domingo, 14 de octubre de 2012

Capítulo XIII

Backertag
Las primeras horas de la mañana las ocuparon en desalojar la casa, cargar el carro y trasladarse a su nuevo domicilio al otro lado del Reik. Al ver el lamentable estado en que quedó la casa tras el robo que sufrieron, Gotthold no pudo evitar comentar entre risas.
-Patrón, éstos no van a devolvernos la señal que les dimos, ¿no le parece?... Que se jodan.-
Barak antes de marchar volvió a preguntar por Tobías en el vecindario. Nadie sabía nada. Nargond y Teemu le habían dicho que la casa estaba vacía cuando llegaron.  Estaba un poco preocupado por su sirviente. Le costaba creer que hubiese faltado a su palabra y se hubiese marchado sin dar una explicación, sobre todo habiendo cobrado dos semanas por adelantado.

  En el nuevo domicilio les estaba esperando un joven criado de unos trece años, qué rápidamente se puso a descargar los toneles y demás pertenencias.
-¿Sabes cocinar, niño?-. Le preguntó Gotthold acercándose con el ceño fruncido. Al asentir el joven continuó,  -¿cuál es el plato que te sale mejor?-
-Las codornices guisadas señor-. Contestó el mozo de forma atropellada.
 -Como no me gusten, te daré una paliza a ti y otra a tu tío, por engañarme y no enviarme un sirviente capaz. Ya sabes qué tienes que hacer-.  Dicho esto, subió al pescante del carro donde le esperaba su patrón.

   Con la buena bolsa que consiguió el enano con la venta de las pistolas, se dirigieron a una acerería donde Barak negoció la compra de metales. Rocatanski y el norlandés observaron admirados cómo el enano paseaba entre lingotes de metal, estudiándolos con los ojos entrecerrados y las fosas nasales bien abiertas. Los tocaba, golpeaba cerca de su oreja notando la vibración e incluso los raspaba con un pequeño cincel  para probar el sabor de las virutas. Cuando estuvo decidido, tras cerrar el trato con el mercader, comenzó a apilar unos setenta lingotes en cinco grandes cajas de hierro que subió al carro.  Antes de marchar, volvió a hablar con el propietario y estuvo admirando un pequeño montón de lingotes de color más oscuro y mate, custodiado por un par de guardias. Volvió con el ceño fruncido, refunfuñando en su gutural lengua. A continuación condujeron el carro cargado con el valioso metal hasta la forja de Dalbram Fellhammer donde Barak comenzaría su ansiado trabajo.


   Eddrick observó la enorme espada a dos manos que sacaron del templo de Khorne, de manos del guerrero del caos que portaba el cráneo del Desollador. La hoja emanaba un magnetismo que incitaba a empuñarla y hacer probar su filo. Evitando la tentación, la envolvió cuidadosamente en unas mantas que enrolló con hilo de bramante formando un paquete. Se la echó al hombro y acompañó al aun malherido Kiefer hasta el templo de Ulric donde la entregarían para ser destruida.

   Thomas acompañado de Kaelin, utilizó los contactos que iba haciendo en la ciudad para lograr información sobre Solveig Thundrum. Consiguió una descripción por diversas fuentes. Alta delgada, con pocas curvas, voz grave y vestimenta habitual de negro con detalles de color rojo brillante. Cuando cuestionó en base a la descripción si sería realmente una mujer, un ebrio matón se lo juró, aludiendo a que una vez le pateó la entrepierna y ni se inmutó. Ante la carcajada de Thomas, el matón añadió que lo más desconcertante en ella era su cicatriz, que juraba haber visto cambiar de sitio. Varios le confirmaron que era clienta habitual del Pozo del Gallo.

  Cercana la noche, todos a excepción del maltrecho sacerdote, se reunieron tras sus quehaceres y se dirigieron hacia el Pozo del Gallo. El local estaba muy concurrido, reuniéndose gente de todos los estratos sociales, desde chusma que apostaba sus escasos bienes con la esperanza de prosperar mínimamente, hasta nobles acaudalados que gustaban mezclarse con la clase baja, o por lo menos contemplar sus miserias desde los palcos que ocupaban. En uno de esos palcos vieron a Lord Frederick charlando animadamente con unos desconocidos.
Se repartieron por el local con la esperanza de ver a la esquiva Solvein. Barak se situó en la barra junto a la puerta. Eddrick fue hasta el final del establecimiento buscando una posible puerta trasera. Thomas se perdió de vista de todos.  El ogro se hizo un hueco con poca amabilidad junto a la arena donde se realizaban los combates y apostó pequeñas cantidades de metralla. Gotthold paseaba entre la gente cuando escuchó a una noble hablar discretamente con una especie de matón al que solicitaba los servicios de unos mercenarios para un trabajo de unos veinte karls. Cuando éste se marchó, el mercenario norlandés se acercó indiscretamente a la noble y tras saludarla con un gesto de su sombrero, le comunicó que no buscara más. Él y su compañero, dijo señalando al ogro, eran sus hombres. La noble tras examinarlo de arriba abajo, le citó al día siguiente en una taberna cerca del puerto llamada Los Tres Peajes.
 Estuvieron merodeando un rato por el local y la no ver a su presa decidieron marcharse a su nuevo hogar, donde el convaleciente Kiefer guardaba reposo tras ser atendido por un barbero cirujano.


    Bezahltag
   Por la mañana Thomas salió temprano acompañado de Kaelin. Marcharon sin apenas desayunar para intentar averiguar algo más sobre Solveig Thundrum. A juzgar por las ojeras del joven y los gritos nocturnos de la guardaespaldas, había sido una noche de duro trabajo en la habitación del ladronzuelo.
-Me pregunto quién se folla a quién. Mucha hembra para tan poco Thomas, ¿no te parece?- Comentó Gotthold a la vez que le daba un codazo a Eddrick.

   Kiefer tras terminar sus rezos matinales, se fue junto con Eddrick a intentar averiguar algo más en la casa de Johan Schmidt. Vivía en una casa opulenta, sin duda era otro noble acaudalado de Altdorf. Cuando llamaron a la puerta y preguntaron por el señor Schmidt el mayordomo se extrañó que fuesen a ver al señor de la casa.
-Por vuestra indumentaria diría que vienen a ver al señorito Johan-, les dijo mirándoles despectivamente. -Acompáñenme-.
El sirviente les condujo hasta el sótano de la vivienda, donde un joven con el rostro lleno de granos les estrechó la mano con efusividad. Le contaron con pocos detalles, que estaban buscando una daga poderosa del caos y que Lord Frederick les dijo que le preguntasen a él.
-¡El caos invade la ciudad! os ayudaré a detenerlo.- dijo entusiasmado – Tengo una amiga maga, se llama Gabrielle Marsner y es hechicera del colegio amatista. Formó un grupo de aventureros junto con un elfo, también amigo suyo, pero se separaron y el elfo se marchó, aunque Gabrielle sigue aquí.  Todas las semanas la visito en el colegio amatista y ella me cuenta las aventuras vividas a través del Imperio. Qué pena que nunca quisieran llevarme con ellos! Podría concertaros una cita con ella.  Le gusta pensar que es una poderosa maga de renombre aunque la verdad, no es para tanto-.

   Rocatanski y Gotthold se dirigieron a su cita en Los Tres Peajes. La posada se encontraba sobre los muelles del Reik y permitía el acceso directo desde las barcas.  Subieron a la planta superior y se sentaron en una mesa baja junto a una de las numerosas ventanas desde las que se contemplaba el río. Un camarero les sirvió vino antes de preguntar qué deseaban. Gotthold respondió de malos modos que ese no era asunto suyo, con lo que se marchó apresuradamente. Volvió poco después y les comunicó que les esperaban en un reservado, al que les condujo.  En el cómodo y perfumado reservado les aguardaba la noble dama lujosamente vestida. Cuando el camarero volvió a llenar las copas, lo despidió para hablar en la intimidad.
-Mi nombre es Michaella von Jänke. El trabajo que les propongo conlleva riesgos, aunque la bolsa es de veinte monedas de oro. ¿Están interesados?-
-Antes de decidir deberíamos saber de qué se trata el asunto, ¿no le parece?- Contestó el norlandés dando un largo trago del especiado vino.
 -De acuerdo.- Dijo lentamente la noble mientras los examinaba detenidamente. -Les advierto que es una cuestión embarazosa para mí, por lo que les recuerdo la privacidad de nuestra entrevista-. Se humedeció la garganta antes de hablar. -Una imprenta local de la ciudad está decidida a injuriar mi nombre realizando unos panfletos ofensivos, incluso pornográficos, sobre mi persona. El responsable de la imprenta es Lanriek Goethe, una persona que no conozco, al igual que desconozco sus motivos. Mis contactos me han informado que los panfletos se encuentran en la barcaza “Frau Bedenklich”, propiedad de Johannes Verknüpfung y tienen la intención de transportarlos hasta Nuln para su difusión-. Tras volver a aclararse la garganta mientras observaba la expresión de sus contertulios continuó. -El trabajo consiste en llegar a la barcaza y destruir los panfletos. Después podré dirigirme a un tribunal y presentar una queja formal contra esas injurias-.
   -Señora mía.- Tomó la palabra el norlandés. -Lo que está pidiendo es que asaltemos uno de los enormes barcos que recorren el Reik, lo  hundamos o lo quememos, antes claro está de enfrentarnos a la guardia personal del barco, la que pueda haber en el puerto y la guardia de la ciudad que pueda aparecer. Todo eso por veinte monedas.- Bebió un trago y con media sonrisa continuó. -Yo diría que este trabajo, más que conllevar riesgos como usted ha dicho, es muy peligroso, aunque factible, claro está. Pero por menos de ochenta monedas por barba, no arriesgaré mi norteño cuello-.
-Eso es mucho dinero caballero. Puedo llegar hasta las cuarenta monedas-. Respondió Michaella con el gesto contrariado.
-¿Cuarenta monedas es todo lo que vale su reputación? En las ropas y joyas que lleva encima ha invertido más que eso-. Ante el silencio como respuesta, Gotthold continuó. -Si esa es su última oferta, me temo que hemos acabado nuestra entrevista-. Tras lo que se levantó secundado por el silencioso ogro. Ya en el  marco de la puerta, se volvió y dijo -Hágase cargo de estas consumiciones que nos han servido sin pedirlas.-

Lo primero que hizo Thomas fue buscar un sastre, donde adquirió una elegante indumentaria propia de un noble. Los modales y la etiqueta desgraciadamente no estaban en venta, pero siempre que estuviese callado podría pasar por uno de los abundantes hijos ricos que abundaban en la ciudad. De esta guisa se dirigió hasta el Pozo del Gallo donde alquiló uno de los palcos desde el que aguardó la llegada de Solveig. La divisó hablando con un par de rufianes en uno de los extremos del local. Cuando estuvo sola se acercó a ella, proponiéndole un negocio lucrativo. La perspectiva de ganar cien coronas le evitó tener que dar detalles del trato y pudo concertar una cita para la media noche a pesar de la desconfianza de la ladrona.


Eddrick y Kiefer emplearon la tarde en visitar a Albrecht Zweinstein en el colegio teológico de la ciudad. Como era habitual en él, lo encontraron en su despacho inmerso en la lectura  de diversos libros esparcidos desordenadamente por la mesa de su escritorio. Estaba tan inmerso en el estudio que tardó varios minutos en percatarse de la presencia de los recién llegados.
-Por favor, sentaos- dijo a la vez que señalaba dos taburetes. -Estaba intentando encontrar algo más de información sobre la daga o el cáliz antes de atreverme a formular una teoría, aunque de momento se me resiste. Lo único que tengo claro con respecto a la daga de Yul K’chaum es que se encuentra en Altdorf. Y claro está,  para buscarla en las calles hay que ir a las calles. Existen dos posibilidades, la primera es que se encuentre en manos de un culto del caos, en cuyo caso estarán preparando el ritual o ceremonia para liberar al demonio, en este caso deberíais de daros prisa por encontrarla antes de que sea tarde. La  segunda es que la tenga alguna persona, supongamos un mago, cazador de brujas, sacerdote o un largo etcétera, y no sepa como destruir el objeto, en cuyo caso también deberíais daros prisa ya que podrían arrebatársela los sectarios o bien provocar ellos mismos la liberación por error o ignorancia-. El erudito no paraba de darle vueltas a la habitación mientras hablaba. -Dicho esto, es muy probable que los cazadores de brujas, en su lucha por salvar el Imperio de la macula del caos, que durante sus investigaciones hayan averiguado algo interesante y probablemente no sepan el qué. Si este es el caso deberíais hablar con mi amiga Theodora Pfering, una antigua cazadora de brujas de la ciudad, para encontrarla nada mejor que visitar su casa, cuya dirección yo os puedo facilitar-. Hizo una brevísima pausa para tomar aire y continuó. -También puede ser que el objeto esté en manos de algún mago. De ser así,  no podría ser otro más que Konrad Messner, hechicero del colegio de la luz, conocido por coleccionar objetos poderosos que otros magos son incapaces de destruir para tras un meticuloso estudio hacerlo él mismo. Podréis encontrarlo en -La Arboleda-, un selecto club de académicos. ¿Y en conclusión?- preguntó mirando a ambos esperando una respuesta. -No solo tenemos un problema, sino dos. Por un lado hay que encontrar la Daga de Yul K’chaum y por otro lado una vez en nuestro poder, habría que destruirla-. Se paró frente a ellos como si los acabara de ver. - ¿Todavía estáis aquí?-

Theodora Pfering vivía en una pequeña pero confortable casa en una zona tranquila y comercial de la ciudad. Tras decirle quién les enviaba pasaron al interior de la vivienda, donde pudieron observar algunas cornamentas mutantes y trofeos similares conseguidos en sus años  como cazadora de brujas. Refirió estar ya retirada como tal, aunque seguía asesorando a los jóvenes templarios de Sigmar. Conservaba parte de la belleza de su juventud y a sus cincuenta años se la veía vigorosa y ágil de mente. Vestía ropa de viaje usadas aunque de buena calidad, sin adornos superfluos aparte de un colgante simbolizando el cometa de dos colas.
La entrevista fue amena y se mostró muy colaborante cuando Kiefer y Eddrick le explicaron los motivos de su visita y la búsqueda que realizaban, más aun cuando mostraron la marca del lobo y el martillo. Estuvo de acuerdo con ellos en la posibilidad de que el objeto maldito, si no estaba en poder de sectarios, estuviese custodiado por Konrad Messner. El hierofante poseía conocimientos contra las fuerzas oscuras que superaba a los de cualquier otro colegio, por lo que era la última persona a la que acudían otros hechiceros cuando no podían destruir determinados objetos. Del hierofante hablaba con el más absoluto respeto.
-Hay algunos estúpidos que dicen de él que es un cultista. Espero que sólo sean estúpidos y que sus injurias no tengan otros propósitos. Personalmente no dudaría de él aunque lo viera sacrificar a un bebé, aunque no puedo ser objetiva debido a la larguísima relación que nos une y los peligros que hemos enfrentado juntos.-
-¿Qué quiere decir?- interrogó Eddrick.
-Hace veinte años Messner y yo perseguimos en Middenheim a un culto que adoraba a un demonio, que bien podría tratarse del mismo sobre el que investigáis vosotros ahora. Él fue el último en enfrentarse contra ese culto y quizás pueda saber si hay alguna relación-.
Kiefer le habló de los sectarios de la mano púrpura que habían aparecido y la relación que habían descubierto con los skavens en el almacén de Héller.
-Skavens no he visto ninguno por lo que los sigo considerando seres de leyenda. El apellido Héller si me es conocido al igual que la mano púrpura. A Brunilda Héller la capturamos y torturamos. Se encontraba también en Middenheim de donde huyó. Su culto se encontraba enfrentado a otro denominado El Corazón de Jade, liderado por Ernst Helmuth. Ambos cultos aparte de luchar entre ellos, también se enfrentaban a los adoradores del dios del placer, Slaanesh-.
-¿Sabe quién puede realizar el ritual para destruir tan poderoso objeto?- Preguntó el sacerdote.
-Hace unos meses llegaron a mis oídos noticias sobre un pintoresco grupo liderados por una hechicera amatista a la que acompañaban entre otros por un elfo y un enano.  Según supe, tenían en su poder un ritual capaz de  destruir determinados artefactos del caos.  Puede que sea así y creo que es una buena pista a seguir. Sin embargo, creo que os podrá ser de mayor utilidad una entrevista con la sacerdotisa ungida de Sigmar,  Klara Roban. Creo que ella debe saber más sobre este tipo de rituales que el estrafalario grupo del que os he hablado-.
-¿Qué nos puede decir de la “Ordus Fidelis”?- añadió antes de marcharse Eddrick.
-¿Todavía existe?- Se extrañó al escuchar el nombre de los extraños cazadores de brujas del parche en el ojo.- Hace siete años, el antiguo Alto Capitular del templo aceptó a ese extraño grupo como sigmaritas, a pesar de que seguían unos preceptos similares a los de Morr, un dios que llamaban Thamar o algo así. Eran un grupo extraño e independiente aunque nunca oí ninguna queja sobre ellos. El más raro y enigmático era su líder, ese Torhbud, que ni siquiera es imperial. Nació en el sur, no recuerdo bien donde.-
Agradecidos pon la valiosa información obtenida regresaron a casa, donde se reunirían para cenar y trazar planes junto al resto del grupo.

Barak pasó todo el día trabajando en la forja. Hacía demasiado tiempo que no realizaba la labor que más le satisfacía y a la que dedicaría su vida. Antes de poder perpetuar el legado que le transmitió su maestro, tendría que pasar muchísimas horas junto al yunque recuperando las sensaciones adormecidas. Finalmente ya tenía hierro suficiente, de dos calidades distintas, con el que poder para comenzar su tarea. Lo primero que haría sería moldear su propio yunque y a eso se dedicó todo el día. En los días siguientes fabricaría sus herramientas de herrero. Era algo de lo que se jactaban los de su gremio, el ser la única profesión capaz de fabricar sus propias herramientas. Cuando comenzó a anochecer, muy satisfecho con su labor, se dirigió a casa para conocer las nuevas de sus compañeros, cenar y beber algunas cervezas del barril que le esperaba.

Thomas les explicó al resto de compañeros que había simulado un encuentro con la mujer responsable del asalto a su anterior casa. Todos estuvieron de acuerdo en visitarla para preguntarle amablemente que intenciones tenía. En una callejuela cercana a la posada donde se había citado Thomas, una docena de desharrapados, un mugriento compendio de matones de medio pelo, armados con palos, cuchillos y algún pedazo de hierro oxidado, avanzó decididamente sobre el grupo intentando rodearles, como si se dirigieran a asustar a un grupo de niños. Eddrick avisó a sus compañeros y alzando su enorme hacha se dirigió hacia el grupo atacante, dando así comienzo el baile. Los rivales se abrieron en abanico intentando rodearles. Hachas, picos, mazas, espadas y oraciones salieron a la luz.
Dos de éstos se emparejaron con Kiefer, que apretó los labios tras susurrar una plegaria. El iniciado de Ulric no llevaba armadura alguna, al contrario de los adeptos superiores de su orden y cualquier golpe desafortunado podría ser mortal. Parecía que incluso se jactaba de ello cuando se dirigía al combate con el nombre de Ulric en la boca. Sus enemigos, a pesar de  no ser rivales en destreza sí eran ágiles esquivando el mancillado pero poderoso martillo y aguantaron los primeros intercambios de golpes.
Eddrick, que fue el primero en ver llegar a esta chusma, tenía la misma ventaja que Kiefer, su destreza, pero el mayor peso de su enorme hacha les permitía a sus dos adversarios anticipar los golpes y conseguir mantener el tipo, aunque ninguno de ellos logró penetrar su protección de cuero.
Thomas se defendía bravamente. Aunque sus últimos combates se habían dirigido contra los rebosantes bolsillos con los que se ha ido encontrando, su táctica defensiva había madurado y le permitía combatir sin tener que arriesgarse demasiado.
Su compañera que se encarga de mantenerle bien templado el acero, se movía a su lado y entre los dos mantenían a raya a los dos que se les enfrentaban.
Rocatanski, después de rasgar la noche con un aterrador grito que paralizó de miedo a los  que van hacia él, destrozó con su hacha a sus dos oponentes y se dirigió tranquilamente de una zancada hacia donde Thomas estaba, machacando a los que quedaban.
                   Barak golpeó a su rival hiriéndolo gravemente. Moriría en el suelo sin necesidad de golpearle nuevamente. Evaluó la situación y vio que la balanza estaba claramente a su favor, con lo que gritó a sus compañeros que dejasen alguno al que poder interrogar y conseguir información sobre quién les enviaba.
Mientras, los rivales de Kiefer no acertaban con sus golpes. Cuando uno de ellos cayó con la clavícula destrozada, el otro aprovechó para huir al verse en inferioridad.
                   El combate de Eddrick era el más equilibrado. Uno de los dos que le enfrentaban, en un acertado golpe con una herrumbrosa barra de hierro consiguió dañarle gravemente el antebrazo, poniéndole en una situación delicada, al imposibilitarle usar su gran hacha.
 Gotthold, siempre cerca de su patrón, destrozó rápidamente a los dos rufianes que le salieron al paso, yendo a continuación en auxilio de su paisano Eddrick. El último que quedó con vida se lanzó  a una desesperada huida trucada rápidamente por Rocatanski y Barak que lo alcanzaron e inmovilizaron.
Kiefer cortó la hemorragia en el antebrazo de Eddrick, aplicando posteriormente uno de los caros bálsamos curativos. Cuando hizo efecto, Eddrick bendijo cada una de las monedas que  gastó en ello.
                    Barak y Gotthold hacían que el único matón que quedaba con vida hablara. Una mujer les había contratado, en las “Tres Barbas”, un tugurio de mala muerte en una de las zonas más conflictivas de la ciudad.
-Es una zona peligrosa- avisó el desgraciado en un vano intento de confraternizar.
-Gracias-, le susurró Gotthold al oído con una cruel sonrisa en los labios mientras le cortaba la garganta.

Después de limpiarse lo mejor que pudieron, llegaron de manera escalonada al prostíbulo donde habían citado a Thomas. El ogro se quedó en la puerta dando una vuelta al edificio en busca de alguna puerta secundaria.
El local estaba poco concurrido. Borrachos, chulos, putas y algunos tipos con pinta de salteadores, parecían su clientela habitual aunque ninguno les incomodó.
Eddrick solicitó rápidamente los servicios de una rolliza muchacha de generosos senos con la que subió las escaleras. A Thomas se le acercó una joven indicándole un número de habitación que Kaelin logró oír.
Thomas subió solo hasta la primera planta donde se encontraba su cita.  Poco después Kiefer tomó de la mano a Kaelin y ascendieron las escaleras también. Algunos parroquianos cuchicheaban entre risas, mofándose del firme celibato del que hacía gala el sacerdote que desfiló ante ellos. En la planta baja quedaron Barak y Thomas vigilando la sala mientras bebían una cerveza aguada que el enano no dejaba de maldecir. Media bebida después, se presentó Kaelin que los apremió a acudir a la planta superior. Cuando llegaron encontraron a Kiefer golpeando una sólida puerta con la maza. Poco después, cuando Eddrick se disponía a talarla, oyeron la voz de Thomas tranquilizándoles y abriendo la puerta.
La habitación estaba vacía. Thomas les contó que había tenido una entrevista cordial. Cuando la ladrona supo el motivo real de su cita se molestó un poco por la pérdida de tiempo que le había ocasionado, sin embargo tampoco tuvo reparo en contarle quien le encargó el trabajo. -No me pagó como para comprar mi silencio. Dijo que se llamaba Dieter. Era calvo, con barba y de una altura media. Parecía gordo pero tal vez estuviera disfrazado. Quería que buscase dagas claveteadas,  runas raras, calaveras de tres ojos…cosas de esas. Me contrató en el Pozo del Gallo-. Tras eso, Solveig se había marchado por una puerta secreta oculta en un armario, acompañada por dos guardaespaldas.
Después de eso, dieron por finalizado el día y fueron a descansar.


                     Konistag
A excepción del enano que continuaba su trabajo en la forja, el resto de aventureros liderados por el clérigo ulricano y acompañados por Johan Schmidt se dirigieron a la sede de la orden amatista. Durante el trayecto Gotthold obsequió a Schmidt  con una florida historia sobre el origen de su gran pico. Mezcló varias historias oídas por boca de Barak, concluyendo que se trataba del regalo recibido de manos de un rey enano tras salvar su vida.
La amatista era la morada de la orden más introvertida de las ocho al servicio de Karl Franz. De todas las corrientes de la magia, el dominio del Shyish era el más complicado por ser el viento más difícil de detectar y utilizar. Entra y sale de lo natural, ronda lo que está muerto y podrido, pues es la marioneta del paso del tiempo. El Colegio Amatista decidió no tener problemas en este sentido y así construyó su oscura sede contra las murallas de Altdorf, sobre el cementerio improvisado que donde fueron enterrados a toda prisa miles de víctimas de la Peste Roja. Pese a que el cementerio se instaló cercano al templo de Morr, aquella epidemia se llevó muchos de los seguidores del dios cuervo, y muchos reiklandeses fueron enterrados con la simple bendición de una palada de cal. Así pues, en el lugar donde cientos de inocentes se quedaron a las puertas de entrar en el Jardín de Piedras, los magísteres Amatista decidieron construir su templo. El colegio Amatista podría considerarse la perfecta definición de un lugar sombrío, construido con paredes curvas de piedra oscura, generando una atmósfera monolítica e imponente sobre las calles circundantes. La escasez de torres y ventanas hacían la fachada impenetrable, y aún menos atractiva. Los adornos  en la piedra de guadañas, relojes de arena y rosas, no la hacían sino parecer una imponente gran lápida de cualquier pueblo del valle del Reik.
La entrada a la Orden Amatista siempre estaba abierta: se trataba de  un pórtico de piedra con una columna gris pálida y otra negra, y un dintel tallado con los símbolos del colegio y un reloj de arena en el centro, flanqueado por intensos cráneos de amatista y rosas espinosas entrelazadas por todo el diseño. En cada una de las columnas hay tallada una guadaña. Aunque la entrada no es una copia exacta de las puertas de las tumbas que hay alrededor de los templos de Morr, es lo bastante parecida como para recordar la muerte y la mortalidad a la mayoría de los viejomundanos. 
Los aventureros se situaron frente a sus puertas, como siempre, deterioradas, pero seguras, pues ni siquiera los hijos de Ranald se atreverían a cruzarlas desde el robo de un broche y cuarenta chelines por el desgraciado de Cassio el tileano, que llenó de sombra y terror todos los monederos de Altdorf. Todos entraron con paso decidido en aquella fortaleza de muerte. Tan sólo el mercenario norlandés esperó a entrar, miró su cota de malla, torció el gesto y dijo entre dientes, -ya solo quedan unos meses, y se acabaron los trabajos con magos-.

Entre todas las órdenes de magia imperiales, la Amatista era una de las que menos acólitos admitía, ya que aunque no debían pagar nada a la orden, cedían su alma a sus magísteres para tomar el camino del Shyish. Así el templo estaba prácticamente vacío y podían oír sus nerviosas respiraciones por encima del ruido de armas y armaduras al andar. De las pocas personas que vieron a lo lejos entre las abovedadas y sombrías paredes, ninguno habló, pues hacía muchos años que juraron no emitir una palabra a los habitantes del Imperio. Era como si a aquella gente no le importara su presencia. El polvo en el suelo, depositado en gruesas capas, era una prueba evidente de que nadie había pasado en un largo tiempo por donde estaba andando los aventureros. De  pronto, lo que parecía un joven mago, por lo que se entreveía al mirar lo que asomaba tras la capucha de su mal iluminado rostro, apareció frente los aventureros. Tras observarles durante un rato, en el que varios de ellos sintieron un ligero cosquilleo en sus cabezas, se limitó a apuntar con un delgado y pálido dedo hacia unas escaleras que terminaban en una puerta con una rosa púrpura como desgastado adorno.
El grupo se dirigió en esa dirección. Sólo volvió la vista atrás Thomas, para ver como las huellas del mago y las suyas propias se llenaban del polvo que lo anegaba todo y borraba cualquier rastro de que nunca hubieran estado en aquel oscuro rincón con un adepto de la Orden Púrpura.
Cuando llegaron a la puerta, esta se abrió lentamente, como si una mano invisible les invitara a entrar. Sentada tras un escritorio se encontraba Gabrielle Marsner, vestida con una túnica negra ribeteada en morado, señal inequívoca de su rango de magíster. Tenía la cabeza afeitada, como cualquier usuario de la traumaturgia cesadora. Su piel era pálida, pero parecía sorprendentemente suave, como la de una nobleza de la corte de la vieja Emmanuelle. La discípula de la Caricia de Laniph  no pronunció palabra alguna, pero todos sintieron como si se les invitara a hablar, como si ella ya supiera a que venían. El cuanto le vio el rostro, Gotthold pensó una sola palabra: -nigromancia-, tras lo cual, la magíster fulminó con la mirada al norlandés, que sintió miedo como nunca lo había hecho, y no habló con sus compañeros hasta que perdieron el edificio de la Orden Púrpura de vista.

  El sacerdote ulricano fue quien tomó la palabra hablándole de la búsqueda de la daga de Yul K’chaum y su intención de destruirla. El grupo no escuchó palabra alguna de la tenebrosa magister. Sin embargo, Kiefer sintió un escalofrío y notó cómo se le erizaba el vello de todo el cuerpo al sentir cómo brotaban las palabras de la hechicera en su mente.
                   -El ritual para expulsar a un espíritu tan poderoso es muy complejo. Yo podría realizarlo, aunque sin garantizar su éxito, como nadie sensato podría hacer. Quizás encuentres alguna respuesta hablando con Elizabeth Baern. Conoce un ritual de purificación de receptáculos. Sin embargo, ten presente que teme por su vida si esto fuese conocido, por lo que no confiará en cualquiera-. 
-¿Dónde podemos encontrarla?- Escucharon sus compañeros, que le miraron extrañados al no entender el motivo de la pregunta del sacerdote.
-En su casa o en la Gorgona-, obtuvo por respuesta.


Barak, tras varias horas de duro trabajo se tomó un pequeño descanso.  Tras comer y beber una merecida cerveza se dirigió al Colegio Teológico para entrevistarse con Albrecht Zweinstein. Conociendo la verborrea del erudito, fue conciso en su pregunta.
-Buenos días. ¿Qué sabe del culto de Thamar?-.
-Veamos.- suspiro el erudito, un poco fastidiado por ser interrumpido en su investigación  -en realidad desconozco la esencia de su credo y liturgia. Lo poco que sé es que ese culto tiene su origen en los Reinos Fronterizos y se introdujo en el Imperio desde Wissenland, llegando incluso hasta esta ciudad con un reconocimiento considerable hace unos siete años... ¿o fueron seis? Qué más da! El caso es que básicamente consideran a Thamar y a Morr como una dualidad, pero como te he dicho antes desconozco su credo. Aunque…- calló unos segundos antes de seguir. -Claro, claro. Había un libro escrito por un magister celestial que viajó hasta Wissenland y escribió sobre ese culto…Gunther Laranscheld, ese era su nombre-.














viernes, 5 de octubre de 2012

Capítulo XII



   Regresaron a casa con el cuerpo dolorido, herido y con una sensación de quemazón fría en todo su ser, después de haberse inmerso en el fuego de Ulric. Tras una frugal cena, se retiraron a descansar, cada uno sumido en sus propios pensamientos.


                  Aubentag

    Despertaron sobresaltados por unos golpes en la puerta. Gotthold acudió portando su magnífico pico en una mano. Con los ojos legañosos abrió, reconoció a quienes les habían despertado y les cerró la puerta en las narices, mientras sonreía al escuchar las imprecaciones de los propietarios de la casa desde el exterior. Restregándose los ojos se dirigió a la cocina donde Tobías preparaba el desayuno. Observó viejos trapos empapados de la sangre con que había limpiado los restos del cultista que desayunó Rocatanski dos días atrás.
-Chaval, márchate de aquí. Eso que tienes que hacer no está pagado. Te aseguro que las cosas no mejorarán-, le comentó mientras mordía una manzana. Poco después fue apareciendo el resto del grupo, que  volvieron a escuchar aporrear la puerta. -Ya abro yo patrón-, dijo guiñando un ojo.
En la puerta se encontraban los enfurecidos propietarios, esta vez acompañados por una pareja de guardias de la ciudad. Antes de que pudieran hablar se encaró al matrimonio, gritándoles, -¿qué coño queréis? Con los treinta karls que os pagamos podríamos vivir aquí un año, así que no volváis a molestarme-. A continuación se dirigió a los incrédulos guardias mostrándoles el salvoconducto con la lacra del la orden de templarios de Sigmar. -Vosotros dos, será mejor que no hagáis caso a esta chusma. Trabajamos para los cazadores de brujas. Si no queréis conocer los sótanos del templo, será mejor que desaparezcáis… ¡Ya!- Acto seguido, cerró bruscamente la puerta y riendo por lo bajo, fue a reunirse con sus compañeros.
Mientras un nervioso Tobías les servía el desayuno, debatieron las líneas de investigación que se les presentaban. Por un lado estaba Illesia, el demonio titiritero y  el Silencio. Parecían estar relacionados con algún culto de Tzeentch que intentaba llegar hasta el emperador. Illesia también era un nexo en la trama entre las familias Steiger, Danned y Lugus, aunque según las últimas noticias que tenían, todas habían abandonado ya la ciudad.
Por otro lado, estaban los skavens. Desde el descubrimiento de la piedra bruja con la que la secta de la mano purpura intentaba envenenar los pozos, no habían vuelto a encontrar nada, a excepción del escurridizo skaven de las azoteas que les seguía desde la distancia.
Y el enigmático Torhbud. ¿Qué papel tenía en todo esto?
La quemazón en el dorso de la mano, les recordaba que debían ponerse en marcha. Una vez destruido Liebnitz y el cráneo maldito, debían encontrar la daga y el cáliz que albergaban la esencia del Desollador Rojo.  Pero, ¿por dónde empezar?
   Kiefer comentó al resto que dos de sus sueños se habían hecho realidad. Quizás fueran más importantes de lo que parecían y deberían de tenerlos en cuenta. El grupo al completo hizo memoria y uno a uno fueron relatando los extraños sueños, tan vívidos que parecían más un recuerdo que un sueño. Kiefer  comenzó con el relato de sus sueños.
  -Bajo una luz de verde, una mujer gritaba.... me sobresalté y acudí en su auxilio, comprendiendo enseguida  que estaba dando a luz sobre un lecho compuesto por cientos de ratas grises que pululaban bajo el cuerpo de la mujer, en un osario de carne y sangre.-
    -El interior del templo de Ulric se encontraba vacío. En la sala sólo había una caja metálica envuelta en cadenas. Al retirar las cadenas con pulso temeroso abrí la caja. En el interior unos ojos descompuestos me miraban con repugnancia. Era el cráneo de un niño.-
    -Mientras cabalgaba en el exterior, encontré varios lobos que habían derribado y devorado a dos ciervos, uno joven y uno viejo, y tenían acorralado a un pequeño gamo  todavía  vivo.-

Eddrick continuó con los suyos. El primero era muy similar al de Kiefer.
    -Bajo una luz de verde, una mujer gritó. Sobresaltado acudí en su auxilio, observando que estaba dando a luz sobre un lecho compuestos por  cientos de ratas grises que pululaban bajo el cuerpo de la mujer. Todo el lugar era un enjambre de millones de insectos.-
     -Alguien estaba haciendo un ritual. No sabía por o para que. Entre las brumas vi asomarse el rostro de un ser descompuesto, caótico y aterrador. El ritual elevaba su plegaria, y descubrí que estaba acompañado. Era el momento de elegir a quien sacrificar para desterrar al horrible ser.-
    -Una copa plateada de vino resultaba estar llena de vinagre. El vino totalmente estropeado. Cuando se derramó, el oscuro vino formó una silueta que parecía una flecha.-

Thomas siguió el ejemplo de sus compañeros.
    -A mi espalda cientos de hombres aguardaban mis órdenes. Estaban dispuestos a luchar por mí. Hasta donde alcanzaba el horizonte cientos de soldados esperaban mi decisión. Lucharían por mí,  pero no morirían porque eran una horda de cascarones vacíos sin vida...-
    -Una voz femenina me llamó. Su sensualidad estaba oculta tras una cortina de encaje de seda. Su voz melosa y su leve risa acompañaban las palabras que pronunciaban mi nombre. Apagué una vela y sentí como sus manos recorrían mi cuerpo. Uno, otro, otros, decenas de tentáculos se retorcían sobre mi cuerpo aprisionándome y cortándome la respiración.-
    -Una mujer morena me ofreció un cáliz de vino oscuro invitándome a beber. El vino estaba frío y agrio y me abrasaba la garganta y el estómago como si fuera fuego, produciéndome un dolor horrible. Dejé caer la copa, que se estrelló contra el suelo, derramando el vino sobre las piedras como si fuera sangre. Vislumbré fugazmente el rostro, húmedo por las  lágrimas, de una mujer gimiendo de placer. Sus manos estaban apretadas contra sus labios con un gesto de pena, antes de que el dolor se volviera insoportable-

Barak frunció el ceño. Comenzó relatando un sueño que tuvo casi idéntico al de Eddrick y Kiefer.
    -Bajo una luz de verde, una mujer gritó. Sobresaltado acudí en su auxilio, observando que estaba dando a luz sobre un lecho compuestos por  cientos de ratas grises que pululaban bajo el cuerpo de la mujer.  En torno a ella el paisaje cambiaba y se transformaba continuamente.-
    -Paseaba por un gran ciudad  que no reconocía, rodeado de cientos de personas que se empujaban y se golpeaban. Era el blanco que todas sus miradas, que parecían odiarme y despreciarme. Algunos se acercaban a ti. Su manos purpuras dirigían a la multitud.- 
    -Alguien cubierto por una capa de sombras partió una granada por la mitad, encontrando el interior podrido, con bichos retorciéndose. La fruta estaba casi hueca por completo, comida desde el interior.-

Gotthold estaba bastante reticente a contar sus experiencias oníricas, aunque la coincidencia en uno de ellos le animó a seguir el ejemplo de sus compañeros.
    -Bajo una luz de verde, una mujer gritó. Sobresaltado acudí en su auxilio, observando que estaba dando a luz sobre un lecho compuestos por  cientos de ratas grises que pululaban bajo el cuerpo de la mujer. En una gran sala donde sonaba música  y rodeado de cientos de bellas estatuas.-
    -El frío me calaba los huesos.  La presencia del fuego era hace cálida. Las llamas empezaron a saltar incendiando cortinajes y muebles. El calor aumentó y todo a mí alrededor ardió. Estaba envuelto en una columna de llamas y entre el crepitar escuché un profunda carcajada.-
    -Una muchedumbre avanzaba hacia mí. Portaban antorchas y armas improvisadas. Cuando intenté huir descubrí que estaba atado sobre hatillos de leña seca. Alguien con un solo ojo rió aproximando la antorcha a la leña bajo mis pies.-

Rokatanski era un ser parco en palabras, aunque hizo un esfuerzo para describir lo mejor posible sus recuerdos.
    -Los hombres se abalanzaban sobre mí. Luché, pero pese a ser pequeños no pude derrotarlos a todos. Empezaron a rasgarme la piel lamiendo mi sangre. Sólo el fuego podía acabar con ellos. Comencé  a arder convirtiéndome  en una columna de llamas, pero aún así, no evité que siguieran arrojándose sobre mí.-
    -Estaba en mitad de un río cuyas aguas comenzaron a tornarse rojas. En el horizonte se elevó una gran ola de sangre que avanzaba.-
    -De entre una cortina de sangre y huesos emergió la figura de lo que parecía un hechicero con cientos de brazos.  Lo que parecía una enorme garra era su arma. En torno a él, una bruma de moscas ocultaba su rostro, que se antojaba bello. A sus pies, un enjambre de ratas le precedía. Tras él, un ejército de miles de cascarones vacíos aguardaba.-

Después de relatar todos los compañeros sus sueños, verificaron que algunos de ellos se habían cumplido, otros parecían  algún tipo de advertencia contra las familias Danned y Steiger. Otros tenían la certeza que los descubrirían más pronto que tarde.

Kiefer, tras sus rezos matutinos, marchó hacia el templo de Ulric. Su mirada iba continuamente hacia la marca del dorso de su mano. El sacerdote no cabía de gozo. Sin lugar a dudas, su dios había puesto de nuevo los ojos en él, escogiéndole y marcándole ante todos con un estigma de unidad.
En el templo sus hermanos trabajaban afanosos reparando los daños causados durante los altercados. Kiefer se puso a ayudarlos mientras esperaba el regreso del nuevo Sumo Sacerdote Adjunto, Ranulf, que estaba reunido con el Emperador. Trascurridas unas pocas horas regresó y le invitó a sus dependencias para conversar en privado. Kiefer le relató todo lo acontecido desde que partieran de Middenheim, así como su intención de permanecer en la ciudad hasta lograr encontrar la Daga de Yul K’chaum.  Ranulf le dio su beneplácito a su decisión y le transmitió su inquietud por el desaparecimiento del hermano Jonás Lang cuyos restos tampoco estaban entre los cadáveres.
De un baúl, sacó un pesado y voluminoso objeto envuelto en telas que entregó ceremonialmente al sorprendido sacerdote. Kiefer lo tomó con el pulso acelerado y lo descubrió. Se trataba de un enorme martillo de una manufactura exquisita. La cabeza del martillo estaba grabada con dos lobos enseñando los dientes. Todo el mango y la empuñadura se encontraban grabados con loas a Ulric.
-Ese es Bisswunde. Espero que en tus manos se borre su mácula que provocó Liebnitz.  Te lo entrego junto a mi bendición para que derribes con él a todo enemigo de Ulric y que ayude a que la iglesia ulricana vuelva a resplandecer-.
-No le defraudaré-.- contestó solemne Kiefer.

Una vez de vuelta a la casa, Kiefer fue junto a Eddrick al almacén de Frank Héller con la esperanza de encontrar alguna pista que hubieran pasado por alto. Ya en el almacén comprobaron que la guardia de la ciudad había estado allí y habían retirado la piedra bruja y las armas skavens. Como era de esperar no hallaron nada de interés, por lo que fueron a la casa de Héller. Los vecinos les informaron de que era un tipo normal, un pequeño comerciante que se dedicaba a importar grano de Wissenland. También averiguaron que su tía, Brunilda Héller, fue acusada de mutante o de adoradora del caos hace unos diez años. Sin embargo la soltaron por falta de pruebas, desapareciendo sin dejar rastro. La casa de Héller estaba cerrada, pero dos fuertes patadas les abrieron paso a un interior totalmente desordenado, como si alguien hubiese buscado algo a toda prisa. No encontraron nada que valiese la pena y se marcharon cabizbajos con la sensación que algo se les escapaba.


Barak junto a Rokatanski y a Gotthold  fueron a visitar al boticario al que días antes había dejado la pequeña redoma oculta en la daga de obsidiana. Les comunicó que el líquido, como sospechaba el enano, se trataba de veneno. Se trataba de Thug, una sustancia que provocaba un progresivo debilitamiento hasta que a los tres o cuatro días ocasionaba la muerte. El veneno era bastante común, aunque éste había sido modificado para hacerlo insípido e inodoro. Al tratarse de una sustancia bastante corriente, les limitaba poder seguir investigando sobre su origen.
Una vez fuera de la botica, Gotthold charlaba animadamente con el ogro, persuadiéndole para crear en el futuro una pequeña sociedad de mercenarios como las que podían encontrarse en las grandes urbes. Rockatanski parecía interesado en las posibilidades que le narraba el norlandés y así se lo hizo saber, con un escueto -de acuerdo-. Fue suficiente para que Gotthold le tomara del brazo y le llevara hasta un sastre de donde salieron ataviados con un inmenso sombrero de ala ancha rematado con una pluma a juego con un manto y un pañuelo verde.  Con esa indumentaria, también obtuvieron como prenda un gutural vocablo khazalid, cuando el enano les vio llegar a la taberna donde les esperaba tomando una aguada cerveza humana.
Se dirigieron a los aledaños de la forja de Dalbram Fellhammer, donde encontraron una nueva casa que alquilar. Barak deseaba poder volver a trabajar metales y quería que el nuevo hogar fuese cercano a la forja. Cerró el trato con el propietario, y tras firmar un par de documentos también apalabraron la contratación de un sirviente, que la tendría acondicionada en un par de días.
En el trayecto de regreso volvieron a observar al esquivo skaven encaramado en lo alto de un edificio, pero como en ocasiones anteriores, al fijar la vista en él, desapareció sin dejar rastro.
Estaban comentándolo cuando unos gritos agudos les sobresaltaron.
-papá, papá-, vociferaba un niño de unos seis años que se agarraba a la pernera del mercenario. Éste le  apartó de un empujón al tiempo que llevaba la mano al monedero. Aun estaba allí.
-¿Qué dices niño?-, increpó.
-Eres mi papá. Eres papá Gotthold. Mamá me lo contó antes de morir. Te conoció en el lejano norte, en Norland-. Ante esta explicación los tres dirigieron su mirada alrededor, buscando a quién podía estar implicado en la escenita. -Llévame a casa papá-, continuó.
-De acuerdo pequeño, acompáñame- Dijo el mercenario tras intercambiar unas breves palabras con sus compañeros al tiempo que le despeinaba un poco los sucios cabellos. Caminaron unos pocos metros, alejándose de los curiosos que observaron la escena. Al entrar en un estrecho callejón, Gotthold cogió al pequeño del cuello y apretó firmemente hasta que la cara del pequeño se puso violácea.
-¿Quién te envía?- fue la breve pregunta.
Cuando se repuso del ataque de tos posterior a que sus pulmones volviesen a tener aire, el joven charrán, después de suplicar por su vida, respondió de manera entrecortada que un señor le pagaba dos chelines por seguirles y que llevaba varios días haciéndolo. Con una indicación del mercenario, les guió hasta el lugar donde se encontraba con él. Para su sorpresa, el joven pícaro les condujo hasta el Árbol Verde, la posada frecuentada por los Lugus. Entraron los cuatro decididos a enfrentar la situación por las bravas, al tiempo que el chaval palidecía al no reconocer a su patrón entre la clientela. El posadero, a cambio de unos chelines les confirmó que el niño había frecuentado su establecimiento durante unos días, encontrándose con Orton Lugus, al que ya creía fuera de la ciudad.


Thomas llegó a la casa acompañado de una bella mujer vestida con cuero negro, tan ajustado a su espléndida y fibrosa figura, que dejaba poco a la imaginación. La puerta estaba abierta, cosa que extrañó sobremanera al ratero. Mientras miraba por una ventana llegaron Barak, Rokatanski y Gotthold.
-¡Hoooola Thomas!-- dijo el mercenario clavando su mirada en los exuberantes senos que amenazaban con salirse del escote de la acompañante del ladronzuelo.
-Compañeros os presento a Kaelin Dirge-,  intervino Thomas, colocándose junto a la mujer. -Mi guardaespaldas-, añadió a modo explicativo.
 -Encantado de conocerte, preciosa-, contestó Gotthold con una sonrisa lasciva.
-¿Qué diantres hacéis en la puerta?- gruñó Barack.
 -Acabamos de llegar y la hemos encontrado abierta. Por la ventana no he visto a nadie-. Contestó Thomas.
-Ha sido burdamente forzada-, intervino Kaelin señalando la cerradura.
-¿Cómo?- se extrañó Gotthold que acto seguido sacó su pico y entró. El interior de la vivienda estaba todo revuelto y esparcido por el suelo. A simple vista no echaron en falta más que unas cuantas monedas.
-Parece obra de vulgares rateros-, comentó Kaelin tras echar un vistazo.
Cuando llegaron Eddrick y Kiefer, se pusieron al corriente de los pocos avances que habían realizado tanto unos como otros. Todos estuvieron de acuerdo en que sería necesario encontrar otra casa, el actual paradero parecía de dominio público, aunque eso sería mañana. Antes de dormir, cuando  Kiefer se disponía a realizar sus plegarias nocturnas, Eddrick le pidió que le instruyera en el camino de Ulric, a lo que el sacerdote accedió con mucho agrado.

Como Tobías no se encontraba en la casa y no había nada preparado para cenar, ogro, enano y norlandes se dirigieron a una posada cercana donde comer algo. Estando allí sentados escucharon comentar sobre el robo cometido en su casa. Tras invitar a una ronda a los parroquianos se sentaron junto a ellos para hablar con más calma sobre lo sucedido. Averiguaron que había habido bastante follón, al punto que tuvo que acudir la guardia. Consiguieron la descripción de los asaltantes. Un enano que le faltaba una mano y un nórdico rubio, feo y con un parche en el ojo. Barak y Gotthold se miraron unos instantes, pudiendo reconocerse al tiempo que cuestionaban la veracidad de la información.
-¿Tú los viste? ¿No te referirás a un enano como yo y a un humano como éste, no?- cuestionó Barak.
-No, no señor. Les vi con mis ojos. El humano era bastante más feo y tenía la nariz partida-. Un poco más convencidos se dirigieron a casa para descansar.



      Marktag

      A primera hora, alguien tocó a la puerta mientras desayunaban. Gotthold, como de costumbre, abrió la puerta y un mensajero le entregó una carta. Tras echarle un vistazo despectivo, el mercenario se la dio a Kiefer, que se había levantado a ver quién era.
     Era una misiva sellada del colegio teológico de Altdorf, en su interior había un mensaje para ellos y un sobre lacrado. La nota era de Albrecht Zweinstein, donde informaba a los aventureros de que un tal Dieter Klemperer, magister del colegio celestial,  les ayudaría a encontrar la daga de Yul K’chaum. Por el momento él no había encontrado nada, pero les comunicaba que seguiría indagando. El sobre lacrado debían entregárselo al magister en persona.


     La residencia particular de Klemperer estaba situada en la zona noble de la ciudad. Era un pequeño palacete con jardín amurallado. Un torreón con la bóveda acristalada dominaba la construcción. Fueron atendidos por su ayuda de cámara quien les obsequió con un refrigerio y unos saladitos mientras aguardaban a ser recibidos. Gotthold no dudó en llenarse los bolsillos de tan deliciosos bocados que nunca antes había probado. Tras una breve espera, fueron conducidos al despacho del magister que aguardaba tras un rico escritorio de madera noble. Por la sala observaron desplegados lo que parecían mapas del cielo nocturno y diversos instrumentos formados por extrañas lentes que no supieron identificar.
-Os estaba esperando-, les anunció. Era un humano alto, delgado y bastante longevo, de unos sesenta años calcularon. El pelo largo y canoso, caía sobre una túnica azulada adornada con estrellas  y cuerpos celestiales.
-Nos envía Zweinstein.- dijo Kiefer mientras le tendía la carta que les había dado el teólogo.
Tras presentarse, Kiefer le entregó la carta lacrada. Tras leerla guardó silencio unos instantes antes de hablar.
-Así que buscáis la daga de Yul K’chaum. Lamento informaros que no podré ayudaros tanto como esperáis, pues ni yo mismo puedo localizarla en este momento-. Al ver la expresión de frustración en sus rostros continuó. -Lo que sí puedo hacer en este momento es poneros en contacto con una persona muy bien relacionada que si os será de utilidad. A partir de él podréis relacionaros con otras personas que quizás si sepan el paradero del objeto maldito. La persona de la que os hablo responde al nombre de Lord Frederick. Es un noble bastante acaudalado y jovial, aunque algo extravagante y como he dicho, muy bien relacionado. Como dato interesante os diré que es un apasionado y coleccionista de la cultura tileana y que le encanta escuchar aventuras sobre héroes y batallas  contra el caos. Decidle que vais de mi parte y seréis bien recibidos. Por mi parte poco más puedo hacer por vosotros en este momento. Sólo deciros que continuaré investigando-.
 Antes de marchar Kiefer le contó que el difunto padre Odo le había hablado de un hechicero celestial capaz de destruir el cráneo maldito. -¿Es usted esa persona?-
-Podría ser, pero no-, fue la respuesta que obtuvo.

La  casa de lord Frederick se encontraba cerca del palacio imperial y era una opulenta finca amurallada. En el interior pululaban criados ataviados con una librea verde y oro, bajo un escudo familiar que aglutinaba unas treinta casas heráldicas. Uno de los criados informó a una ayuda de cámara de la llegada del extraño grupo y la recomendación que les precedía. Tras realizar unas consultas, les acompañó al interior de la lujosa vivienda. Ricos tapices, esculturas, armaduras e innumerables obras de arte pasaban ante sus ojos mientras se dirigían a entrevistarse con Lord Frederick. Éste era un hombre de mediana edad de aspecto bonachón y por su aspecto no se privaba de nada, como podía apreciarse por su orondo torso. Los ojos de Thomas brillaron al observar el magnífico zafiro pálido que lucía en uno de sus dedos. Era una persona cercana y jovial, que tras las debidas presentaciones les invitó a tomar asiento en unos confortables butacones al tiempo que eran atendidos por sus sirvientes. Cuando les dejaron a solas abandonaron la cháchara formal y le hablaron sin tapujos sobre el asunto que les ocupaba. Eddrick también le mostró la marca en el dorso de su mano. Quedó el noble impresionado por los hechos y relatos que escuchó.
-Ojalá pudiera ayudaros yo mismo en vuestra lucha contra el caos, sin embargo creo que no sería más que una carga- dijo mientras se acariciaba la barriga. -No obstante, soy una persona bien relacionada y quizás alguno de mis contactos, con mi recomendación  claro está, pueda ayudaros.- Tras llenarse la boca con un aperitivo que había dejado un sirviente continuó. -Maximiliam Saer es un rico comerciante que quizás sepa algo de objetos extravagantes como el que buscáis. Es una persona muy elegante, hasta el punto de llegar a ser puntilloso con la apariencia. Tenedlo presente cuando le visitéis.- Hizo una pausa para beber un poco de vino. -Johan Schmidt es un noble con espíritu inquieto que suele juntarse con personas de vuestro talante, llamémosles aventureros. Quizás por sus experiencias y peripecias tenga algún tipo de información. Además estaría encantado de unirse a vosotros en vuestras andanzas. Otro punto de encuentro interesante podría ser el club la Gorgona. Es bastante exclusivo y para acceder allí debería acompañaros yo mismo, pero es frecuentado por personas muy interesantes que se mueven en círculos poco accesibles.- Apuró la copa de vino y añadió. -Ahora es todo en lo que os puedo ayudar. Meditaré sobre qué personas os podrían ser de utilidad y yo mismo estaré atento a lo que pueda averigua.-
-¿Conoces a un enano y un nórdico con un parche en el ojo?- preguntó Gotthold sin formalismos.
-Bueno los enanos se parecen todos mucho, según mi pobre apreciación- comentó algo molesto por los malos modos del norlandés. -Sin embargo, a esa extraña pareja la he visto alguna vez en un local donde se realizan peleas de gallos. Su nombre no es demasiado original, El pozo del Gallo. Está abierto casi todo el día. Quizás tengáis suerte.-  Y con una sonrisa y los ojos vívidos preguntó. -Y ahora, si no hay más preguntas, ¿tendrían la amabilidad de contadme alguna de vuestras aventuras? Por favor.-
Gotthold se adelantó al resto y le relató como él acompañado tan solo de un puñado de hombres había derrotado al temido capitán Sargasos en Sartosa, más allá de las fronteras del Imperio. Lord Frederick no dejaba de asentir ansioso, disfrutando como un niño por la invención del mercenario, ante la incredulidad del resto de compañeros del mercenario.

Agradecidos abandonaron la mansión y se dirigieron al Pozo del Gallo. El trayecto les condujo hasta un mercado abarrotado por criados, cocineros y amas de casa mayoritariamente. Al pasar junto a un puesto de carne, un tendero cogió una pata de cordero y la estrelló en el pecho de Thomas. Casi sin tiempo de reaccionar un ama de casa intentó clavarle un pequeño cuchillo a su guardaespaldas. Pocos segundos después todos se vieron rodeados de una masa que intentaba acabar con ellos utilizando cualquier tipo de utensilio a manera de arma improvisada. Su habilidad era nefasta pero el número parecía no parar de crecer. -Al pozo del gallo, antes de que matemos a nadie-, gritó Eddrick mientras cogía una antorcha y con amplios movimientos intentaba mantener alejada a la turba. Rockatanski bramó atemorizando momentáneamente a sus oponentes. Thomas, escoltado por Kaelin, usaba su palo para intentar mantener a distancia a la enloquecida masa, mientras buscaba un edificio donde poder refugiarse. Gotthold vio el brillo homicida en los ojos de las amas de casa y tras recibir un  tajo en el brazo, no dudó en empuñar su pico y abrirse paso sembrando la calle de cadáveres. Lo mismo hizo Rocatanski tras ser herido en la espalda por una frenética abuela. Kiefer y Barak tuvieron la calma suficiente para intentar buscar la causa de esa demente acometida. Vieron a una figura encapuchada que se desplazaba entre la gente y con sólo tocarles  suavemente provocaba un irrefrenable impulso homicida contra ellos.
El sacerdote rezó una plegaria a Ulric y se dirigió hacia la encapuchada figura esquivando a los pocos que le salían al paso. Cuando se disponía a estamparle su nuevo martillo, la figura se volvió rápidamente tocándole y provocando un cambio en la expresión del sacerdote.
Barak fijó su objetivo y avanzó hacia él con toda la potencia de su peso a manera de ariete, haciendo caso omiso a los golpes que le propinaban. Justo antes de alcanzarlo y para su sorpresa, recibió el tremendo impacto del martillo a dos manos de su compañero Kiefer. El fuerte golpe le trastabilló, pero no le impidió alcanzar su objetivo. Éste cayó desplomado al partirle el espinazo el brutal martillazo del enano. Barak se incorporó rápidamente para ver como el ulricano se abalanzaba hacia él con funestas intenciones con el gran martillo alzado sobre su cabeza. Para su fortuna, el golpe erró en el suelo.
-Kiefer… ¿qué demonios haces?- acertó a gritarle antes de golpearle con el martillo en la frente del sacerdote, aturdiéndole.
Gotthold  llegó en auxilio de su patrón justo en ese momento. Con un ojo en Kiefer, guardó la espalda del enano para que pudiera observar al encapuchado. Por su tamaño no sería más que un niño. Al retirarle la capucha pudieron observar asqueados que su cuero cabelludo no estaba cubierto de pelo si no por gusanos que crecían y caían sin parar. Era un niño mutante.
La muchedumbre no cesaba en su ataque y después de unos gritos consiguieron reunirse todos para marchar  y evitar un mayor derramamiento de sangre. Kiefer había vuelto en sí. Avergonzado y malherido se disculpó ante el enano mientras se alejaban de allí. Eddrick aguardó un poco a que llegara la guardia y les relató lo sucedido ocasionado por el mutante que yacía allí.


En el Pozo del Gallo no encontraron al enano y su tuerto acompañante, aunque descubrieron quienes eran y donde podrían encontrarles. La posada el Tonel Roto sería su siguiente destino, pues era donde Nargond y Teemu gastaban sus ingresos.
La posada era bastante humilde. La puerta de acceso daba paso a una amplia sala con dos chimeneas, donde los parroquianos pertenecientes a clases bajas se reunían para beber alrededor de enormes toneles. La mirada de desconfianza se posó en el grupo, que no tardó en encontrar a sus objetivos sentados en una esquina del establecimiento. Barak se acercó con paso decidido hacia la mesa baja a la que se sentó. Con un primer vistazo, vio que el alcohol ya había hecho mella en la pareja.
-Hola, dijo mientras colocaba el martillo sobre la mesa. Será mejor que no hagáis tonterías y me respondáis-, dijo mirando hacia atrás señalando a los compañeros que les observaban a escasos metros. -¿Qué trabajo hicisteis ayer?-
Antes de poder continuar, Teemu, el nórdico, empujó de un puntapié la mesa tirando a Barak al suelo. La ira del enano era brutal. Se incorporó hecho una furia, al tiempo que sus compañeros equipaban las armas disuadiendo cualquier amago de los parroquianos.
-Tranquilos-, dijo Nargond. Teemu esquivó el primer golpe del enano, pero el siguiente le acertó en el estómago haciendo que se doblara sobre sí mismo y provocándole una falta temporal de aire en los pulmones.
-Ya estoy más tranquilo. ¿Vamos a hablar ahora?-. Preguntó Barack mientras recogía el taburete y volvía a sentarse, haciéndole señas al camarero para que llenase.
-Joder, no sabes aguantar una broma- comentó el enano.
Tras un par de cervezas confirmaron que habían sido ellos los del asalto a la casa, pero que sólo formaban parte para crear una distracción en la calle. El golpe lo había dado Solveig Thundrum y suponían que buscaba algo en particular en la casa. Podrían localizarla en el pozo del Gallo. Una cicatriz en la cara la identificaba fácilmente.