el enano mientras contaba las monedas y no percibía la furibunda mirada del cazarratas. –Además, tú aun no tienes barba.-

Cuando se preparaban para marchar, Illesia los detuvo diciéndoles que eran sus invitados y debían acudir al banquete, ya que gracias a ellos se encontraba allí. Su sorprendida doncella tardó unos instantes en reaccionar antes de indicarles que aquellos que lo desearan tendrían ropas adecuadas para tal evento, con el blasón de la casa. Kiefer y Barak recusaron el ofrecimiento, mientras que Eddrick y Thomas fueron acompañados hasta un sastre para tomarles medidas. El rostro del joven mostraba satisfacción por lo que sucedía. Podía tolerar perfectamente el cambio que estaba dando su vida.
Le obsequiaban con ropa de buena calidad, tenía una buena bolsa de monedas (aunque del último reparto no recibió parte alguna) y las perspectivas de futuro aunque peligrosas también parecían lucrativas. Su vida como cazarratas quedaba atrás. Aún era muy joven y aprovecharía sus aptitudes para otros fines más rentables. El pinchazo de un alfiler en la entrepierna le sacó de su ensimismamiento, aunque no perdió la sonrisa al reprender al sastre.
Los preparativos para el banquete estaban casi acabados cuando comenzó la procesión de nobles que empezaban a tomar asiento en la extensa mesa dispuesta para tal fin. La principal tenía una longitud  de cientos de metros a través de la Reiksplatz y llegaba hasta la escalinata del palacio imperial donde se encontraba el trono que la presidiría.
 El espectáculo era increíble. Músicos, bufones y artistas procedentes de todos los rincones del imperio amenizaban el encuentro. Juglares narraban y ensalzaban las hazañas de héroes y regimientos, mientras que otros adulaban a las jóvenes doncellas al pasar ante ellos.
 El grupo se sentó a la mesa mientras Walder Lhontern, el maestro de armas de la casa Steiger y persona que les contrató, les informó sobre las personalidades que acudían al evento. También les anunció que el señor Anders Steiger (padre de Illesia) no aparecería, como ellos ya sabían.
Cuando estaban todos los nobles menores acomodados, aparecieron los barones, Condes Electores y las altas jerarquías eclesiásticas, incluidos el Gran Teogonista Volkmar y el sumo sacerdote Ar Ulric. Con la aparición entre fanfarrias del emperador Karl Franz comenzaron los actos.
 Comida y bebida en cantidades ingentes se acumulaban frente a ellos ante su desconfianza. No probaron los manjares que se les presentaban, ante la incrédula mirada de sus compañeros de banco. En lugar de eso, se dedicaron a vigilar las relaciones entre nobles, gestos y cualquier peligro que pudiera presentarse, como marcas distintivas en los sirvientes o movimientos sospechosos en los edificios circundantes.
 El heraldo del emperador fue nombrando en orden jerárquico a las distintas casas y cargos allí presentes. A Illesia se le escapó un gritito nervioso al oír la presentación de la condesa electora de Nuln, Emmanuel von Liebisch, que iba acompañada el orondo erario de Nuln, Reuben Kuhn III, su futuro prometido.
 La casa Steiger fue anunciada con Illesia como representante. No ocurrió lo mismo con las casas Dannett y Lugus y la ira comenzaba a aflorar en alguno de ellos.
Ajenos al ambiente solemne del protocolo, el grupo de halflings representantes de La Asamblea animaban el ambiente entre ruidosas y obscenas canciones, risas, juegos infantiles, y excesos de comida y alcohol con sus correspondientes y abundantes vómitos. Algunos miembros de  las órdenes de caballería hubieran cargado gustosamente contra ellos, acabando con su insolencia y falta de respeto hacia el emperador.
 Cuando las presentaciones acabaron, comenzaron los anuncios de compromisos matrimoniales y alianzas entre distintas dinastías. Así llegó el turno de Reuben Kuhn II, que se acercó a una nerviosa Illesia, se arrodilló ante ella tomándola de la mano e hizo público su compromiso con la heredera Steiger. La joven era la viva expresión de  la dicha.
También fueron anunciados los compromisos entre Marita Lugus y Langley Wood ante la atenta mirada de sus hermanos, Orton y del primogénito y heredero Naton Lugus. Entre todos los anuncios, pudieron presenciar el continuo baile de visitas entre casas y clanes. En él los nobles no intervenían por protocolo, eran sus secretarios y ayudantes quienes realizaban tratos, pactos y alianzas, sobornando ocasionalmente a criados para entregar mensajes discretamente u obtener información.

Barak se fijó en el Alto capitular Werner Stolz cuando éste fue anunciado. Cuando vio que se levantaba, aprovechó la oportunidad de ponerse frente a él. Bajando la voz, le dijo rápidamente que necesitaba contactar con Wilfred Torhbud para tratar temas referentes a la mano púrpura. El estupefacto clérigo aproximó su cara a la del enano, susurrándole que le visitara al día siguiente en su despacho. Al apartarse, extendió su mano presentándose.
 Eddrick no hacía más que salir al exterior de la carpa para poder vigilar mejor los edificios adyacentes. Estaba inquieto por la posible presencia de cultistas infiltrados y más tras descubrir pistas de skavens en la ciudad. En un tejado próximo al palacio imperial, observó a una figura encapuchada con un hocico prominente y una cicatriz en la cara. Cuando quiso dar aviso a Kiefer, la figura había desaparecido.
 Kiefer intentó aproximarse para dialogar brevemente con el sumo sacerdote Ar Ulric, aunque sin éxito. Volviendo a la mesa se cruzó con Thomas que le entregó su parche. Al sentarse y ponérselo, sufrió el repentino recuerdo de un acontecimiento olvidado. Fue el día en que llegaron a la ciudad y se dirigían al templo de Ulric. En ese trayecto apareció uno de los seres del silencio. Cuando Gotthold lo vio, se abalanzó hacia él cortándole el cuello. En ese momento Illesia gritó y comenzó a convulsionar. Después todos lo olvidaron. Hasta éste preciso momento. Un sudoroso Kiefer sacó su material de escritura y en un pergamino comenzó a escribir todos estos sucesos y los relacionados con el silencio, para así poder recordarlos cuando se quitara el parche.
 Thomas, antes de levantarse, advirtió con una sonrisa en la cara a sus hambrientos compañeros que no probaran el vino. Eddrick se le acercó sigiloso
- ¿Que no probemos el vino?- Dijo Eddrick disimuladamente. -¿De qué estás hablando?-
- Voy a echar jugo de mandrágora en las bebidas.- Respondió Thomas con los ojos brillantes por el alcohol. -Así todos los invitados se quedarán tranquilos y relajados, y si sufrimos un ataque de los Skavens, no cundirá el pánico.-
Kiefer que se había acercado por la espalda al ver como Eddrick sujetaba con firmeza la suave pieza de tela que cubría los hombros de Thomas (obsequio de los Steiger).
-Eso es Thomas,-señaló irónico el iniciado -si nos atacan los Skavens mejor que los campeones de la capital de imperio estén apáticos y en letargo. ¡Ni se te ocurra, Thomas!- advirtió finalmente Kiefer.
-Una buena idea Thomas, pero quizás para otra ocasión. Avísanos antes de tomar estas decisiones.- Añadió Eddrick dándole unas palmaditas en el hombro al jovenzuelo.
Reprendido se dirigió hacia el desierto pabellón de los Dannett con la intención de encontrar alguna prueba incriminatoria contra ellos. En un escritorio había numerosos papeles. De poco le valdrían hasta que no aprendiera a leer, así que se dedicó a hurgar algunos bolsillos consiguiendo algunas monedas como recompensa.
Los Condes Electores así como otras personalidades influyentes, hicieron acto de presencia y se retiraron. El emperador en cambio tendría que aguantar por protocolo la mayor parte de la celebración.
Al observar que también se retiraba Werner Stolz, Barak se hartó. Ayunar era una cosa. Otra bien distinta era ignorar la cantidad de excelente cerveza que había disponible.
Se levantó y se dirigió hacia un grupo de enanos allí reunidos. Se presentó y mientras charlaban animadamente hizo una cata a varios barriles disponibles. Su sorpresa fue cuando vio a un sirviente que portaba un barrilete de Bugman XXXXXX. Tras llamar su atención, le entregó una moneda para que le proporcionara uno entero. El rico grupo de enanos comprendió sus orígenes humildes al presenciar la ceremonia con que lo abría. Brindó a la salud de su padre, que había muerto sin llegar a probarla. Su sabor y potencia eran increíbles y no tardó en comprobar sus efectos. El miedo no existía, y su determinación era absoluta, así como su  lengua comenzaba a  trabársele. El ruidoso grupo de enanos brindó y rió en el bautismo de un feliz Barak. Hacía demasiado tiempo no se juntaba con sus hermanos de raza. Allí tomó confianza con Dalbram Fellhammer, un conocido forjador de armaduras de la ciudad.

Transcurría el banquete de esta manera cuando se oyeron gritos y el ruido de cacharros al caer de una mesa volcada. Era la mesa de los Dannett y un chaval de unos catorce años rojo por la ira se expresaba a viva voz:
-¡Honor! ¿Alguno de los nobles caballeros aquí presentes sabe lo que es el honor?- grita con voz chillona. –Han matado a mi gente, han arrasado mis tierras y los culpables se sientan bajo este techo. ¡Reclamo la justicia del emperador! La casa Steiguer es culpable y exijo una compensación.-
-¡Eso es falso! No decís más que falacias.- contesta Walder Lhontern, maestro de armas de la casa Steiguer, poniéndose en pie y mirando al grupo de aventureros que contrató buscando un poco de ayuda.
Al oír estas duras acusaciones y viendo como los ánimos de las dos casas se calentaban, el senescal del emperador mandó sin éxito guardar silencio al mismo tiempo que la guardia empezaba a rodear a las dos casas como prevención de males mayores.
-¡¡Mientes niño!!- Grita un ebrio y desbocado Barak acercándose con cortas pero rapidísimas zancadas hacia Adham Dannett -La casa Steiguer es inocente de esos crímenes.- vocifera Barak que sale en defensa del maestro de armas. -Harmish Flores, un mercenario que encontramos por el camino imperial nos contó que Clayton Alchei, apodado el caballero zorro, los contrató a él y unos cuantos más para hacerse pasar por Steiguer y arrasar cuanto hubiera a su paso, dijo que a éste le pagaba el señor Dannet.-
-¿Quién puede confiar en la palabra de un Steiger? ¿Acaso tenéis pruebas de lo que decís?- Respondió el iracundo joven.
-No soy ningún Steiger- vociferó el enano, -la prueba murió, pero no será un maldito crio quien ponga en duda la palabra de un enano- bramó Barak mientras se acercaba peligrosamente al noble.
-Le exijo al Emperador que se reponga el daño causado a la casa Dannett.-
-¡Tu! ¿Le exiges al Emperador, niño?- sonríe Barak.
Adham Dannet se arrodilló ante el emperador pidiendo su perdón para posteriormente exigirle la justicia de las armas ante esta situación.
-¡Exijo un duelo!- Chilló el chaval.
-¿Serás tú quien defienda el honor de tu casa?- Preguntó con desdén el enano a escasos metros del noble.
Los guardaespaldas de Ruben Piper ya estaban preparados para recibirle cuando la guardia se interpuso entre ambos, mientras el senescal apaciguaba los ánimos. El senescal pidió alguna prueba que aclarara esta incómoda situación. Walder Lhontern los interrogaba con la mirada esperando que alguno se pronunciara. Ante el silencio de ambas partes, se decretó que al alba del día siguiente las armas dictarían sentencia a las acusaciones allí vertidas. Rokatanski se ofreció a Walder como defensor de la casa, gesto que el hombre de armas agradeció sinceramente.
Adham Dannett se reunió junto a Ruben Piper, a su maestro de armas Edan Ward y a los hijos de éste, Durgan, Fearghul y Marca. Los tres guardaespaldas del rico mercader los escoltaron mientras se retiraban a su pabellón. Barak, aun iracundo, volvió junto al grupo de enanos para acabar con el barrilete que tenía empezado. Tras la quinta pinta de la poderosa cerveza cayó dormido sobre su vómito, hasta que unas dos horas más tarde le despertaron sus compañeros.
Eddrick se alejó del festín mientras Barak reposaba su borrachera sobre su propio vómito. Los altos representantes de las más prestigiosas órdenes civiles y religiosas, y las cabezas de las poderosas casas nobles de la capital, tras la retirada del emperador, poco a poco abandonaron el lugar del festín. En los alrededores se aglutinaron pobres, hambrientos, mendigos y los familiares de los sirvientes, esperando ansiosos y agradecidos poder disputarse los restos de la fiesta, migajas que servirían para alimentar a la población de toda la capital durante un día entero.

El batidor buscó un sitio poco iluminado para quitarse las suaves ropas que le habían cedido los Steiguer para pasar desapercibido en el banquete y se echó por encima su nueva capa. La oscuridad de la tela le daba confianza, sus años de moverse por el bosque sin hacer ruido le permitieron acercarse a los aposentos de los Dannett sin ser descubierto.
Oculto entre sombras puede oír lo que ocurre en el interior. Las voces que se oyen se entienden desde fuera. Piper, el promotor de las reclamaciones de los Dannett habla cautelosamente con Adam Dannett.
-En previsión de este juicio por combate, en cuanto llegamos a Altdorf, contraté los servicios del mejor campeón judicial…-
-Yo defenderé el honor de mi casa.- Le interrumpe enojado Adam con la voz pastosa por la bebida.
-Piénsalo bien- continua Piper -no debes correr riesgos.-
-Yo con mis propias manos defenderé el honor de mi casa- sentencia pausadamente el joven Dannett.
Poco después las arcadas por la ingesta abusiva de alcohol le vencen y vomita estruendosamente
-No cederá- Dice una tercera voz.
-Mañana lo hará- responde firme Piper.

Kiefer acompañó al borracho Barak a casa, que tras un brevísimo saludo a Gotthold, comenzó a roncar estruendosamente.
 El sectario había sufrido el aburrimiento del norlandes. Tras saludar a los recién llegados, le propinó, como si fuera un automatismo, una dulce patada en su estómago.
-Ulricano, mira lo que tenía el mierda éste-, dijo mientras le mostraba un pequeño papel arrugado. -Parece un mapa-.
Tras observarlo y no conseguir descifrarlo, se dirigió a Thomas para pedirle que localizase ese lugar en la ciudad. Debía tratarse de su maldita madriguera.
Satisfecho con la pista conseguida, le dijo a Gotthold que se divirtiera, si así lo deseaba, un poco con el cultista. La sádica tendencia del norlandés así se lo hacía creer. Quizás pudieran conseguir más información, pero empezaba a asquearle compartir techo con ese ser. Si moría, tanto mejor. Aún no era la hora bruja y se encaminó a vigilar otros pozos en la ciudad mientras los demás descansaban.

El cuarto día desde su llegada a la ciudad se levantaron antes del amanecer. Tras desayunar de los víveres traídos por Tobías, emprendieron su marcha a la  Reiksplatz, donde el ogro defendería el honor de su casa de adopción. No les acompañó el enano, que marchó a tratar otros asuntos.
A su llegada, pudieron observar de nuevo el bullicio de los preparativos para ese día. Walder Lhontern les aguardaba impaciente. Tras saludar amistosamente al ogro, le entregó una enorme cota de malla. –Es lo menos que puedo brindarte por el gesto que vas a realizar- manifestó.
Una muchedumbre aguardaba la resolución del conflicto. Nada le gustaba más al pueblo, que presenciar un poco de sangre y vísceras para comenzar el día.
El heraldo del emperador anunció las acusaciones y su resolución por un juicio de armas. Los defensores de la causa serían Rokatanski por la casa Steiger y Adam Dannett por la suya.
Los contrincantes se situaron uno frente al otro. Por un lado el ogro. Su enorme figura habitualmente semidesnuda, ahora deslumbraba al público con una pulcra cota de mallas que  cubría su voluminoso cuerpo. En su mano portaba un hacha que a un humano le costaría mover con sus dos brazos y el manejaba  con soltura con una sola.  Su contrincante era Adam Dannett. El heredero, a pesar de su corta edad y del terrible adversario que le aguardaba, estaba decidido a defender personalmente el honor de su familia. Esa noble actitud no se ajustaba a encargar asesinar a su propia gente y así poder inculpar a otros. Vestía una armadura completa de placas y portaba una lanza de caballería y un buen escudo e iba montado sobre un espléndido destrero, un caballo de guerra acostumbrado a moverse entre el olor de la sangre y de la muerte. El caballo piafó tenso, sabedor que la acción comenzaría pronto.
Al dar el senescal la señal, el caballo tras encabritarse inició la carga mientras el ogro afianzaba sus pies en el suelo a la espera del envite. Cuando se encontraba a dos cuerpos de distancia, el ogro lanzó su temible rugido, que hubiera hecho recular a cualquier otra montura, pero el caballo del joven Dannett estaba preparado para la guerra. Aun así se encabritó ligeramente e hizo fallar en su primera carga al joven, que al tratar de dominarlo propició que Rokatanski lanzara pesados tajos contra él y su montura, mientras se alejaban para volver a embestir. La siguiente lanzada no acertó en el enorme blanco que se le ofrecía y el ogro consiguió dar un par de golpes más pero sin herir de gravedad a su oponente, que se alejaba nuevamente.
La tercera carga impactó brutalmente. Fue un golpe seco que hizo que el público enmudeciera, la madera astillándose, el tintineo de los anillos de la cota de mallas del ogro mientras caían al suelo, el sonido de la lanza mientras atravesaba la carne, fue perfectamente audible por todos. La lanza de caballería se partió en dos tras penetrar la armadura de Rokatanski y atravesarle de parte a parte, sobresaliendo el asta quebrada por el otro lado.
El golpe fue terrible, la sangre brotaba de la herida a borbotones como si de un manantial se tratara, pero a pesar de todo no fue suficiente para derribar a Rokatanski que seguía en pie. Tras el impacto, el jinete no consiguió mantenerse a lomos de su montura y cayó al suelo con estrépito, mientras el tambaleante ogro se acercaba a su rival con el hacha levantada. El golpe y el grito que le acompañó fueron atroces. El joven Dannett no volvería a levantarse.
El combate había acabado y el ganador era Rokatanski.
El cirujano encargado del combate, tras comprobar el estado del joven Dannett certificó su muerte. Al despojarle de la armadura y tras examinarle con más detenimiento, afirmó  que el heredero de los Dannett no había muerto por la gravedad de las heridas del combate. Los moratones de su garganta, el color de sus labios y el olor de su boca eran signos de haber sido envenenado. Gritos de indignación crecieron entre los miembros de la familia. Sin embargo el senescal los acalló al dictaminar el final del juicio por combate y la evidencia del resultado a favor de la casa Steiger. Señalando al vencedor que, aunque a punto de desfallecer se mantenía en pié, se escucharon vítores en su honor.
Tras esto, anunció el comienzo del gran combate que tendría lugar en ese día. El público gritó de júbilo deseoso de ver enfrentados a plebeyos contra nobles y a mercenarios contra soldados, todos en iguales condiciones durante dos días.

Todos acudieron a felicitar al ogro, que se encontraba sentado en el suelo con una mano sobre su perforado abdomen. Con la ayuda del barbero cirujano, Kiefer logró sacar el asta sin ocasionarle más heridas y le aplicó un emplaste curativo, que valía su peso en oro, antes de vendarle. La cura fue efectiva y Rockatanski se incorporó tras agradecérselo.

Marcharon de allí tras despedirse de Illesia, especialmente Eddrick, que tras darle la enhorabuena y sus mejores deseos, le prometió ir visitarla a Nuln. Ella, agradecida y a petición del batidor, le escribió una invitación en un pergamino.
Mientras tanto, Barak se dirigió a entrevistarse con Walter Stolz en el cuartel de la orden de templarios de Sigmar. No tuvo problemas para franquear la entrada ni en ser conducido ante él. Tras recibirle, le comunicó que tenía prisa por lo que su encuentro sería breve.
-Tengo urgencia en contactar con Wilfred Torhbud y poder continuar investigando al culto de la mano púrpura que hemos descubierto- le comunicó Barak.
-Wilfred fue enviado a investigar a unos cultistas de Tzeentch y conociendo lo meticuloso que es, a pesar de ser sureño, hasta que no tenga algo no volverá-, explicó el clérigo.
-Debo encontrarle- insistió el enano, - Según tengo entendido, responde ante usted. Si es un templario dormirá aquí, ¿no? -.
-Digamos que es un poco especial. Más que ser un tradicional templario de Sigmar, él trabaja para el templo, con su estilo personal. Incluso tiene si propio grupo, que denomina la Ordus Fidelis- reveló el sigmarita.
-Mire señor, tengo un cultista en mi casa. Si lo torturo para sacarle información quizás me lo cargue antes de tiempo. ¿Qué quiere que haga? ¿Qué hago con el polvo de piedra bruja?- Interpeló Barak.
-Si no han hecho nada quizás hayáis conseguido evitar el peligro-  dijo Wilfred intentando calmar al enano.
-Me perdonará que lo ponga en duda. Recuerde que es su imperio el que corre peligro-, aseveró el tullido.- ¿Se lo traigo aquí o me acompaña un torturador para hacerlo hablar?
-Le he dicho que Wilfred no aparecería hasta finalizar su trabajo. No que no pueda localizarle.- Respondió levemente indignado el alto cargo.
-En ese caso prefiero tratar con él. Le agradezco que le haga saber que le buscamos. Él sabrá como localizarnos.-

Tras abandonar el edificio, Barak se dirigió hacia los talleres de Dalbram Fellhammer, con quien marcó una cita el día anterior. Allí le recibió y le mostró las espectaculares instalaciones donde trabajaban cientos de ayudantes y aprendices, quienes bajo su supervisión, creaban armas y armaduras de excelente calidad. Tras la visita guiada, entraron en su despacho donde conversaron con calma.
El día anterior durante el banquete habían charlado sobre la batalla sufrida en la Fauschlag, la precaria situación en que se encontraba Middenheim y la desaparición de los miembros de la Excelentísima orden de herreros de Middenheim y del maestro de las runas de la misma.  En esta ocasión le explicó que tenía el propósito de volver a levantar dicha orden, de la que era el último representante y salvaguarda de los conocimientos ancestrales de su pueblo.
-Por ello, me he puesto en camino para conseguir fondos para realizar esta empresa, al mismo tiempo que lucho junto a mis compañeros contra los siervos del caos que todavía asolan estas tierras donde vivimos- enunció Barak. -Le propongo una alianza entre nosotros, nuestras forjas y ciudades de residencia, con lo que podríamos prosperar tanto en riquezas como en conocimientos. Necesito una provisión de materiales de primera calidad, herramientas y un ayudante hábil, especialista en la forja de armaduras, especialmente la malla, ya que con la mano que me falta me resultará dificultoso-. Tras una pequeña pausa en la que observó la reacción de su interlocutor, finalizó, -No poseo todavía el montante necesario para todo esto, por lo que solicito su colaboración. Como aval cuenta con mi palabra y mi trabajo. Aparte de esto, también sabe que contaré con el agradecimiento del rey Alrik de Karak Him-. Dicho esto, sacó de una rica tela los tres fragmentos del martillo rúnico de piedra, que portaba desde el túmulo. -Mi camino me llevará presumiblemente hasta Talabheim antes de poder arribar a Middenheim. Por ello le pido que custodie los fragmentos del martillo hasta que pueda emprender el camino del sur y honrar a nuestro pueblo-. Finalizó, aguardando la respuesta del noble herrero.
Dalbram escuchó interesado el relato, aunque hizo un gesto de desilusión. -La comunidad de enanos en esta ciudad llega apenas a los 1200 individuos y pocos parecen dispuestos a seguir las tradiciones de nuestro pueblo, ya que prefieren otros menesteres más... como diría... imperiales-. Inició el herrero. -Me congratula tu determinación en ser fiel guardián de las técnicas y tradiciones de la Fauschlag aunque lo que pretendes te llevará mucho tiempo y un gran coste. En las minas de las Montañas Grises o, ya que está dispuesto a encaminarte a la Montañas Negras, en Karak Hirn, podrías conseguir gran cantidad de buen mineral. El que poseo debo utilizarlo en trabajos ya encargados-, prosiguió el artesano. -Podría entregarte un juego de herramientas, pero viendo tu estado, para el buen trabajo no son necesarias las mejores herramientas sino unos brazos fuertes que las manejen... así que a cambio de la promesa de llevarle mis respetos al rey Alrik Ranulfsson, te fabricaré una mano de veterano digna, aunque tardaré 5 días en acabarla-. Tras dar un largo trago a la cerveza, concluyó, -en cuanto al deseo de tener un aprendiz bajo tu tutela-, dijo sonriendo, -aún debes de aprender mucho hasta tener a alguien a tu cargo. Queda todavía tiempo por delante hasta que ese paso sea necesario. Primero debes dominar las técnicas más avanzadas del fundido y la forja-, dijo mientras cogía de una estantería un libro escrito en Khazalid que le entregó.  Tras volver a sentarse a la mesa continuó, -El martillo estará a buen recaudo entre estas murallas, pero no demores tu tarea. Hay un largo camino hasta las Montañas Negras. El rey Alrik se mostrará complacido cuando vuelva a poseer los restos de su antepasado y pueda borrar un agravio del Kron de su Karak-.
Barak escuchó con atención el consejo del viejo artesano mientras disfrutaba de la sabrosa cerveza con que le había obsequiado. Tras unos momentos de silencio le comentó -Me desilusiona oír ésto, aunque entiendo sus argumentos y confío en la decisión y en sabiduría de una barba más larga que la mía. Aunque ya no sea ninguna barba nueva, todavía tengo el fuego de los metales recién forjados que necesitan ser bien templados. De ahí mi impaciencia en querer dilatar lo menos posible mis proyectos-. Expuso el tullido herrero. -Es para mí un honor que se ofrezca a crearme una prótesis para la mano y a custodiar los fragmentos del martillo hasta mi regreso.- dijo apoyando el puño en el pecho.
Debido a su necesidad de encontrar buenos metales, Dalbram le recomendó una acerería de la ciudad con buen material procedente de las montañas grises, así como le ofreció utilizar sus instalaciones cuando deseara. Antes de marchar, Barak le mostró la daga que enviaron a Kiefer.
Tras comprarle una cota de malla se despidieron con bendiciones a Grungni.
Después de haber pasado la mañana en compañía del sacerdote sigmarita y del herrero enano, Barak volvió a casa donde estaban reunidos sus compañeros. Las noticias eran alentadoras. Thomas, tras realizar varias consultas, había encontrado la ubicación del mapa en la ciudad y hacia allí se dirigieron tras comer un poco y dejar nuevamente a Gotthold en compañía del cultista y de Tobías, que trabajaba en la cocina sazonando carne y preparando vituallas.
El lugar correspondía con una casa abandonada en una zona bastante despoblada de la urbe. Un letrero suelto y muy deteriorado, rezaba “F. Keller comerciante de grano”. Puertas y ventanas se encontraban bloqueadas con tablones. Tras dar un vistazo en redor y no observar a nadie, Kiefer propinó un puntapié a uno de las tablas, franqueando el paso. Tomó una linterna y se introdujo el primero. En el abandonado interior, había poco más que unos barriles rotos y desperdigados, con grano enmohecido que servía de alimento a las ratas que por allí pululaban. En el otro extremo de la habitación, observaron otra pila de barriles mejor colocados y amontonados y que estorbaban el paso hacia lo que parecía otra dependencia. Se acercaban allí de modo cauteloso, cuando Eddrick levantó la mano a modo de advertencia, al escuchar unas voces tras los barriles. Lo que todos reconocieron fue el mecanismo de acción de las ballestas y los virotes silbando desde la tosca barricada. Barak y Rockatanski intentaron protegerse tras sus escudos, mientras que Kiefer cargaba contra un enemigo aun invisible, gritando el nombre de Ulric. De un brinco saltó sobre la barricada y desapareció. La imagen del tatuado sacerdote corriendo, únicamente equipado con una maza y una túnica podría parecer ridícula, si no se percibiese la ira en su mirada y su convicción en salir victorioso de cualquier combate, gracias a la fe que profesaba. Eddrick le acompañó aunque no consiguió saltar la defensa. Tras cruzar la mirada, el enano y el ogro cargaron al unísono contra los barriles, derribándolos y aprisionando a uno de sus enemigos bajo un barril. Con el paso franqueado, vieron en primera línea a tres humanos todavía equipados con ballestas contra los que ya luchaba Kiefer y a otros cuatro detrás, con las espadas desnudas.
Eddrick acudió al auxilio del sacerdote y de un brutal tajo, hundió su hacha desde la clavícula hasta el abdomen en uno de ellos. Mientras sacaba su incrustada hacha del cadáver, esquivó a otro que se abalanzaba sobre él y le propinó una fuerte patada antes de equipar nuevamente su arma.
Rockatanski luchaba contra dos a los que su grito no intimidó, aunque la potencia de sus golpes si lo haría. Se maldijo por no haberse puesto su agujereada cota, al sufrir un tajo por la espalda mientras machacaba al que tenía enfrente. Se encontraba débil tras el golpe recibido en la mañana y esta no era la mejor medicina. Se volvió con una expresión terrible y tras dejar caer el hacha, propició que se acercara peligrosamente su enemigo que le golpeó nuevamente. No le importó. Con las manos libres, pudo abrazarle fuertemente y elevarlo para arrancarle media cara de un bocado.
Thomas desde la retaguardia y con una excelente perspectiva, auxiliaba a sus compañeros a golpes de honda. Uno de los enemigos que luchaba contra Barak cayó con la base del cráneo reventada por una pedrada. Al verse sólo contra uno, el enano no tuvo dificultades en deshacerse de él. Mientras, Kiefer y Eddrick ya habían acabado con los tres restantes.
La burda barricada ocultaba una caverna artificial. El enano al observarla murmuró –umbak- entre dientes en el idioma de los enanos. El tosco pasillo presentaba las paredes cubiertas de símbolos y glifos y conducía a una sala más amplia, con unos mugrientos sacos de dormir en un rincón junto a la entrada. Al fondo de la estancia se encontraba un improvisado altar iluminado por un cráneo humano a modo de farol. Delante del altar se encontraba una encapuchada figura, que al verlos, comenzó a salmodiar en una lengua desconocida. Delante de él, dos figuras aguardaban protegiéndolo.
Uno de ellos corrió para interceptar a Kiefer y recibió un mazazo en el brazo. Eddrick cargó contra el otro sin alcanzarle. Barak al ver que no llegaría hasta el más alejado, cargó contra el de Eddrick golpeándole con el escudo a modo de ariete. Thomas impactó una pedrada contra el brujo aunque no consiguió detener sus cánticos. Observó como el malherido Rockatanski sacaba un arco que parecía un juguete en sus manazas, y para su sorpresa, impactó en el brujo. Tras esquivar los ataques, el martillo de guerra enano y la maza del imperial acabaron con sus contrincantes. El brujo acabó de salmodiar, de repente los proyectiles de Thomas comenzaron a impactar contra el ogro a la vez que éste lanzaba sus flechas contra el enano, que se defendía bajo su escudo. Barak gritó que lo dejaran con vida mientras cargaba. Los golpes de Eddrick y del enano le aturdieron lo suficiente para que el sacerdote acabara rápidamente con él y con el hechizo que había provocado el ataque entre aliados, a pesar de las maldiciones del enano por acabar con la vida del vil humano sin poder haberle sacado ninguna información.
Después de recuperar el aliento y observar la masacre realizada, se dedicaron a explorar la sala buscando nuevas grutas y pistas que seguir. Todos los cultistas tenían tatuada una mano púrpura. En la sala había numerosas lanzas y espadas cortas de manufactura skaven, además de un libro con aspecto repulsivo de título “Líber Mutantis”.
Una coalición entre skavens y cultistas de Tzeentch no era la mejor de las noticias. Aun les quedaba mucho trabajo por delante……