lunes, 24 de septiembre de 2012

Capitulo X




Kiefer tomó con desagrado el Líber Mutantis. Las pastas del libro eran de piel y su instinto le decía que bien podría ser humana. En el interior encontró un pequeño pergamino que leyó en voz alta.
“Para desgracia del nombre de Tzeentch, El Gran Maestro está muy satisfecho con el gran sacrificio perpetrado en Middenheim. Pese a la depravación y la repugnancia que siempre porta el infame señor de las moscas, el enorme coste provocado por las acciones de Stark han despertado las envidias de los rivales de la gran inmundicia. Ahora llega tu turno, esperamos por tu parte un sacrificio digno de Tzeentch.”
Fieles sirvientes del Gran Maestro
Jethebelle Kannigur
El resto continuó examinando la tosca gruta, en busca de una vía de acceso subterránea por donde los skavens podrían haber transportado la enorme cantidad de piedra bruja allí presente. No tuvieron éxito.
Detrás del cráneo metálico que hacía las veces de farol, encontraron un antiguo retablo de madera en un marco de hierro y oro. La imagen representaba a un guerrero umberógeno portando un enorme martillo de guerra. Lo identificaron con Sigmar, con la peculiaridad de encontrar el retablo invertido.

Con el retablo y el con el libro maldito en su poder, salieron al exterior. Barak  distinguió a un grupo entre las sombras, que poco a poco los iban cercando por las calles adyacentes.
Rokatanski sonreía mientras equipaba su gran hacha, al igual que hacía el resto de compañeros. No contaron más de siete contrincantes, sin ningún tipo de armadura. El grupo se mantenía expectante en medio de la calle, tranquilos ante unos desconocidos, que a las malas, no supondrían ningún problema. Un virote que recibió el enano desencadenó la carga.
Rokatanski y Barak cargaron contra un flanco, mientras que Kiefer y Eddrick cargaban en sentido opuesto. Thomas, como de costumbre, quedó rezagado dando cobertura a sus compañeros con su honda. Cuando el combate estaba casi resuelto, escucharon gritos en nombre de la guardia, que no tuvieron ningún efecto. Por el rabillo del ojo, Barak observó una figura que se abalanzaba hacia él, portando un enorme pico a dos manos. Cuando se disponía a intentar esquivarlo, la fugaz figura acabó con su adversario.
-Buenas noches patrón. ¿Me echaba de menos?- comentó irónico Gotthold mientras sacaba el arma del pecho del infeliz.
-¿Qué haces aquí Gotthold?- preguntó su patrón.
-Ha aparecido por la casa el cazador de brujas del dios humano. Me ha dicho que venga a salvaros ahora- mientras observa los cadáveres en mitad de la calle -o que os rescatara mañana del templo de Ulric- dijo mientras se encogía de hombros.
-¿Eso es todo lo que te ha dicho?
–Sí patrón. No se preocupe por el cultista, se estará quietecito. Creo que no le apetece que le salgan cuernos- comentó enigmático mientras ayudaba a mover los cuerpos. Tras registrar los cadáveres, los metieron dentro del almacén de grano. Sólo algunos estaban tatuados con la mano purpura.

Al adentrarse en las calles, presenciaron una gran actividad por parte de milicianos y guardias de la ciudad que detenían, interrogaban y en ocasiones se llevaban arrestados a la población. Cuando un miliciano les dio el alto, Gotthold se acercó a él con paso decidido.
-¿Qué está pasando, guardia?-
-Nadie puede estar en las calles después de la puesta de sol. Ha sido decretado el toque de queda.- contestó el soldado de forma marcial.
-¿Y eso por qué?-
-Se han producido ataques mutantes por toda la ciudad. Bueno, y ¿qué coño hacéis vosotros en la calle?-
-Nos dirigimos a nuestra casa, si es eso posible, jefe.-
-Pues empezad a andar si no queréis dormir en los calabozos, con unas cuantas ostias como cena. ¡Largo de aquí!-

La tensión en las calles era palpable. Las detenciones no sólo las realizaban los guardias. La propia población comenzaba a tomar cartas en el asunto. Bien fuera por miedo a la amenaza mutante, bien para saldar antiguas cuentas personales, las acusaciones y linchamientos se extendían por toda la ciudad. Éstos eran los disturbios vaticinados por Wilfred Torehbud. Y ellos debían atravesarlos para llegar a su destino. Todos salvo Kiefer, que se dirigiría en solitario, directamente hacia su templo.

En uno de estos episodios, vieron como un grupo de exaltados llevaban un cuerpo maniatado, con la cara destrozada, hacia una pira. Del cuello le colgaba un cartel con un tosco dibujo de un hombre bestia. En su cabeza vieron una pequeña cornamenta.
-¿No se celebran juicios en esta ciudad antes de quemar vivo a alguien?- cuestionó Eddrick. Al acercarse a la futura víctima, vio hilo de bramante en su cabeza.
-¡Es un maldito hombre bestia y debe morir! Mira sus cuernos y su cara amorfa- gritó quien lo empujaba hacia la pira.
Eddrick se acercó y cortó con la daga el hilo que unía la falsa cornamenta a la cabeza del infeliz. Encarándose al acusador, le espetó, - un hombre bestia, ¿no?-
-¡También ha engordado muchísimo! Antes era como ese- chilló señalando al escuálido Thomas.
Tras un guiño cómplice a su patrón, Gotthold se acercó al reo,  balanceando el pico en una mano. – No se preocupe herr….-.
-Lotharn von Mathaus- respondió el asustado y gordo prisionero.
-No se preocupe herr Mathaus. No le pasará nada.- Dijo el norlandés con un brillo de codicia en los ojos. – ¡Largo de aquí basura! -, gritó encarándose a sus captores con su gran arma. El efecto fue inmediato y se retiraron entre maldiciones.
-Gracias joven. Sólo soy un prestamista y esta chusma quería asesinarme para evitar pagar sus deudas-. Expresó el agradecido Lotharn.
-Tranquilo, tranquilo herr Mathaus. Ya me lo agradecerá- comunicó Gotthold mientras le acompañaba asiéndole por el brazo.

Durante el trayecto hacia casa fueron detenidos en varias ocasiones por la guardia, y en tantas otras respondieron que sólo intentaban llegar a su hogar con la máxima prontitud. Cerca de la Reikplatz, presenciaron cómo un guardia empujaba y propinaba golpes a una niña de unos diez años, mientras la perturbada plebe se desgañitaba. La locura se había apoderado de los humanos, pensó Barak mientras se encaminaba hacia allí.
-¿Qué demonios ocurre aquí?- Inquirió. De cerca, observó sorprendido, que la niña tenía tres brazos.
-¡Vamos a quemar a esta maldita mutante! ¿Quién demonios eres tú para entrometerte en asuntos de la guardia?-
- ¡Es un mutante como la niña! ¡Mirad que piernas más cortas tiene!- chilló uno de la masa captora.
 – ¡Intenta rescatarla! Es un mutante también!- gritó otro
-¡Prendedle! ¡Quemadle junto a ella!
La turba se agregaba en torno a ellos, gritando e increpando a la guardia que los prendieran. Thomas, Gotthold junto a herr Mathaus se escabulleron al ver que la situación se estaba complicando más de la cuenta, dejando solos al enano, al ogro y al batidor frente a la multitud enloquecida.
A Barak, la situación le recordó vivamente un sueño que tuvo, ahora sabía que premonitorio. Miró a la niña, mientras pensaba que seguramente fuese una víctima inocente de los envenenamientos con piedra bruja. Ahora estaba condenada y la situación para ellos no pintaba demasiado bien, con toda aquella chusma histérica rodeándoles y pidiendo sus cabezas.
Aun así afirmó los pies en el suelo mientras cogía con fuerza el martillo en su mano. Sin prestar atención a la masa se encaró al que parecía un oficial.
-¿Quién está aquí al mando? ¿De qué se nos acusa?-
-Aquí mando yo, el capitán Schulmann. Se os acusa de ser mutantes. Acompañadme- ordenó mientras miembros de la guardia imperial les rodeaban.
-No voy a permitir que nadie me insulte y menos que me acuse de mutante. ¿Ha conocido a algún enano mutante, oficial?!- Bramó Barak con el rostro rojo de ira. Tampoco estaba dispuesto a ser arrestado ni a qué le pusieran las manos encima.
-Oficial nos acusa injustamente. Ayer estuvimos sentados en el gran banquete como invitados de la familia Steiger y aquí tengo un papel de la prometida del erario de Null, Illesia Steiguer, agradeciéndonos nuestro trabajo y…- comenzó a explicar Eddrick, intentando templar los ánimos,  cuando se escucharon órdenes marciales a su espalda y un grupo de guerreros con una piel de lobo sobre armaduras completas se unieron a ellos.
-Capitán Schulmann! Éstos están conmigo. Yo me hago cargo de ellos- Ordenó el sumo sacerdote Klaus Liebnitz. -¡Templarios, escoltadlos hasta el Templo del Grandioso Ulric1- Rodeados por una docena de Caballeros Templarios del Lobo Blanco, Barak recordó las palabras que le había dicho Gotthold al salir del almacén.

Cuando el grupo llegó escoltado por el Sumo Sacerdote Adjunto Klaus Liebnitz, Kiefer los estaba esperando junto al Padre Ranulf. Una vez que los sacerdotes cerraron las puertas del Templo, Liebnitz se volvió hacia ellos sin ceremonias.
-¡Bastantes disturbios hay en la ciudad como para que vosotros vayáis armando alboroto! Los cultistas han atacado los pozos de la zona norte y la población está mutando. Decidme sacerdote- ordenó clavando una dura mirada en Kiefer -¿Qué habéis descubierto?-
-Señor- contestó Kiefer – encontramos este libro en una guarida de cultistas.- Y a continuación cuenta a su superior todo lo ocurrido. –Entre las hojas del libro estaba esta nota.- Añadió entregándole un trozo de papel arrugado.
El superior de la de la Orden de Ulric leyó detenidamente el papel que le entregó su subordinado y en su rostro se dibujó una sonrisa maliciosa, que se iba haciendo más grande con cada línea que leía.
-Parece que habéis sobrevivido a vuestro propósito.- Dijo más para sí mismo que para el grupo de aventureros. –Siento mucho decepcionaros,- añadió fingiendo preocupación - entregad las armas y no moriréis. Quedareis confinados en las mazmorras del Templo hasta nueva orden.-
Los aventureros se miraban unos a otros sin comprender que estaba ocurriendo, mientras eran rodeados por una docena de Caballeros Templarios del Lobo Blanco con su gran martillo a dos manos listo para ser usado contra los recién llegados. Poco a poco, la incredulidad de sus rostros daba paso a la ira, a la vez que iban comprendiendo lo que sucedía.
-¿Qué sucede hermano?- suplicó Kiefer pidiendo explicaciones al Padre Ranulf, que permanecía completamente atónito a lo que ocurría.
-Hay cosas urgentes que requieren mi atención.- se despidió el Sumo Sacerdote Adjunto. -¡Guardias! Quitadlos de mi vista.-
Los aventureros, muy a su pesar, no tuvieron más opciones que soltar las armas. Lo contrario hubiera sido un suicidio, teniendo en frente a doce miembros de la elitista guardia ulricana.
-¡Por Ulric que pagaras por esto!- gritó Kiefer mientras era conducido a empujones fuera de la estancia junto a sus amigos.
Tras quitarles todas sus pertenencias salvo sus ropas, fueron arrojados al interior de la última celda de una oscura y maloliente sala en las mazmorras del templo. La celda era una pequeña habitación excavada toscamente en la roca. Unos gruesos barrotes de hierro bien fijados impedían que nadie saliera sin el permiso del carcelero, quien poseía la llave de la celda. En el interior apenas tenían espacio debido al volumen del ogro. Unos y otros no paraban de decirse lo estúpidos que eran por haberse dejado engañar y apresar por el Sumo Sacerdote Adjunto. Kiefer permanecía inmóvil junto a los barrotes con la mirada perdida, demasiado afectado por la traición de su superior.
Tanto Barak como Eddrick gritaron a través de los barrotes preguntando por otros prisioneros. Una voz conocida les respondió.
-Creo que os conozco….- murmuró una débil voz. –Mi nombre es Jack Harnhess, estaba investigando a un culto de Tzeentch que estaban envenenando los pozos de la ciudad…cof, cof…. Una pista nos llevó a la taberna “La espada y el mayal”…. Cof, cof, cof….Había muchos mutantes y un montón de cráneos ensangrentados, mi compañero y yo cogimos un libro y conseguimos escapar…..- y añadió tras una larga pausa.- los guardias nos rodearon y nos apresaron.-
Por mucho que intentaron comunicarse con el cazador de brujas, les fue en vano. Probablemente el prisionero estaba gravemente herido o peor aún, muerto. Por la mañana mientras el carcelero les entregaba una jarra de agua y pan duro, Kiefer se le acercó recitando una plegaria a Ulric, pero para mayor desconcierto del sacerdote ningún efecto tuvo sobre su celador. Ante la negativa de Ulric a responder sus plegarias Kiefer se arrodilló en una esquina de la celda y se puso a rezar a su Dios en busca de consuelo.

Al anochecer del siguiente día, en el exterior del Templo de Ulric, una masa de personas enardecidas se congregaba junto a la puerta de entrada. El mercenario no había perdido el tiempo y como ya le había advertido Torhbud, se dispuso a rescatar a su patrón y amigos del interior del templo teutón. Para ello, había aprovechado los festejos de la ciudad y tras encontrar una taberna cercana al templo, atestada de ebrios parroquianos, los que animó con unas cuantas rondas más. El alcohol, unido a la eterna enemistad entre Altdorf y Middenheim, entre los seguidores de Sigmar y los de Ulric, junto con ciertos comentarios susurrados a la oreja del alborotador adecuado, acompañaron el cambio de bolsillo de algunas monedas. Esto dio lugar a una multitud de buenos y amables ciudadanos de Altdorf, armados con sillas, botellas, antorchas o cualquier cosa que pudieran coger con sus manos. Pedían a gritos la cabeza de Al-Ulric y de sus sacerdotes por ser los causantes de todos los males que asolaban el Imperio. De entre la muchedumbre, surgió un carro de heno en llamas que fue directamente a estrellarse contra las puertas del Templo, abriéndolas de par en par. Espoleados por dos individuos encapuchados, los exaltados y ebrios ciudadanos cargaron en tropel contra los sacerdotes que salían al exterior a apagar las llamas, ajenos a lo que se les venía encima.
Aprovechando la confusión reinante en el Templo, Gotthold y Thomas consiguieron escabullirse al interior, antes de que un destacamento de Templarios del Lobo Blanco, con sus pieles lupinas sobre las brillantes armaduras, comenzara a cerrar filas y desalojaran a golpes las puertas del Templo.
Los dos extraños comenzaron a moverse sigilosa y aleatoriamente por el interior del Templo, ya que ninguno de los dos había estado antes en su interior. Cuando se disponían a abrir la enésima puerta del laberíntico interior del monasterio, desde un pasillo en sombras, alguien les llamó la atención.
-¡Shheeee, shheee!- susurró un sacerdote de edad avanzada, con barbas y cabello desgreñado. – Vuestros amigos están por aquí. Tomad la llave, un solo guardia custodia las celdas.- Después de entregarles una llave e indicarles unas escaleras que bajaban, se marchó sin despedirse. Thomas y Gotthold, tras mirarse unos instantes en silencio, se encogieron de hombros y bajaron a las mazmorras con sigilo.
Al final de las escaleras había una puerta con cerradura. Thomas introdujo con cuidado la llave que le había dado el monje y poco a poco fue abriendo la puerta. Gotthold apuntaba con su ballesta mientras la puerta se abría. El carcelero se despertó con el ruido de los goznes oxidados de la puerta y antes de que se pusiera en pie, tenía clavado un virote en mitad de su oronda panza. A pesar de la herida, empuñó su porra y se abalanzó sobre Gotthold, mientras Thomas le lanzaba una piedra sin acierto. El mercenario recibió un golpe contundente en el brazo mientras soltaba la ballesta y la cambiaba por su enorme pico. Fue rápido, tras dos certeros golpes, el carcelero yacía sin vida en el sucio suelo de las mazmorras.
Thomas cogió las lleves del finado y liberó a sus amigos. Barak le indicó que abriera la celda del otro prisionero. El cazador de brujas tenía el rostro desfigurado por los golpes y apenas podía mantenerse en pie.
-Debemos ir al Templo de Sigmar……Mis hermanos sabrán que hacer.- consiguió balbucear el herido.
Sus pertenencias se encontraban en una celda contigua. Eddrick rebuscó en su zurrón y se acercó al templario y a Gotthold, que se dolía del brazo.
            -Tomad, beberos esto.- Dijo mientras les entregada una pócima curativa.
-Debemos salir de aquí.- apremió Gotthold –Apenas se oyen ruidos de los disturbios. Hay una ventana en la planta de arriba por la que podríamos salir.-
-¿Dónde se supone que vas?- preguntó Barak que se había percatado de que Kiefer estaba saliendo de las mazmorras en silencio.
-A encontrar al Sumo Sacerdote Adjunto.- contestó con rostro sombrío.
-Voy contigo muchacho.-
-Gracias enano, pero esto es algo que debo de hacer solo.- dijo solemne el sacerdote que se marchó sin esperar respuesta.
Eddrick puso a prueba una vez más sus habilidades adquiridas como leñador y trepó hasta unos ventanales. Tras asegurar unas cuerdas, fue ayudándoles, uno a uno, hasta que todos estuvieron fuera de los muros del Templo. Antes de bajar, echó un último vistazo hacia donde había desparecido su amigo Kiefer, sin poder hacer otra cosa que desearle suerte. Una vez a salvo, se dirigieron con paso presuroso hacia la catedral del Sigmar, mirando de vez en cuando a sus espaldas para asegurarse de que nadie les seguía.

Kiefer se puso la capucha de su túnica y se dirigió con paso rápido hacia el despacho del Sumo Sacerdote Adjunto. Por el camino, se cruzo con unos cuantos sacerdotes, que lo identificaron como uno más del monasterio. Abrió la puerta con la esperanza de encontrarle, pero el interior estaba vacío. Registró, en vano, toda la sala buscando alguna prueba incriminatoria. Tras meditarlo un momento, se encaminó, con miradas furtivas sobre su hombro, hacia el dormitorio de su superior, situado en un edificio anexo a la parte trasera del Templo. Al llegar a la puerta de la celda, la abrió sin ceremonias. El mobiliario de la habitación era austero. Una mesa, una silla y un jergón de paja, como cualquier otra celda del Templo. Aquí tampoco estaba lo que buscaba. Debía marcharse enseguida, pues una vez acabado el alboroto, registrarían el interior y si cualquiera de sus hermanos se fijaba en él con detenimiento, le reconocerían y atraparían. Se encaminaba, abstraído por vengativos pensamientos, hacia el lugar por donde habían huido sus amigos. Sin saber cómo, sus pasos le llevaron al salón de la Llama Eterna. Tenía poco tiempo, pero había una cosa que debía hacer. Su rostro era pura determinación. Con la mirada fija en la llama sagrada, poco a poco, se remangó el brazo izquierdo. Pese a la cercanía del fuego, un frío invernal le envolvía. No sentía el calor, solo una ira helada. Sin temor a las llamas, introdujo pausadamente su brazo en el fuego.
-¡Juro por la Llama Sagrada de la Fauschlag que esta deshonra será expiada!- sentenció solemnemente, mirando fijamente, a través de las llamas, a los ojos de una estatua de Ulric. Cuando sacó el antebrazo de la pira, su piel estaba encarnada. Llagas y ampollas, comenzaban a aflorar. Ignorando el dolor de la quemadura y con la promesa en los labios, se dirigió en pos de sus compañeros, saliendo al exterior por la ventana.
Corrió por las calles de Altdorf hacia el Templo de Sigmar, intentando dar alcance al resto del grupo. Cuando llegó a las puertas del Templo, se encontró con una multitud aporreando las puertas y gritando: ¡Quemad a los herejes! ¡Muerte a los seguidores del caos y los que les ayudan! ¡Incinerad a los mutantes! Estaba claro que no encontraría a sus amigos entre tanta gente. Si habían conseguido entrar al interior de la catedral sigmarita, él no tendría manera de seguirlos, por lo que se fue a la casa a esperar su regreso.

En el corto trayecto que separaban los dos templos de los principales dioses imperiales, el grupo de aventureros que acababa de escapar de los muros del Templo de Ulric, presenció el aglutinamiento de una multitud histérica sedienta de sangre, ante el edificio anexo al templo de Sigmar, donde se encontraba la sede de los hasta entonces temidos cazadores de brujas.  Alborotadores y demagogos impulsaban la ira de la plebe que inconscientemente canalizaba su odio hacia una institución que había cometido frecuentes atropellos y ajusticiamientos en nombre de la lucha contra el caos. Ahora reclamaban que entregaran a un cazador de brujas allí refugiado, acusado de ser bien un mutante o un seguidor de los dioses oscuros, para que purgara sus pecados en las piras que tenían preparadas para tal fin.
Siguiendo a Jack Harnhess, se alejaron de la abarrotada puerta principal y se encaminaron hasta una puerta lateral más despejada, donde amedrentaron a los pocos allí concurridos y  entraron tras golpear la puerta a modo de código.
- Como nos traiciones, eres hombre muerto- le amenazó Gotthold cogiéndole del hombro antes de entrar.
- La Ordus Fidelis no traiciona-, le espetó ofendido el templario, sacudiéndose al norlandés de encima.
Tras departir con un compañero, Jack les guió hasta  una habitación donde les aguardaba  sentado en un rincón Wilfred Torehbud. Les observaba como  a desconocidos y por primera vez, lo vieron sin parche. Al poco, apareció un clérigo de unos sesenta años y mirada severa, que extrañado al reconocer a Barak, examinó al resto. Se giró hacia Torehbud y éste asintió con la cabeza.
-Veo que habéis estado ocupados. Creo que debemos presentarnos, soy  el Alto Capitular Werner Stolz-. Tras las oportunas presentaciones, continuó.-Debo agradeceros el rescate de Jack Harnhess y vuestra colaboración contra las sectas del caos-. Dijo mientras tomaba asiento. –Tenemos un problema inminente como habréis podido comprobar en las afueras del edificio. Julian Tennan se encuentra bajo arresto acusado de pertenencia al caos y será juzgado dentro de tres días. Desgraciadamente, no es posible realizar ningún rescate-, dijo con la mirada fija en Harnhess.
-¿Qué tiene eso que ver con nosotros?- interrumpió Barak.
-Pues que está en juego la estabilidad del imperio. Si Tennan es declarado culpable, la Ordus dejará de contar con la protección de este templo y vosotros caeréis con ellos-. Respondió tajante.
-Hay una gran diferencia entre pedir nuestra ayuda y en coaccionarnos amenazándonos- contestó duramente el enano.
-Barak, no tomes mis palabras tan literalmente.
-Las palabras tienen valor y peso. Así las interpreto.- respondió con firmeza.
El alto capitular chasqueó la lengua antes de continuar. –Intentaré entonces que mi mensaje sea más claro. Jack Harnhess debe ser absuelto en el juicio. Si es declarado culpable morirá y los miembros del Ordus Fidelis deberán ser jugados por el Gran Teogonista Volkmar, quien tendrá que repudiarlos y condenarlos públicamente, para no verse perjudicado ni él ni su iglesia.- Expresó con calma el clérigo. -Pero el daño ya estará hecho. La credibilidad y la integridad de la iglesia de Sigmar se cuestionará y esto será aprovechado por la iglesia de Ulric-. Ante la atenta mirada del grupo, prosiguió. -Desde que llegó el sumo sacerdote Liebnitz, el culto de Ulric está creciendo fuertemente en Altdorf, así como su poder. Sus ojos están puestos sobre esta iglesia y no dudará en utilizar todos sus recursos en hacerla caer. La confrontación entre los dos cultos se extenderá por el imperio provocando una guerra civil. Esto, unido al gran número de siervos del caos dentro de nuestras fronteras, puede tener unas consecuencias desastrosas-. Al acabar su discurso, cruzó los  brazos, observando sus expresiones.
 El grupo meditó inquieto las palabras de Stolz. Eran más que razonables, sobre todo después de la traición de Liebnitz.  El Alto Capitular les dejó recapacitar unos  momentos más antes de proseguir.
–Ahora comprendéis las consecuencias de la caída de Tennan. Debe ser absuelto y eliminada cualquier rastro de duda.-
 -¿Qué pruebas hay contra él?- Inquirió Eddrick.
-Las investigaciones que llevaban en los pozos de la zona norte de la ciudad llevaron a Harnhess y a Tennan hasta una taberna llamada “La espada y el mayal”.  En el sótano descubrieron un altar de cráneos en honor a Khorne y simbología de una calavera roja. Sorprendieron a unos cultistas mutantes, contra los que lucharon, tomando un libro, el  Líber Caotics, como prueba y huyeron de allí heridos. Oportunamente, unos guardias de la ciudad, fieles a Ulric, les estaban aguardando y les detuvieron tras una breve escaramuza.- 
 -¿Qué quiere que hagamos?- Cuestionó el batidor.
-Wilfred y Jack no puede abandonar este edificio. Habéis demostrado ser de confianza y que podéis moveros sin iniciar un motín. Debéis encontrar pruebas y entregádmelas para poder absolver a Tennan en el juicio-.
 -¿Qué ganaremos con todo esto, aparte de la satisfacción de luchar contra el caos?- Preguntó Thomas.
-Precisamente eso. La gracia de Sigmar es grande-. Se acercó al malherido Rokatanski, al que ofreció su mano. Al tomarla, murmuró una plegaria a Sigmar. A partir de su mano, un leve fulgor recorrió el cuerpo del ogro, sanando todas sus lesiones. También ofreció su mano a todos aquellos heridos. Cuando llegó su turno, Gotthold recusó.    -Gracias, puedo apañármelas solo. No necesito las bendiciones de su dios humano. En cambio, prefiero que me escriba un salvoconducto para evitar a la guardia de la ciudad.-
-Parece que Liebnitz está implicado en cultos del caos. Deberíamos seguir sus pasos-, comentó Barak.
-Son necesarias más que palabras para una acusación tan grave. De todos modos está siendo vigilado-. Respondió el clérigo.
-Quizás no sea suficiente. Hay multitud de amenazas en la ciudad. Cultistas de la mano púrpura, skavens, demagogos levantando al pueblo, este culto de Khorne. ¿De verdad no pensáis hacer nada?- Insistió el enano.
-Te repito que los recursos con los que cuento ya están siendo utilizados.  Hasta que no pase el juicio, nuestra capacidad de maniobra está limitada-. Respondió, un tanto hastiado, Stolz antes de proseguir. -Vuestra lucha contra estas fuerzas es reciente. Nosotros estamos habituados a esta guerra, así que tendréis que confiar en nuestro criterio-.


Amaneció el sexto día desde su llegada a Altdorf. Desayunaron antes de ponerse a la faena, con excepción Kiefer. Desde que escapó del Templo de Ulric,  no había probado bocado y se había vuelto más huraño si cabe. Thomas salió a la calle a preguntar dónde estaba exactamente “La espada y el mayal”. Antes de partir, el clérigo curó las heridas de Gotthold y preguntó al resto del grupo.
-¿Qué vamos a hacer con el prisionero? No podemos dejarlo aquí, podría escapar. Ya no nos es útil.
-Que se lo coma el Ogro, seguro que se ha quedado con hambre.- bromeó el mercenario.
-Vale.- contestó Rokatanski, mientras subía las escaleras ante las caras horrorizadas de todos. Los ahogados gritos del cultista duraron poco y enmascaraban el sonido de extremidades desmembradas y huesos machacados. Los ruidos de la potente musculatura de las tripas del ogro le acompañarían durante unas horas.

“La espada y el mayal” era una pequeña taberna de dos plantas, algo destartalada, situada en uno de los barrios bajos de la ciudad. Se encontraba abierta, así que los aventureros se introdujeron tras comprobar que nadie les estaba vigilando.
El interior de la taberna era oscuro y estaba mal ventilado. Olía a humo y humanidad. El serrín empapaba los restos de bebida y vómito. Había ocho clientes, guardias de la ciudad y mercenarios, distribuidos alrededor de varios toneles que hacían las veces de mesa. Una barra de madera cruzaba todo el lateral del local. Tras ésta había una puerta y un hombre robusto de unos cuarenta años, algo calvo y con el rostro cruzado por cicatrices recientes.
-Llena compadre.- le dijo un alegre Gotthold mientras todos se colocaban junto a la barra.
-Parrese que la vida te ha trratado mal.- dijo con voz ronca con acento extranjero, mientras un fornido kislevita golpeaba en el hombro a Barak.
-Igor, ¿Qué haces aquí?- le preguntó sorprendido el enano. –Posadero, una botella de kvas para mi amigo.-
Compartiendo bebida, Igor les contó que después de lo de Illesia su grupo había tenido poco trabajo. Nada desde que llegaron a Altdorf, por lo que pasaba los días bebiendo de taberna en taberna, esperando que alguien les contratase.
-Esta maldita bebida… va a acabar conmigo...cada vez recuerdo menos cosas, maldita sea-, murmuraba el kislevita.
Barak pensó en las palabras del kislevita y tuvo una idea. Mientras continuaba pendiente del local, le confidenció, -puede que aparezca algún trabajo en estos días. Ten esta moneda-  dijo mientras sacaba una de oro. –Intenta no emborracharte los próximos tres días por si te necesito-.
Mientras, Thomas se escabulló tras la barra cruzó la puerta y subió unas escaleras. Llegó a un pasillo con varias puertas. La primera daba a un almacén. Otra, con una mirilla en la puerta, daba a una pequeña habitación con todo el mobiliario al revés pegado en el techo. La observó extrañado y continuó. En la tercera encontró lo que buscaba. Bajo la cama del dormitorio había un pequeño cofre de madera, que no tardó en forzar. Contempló sonriente su dorado interior y pensó en el enano. Se sentó en el suelo y comenzó a probar y a contar con calma. Ciento cincuenta y tres mordiscos tuvo que dar. Satisfecho, guardó los preciosos karls una bolsita, que introdujo en el interior de su ropaje y bajó las escaleras.
Kiefer, harto de perder el tiempo, saltó la barra sin disimulo y pasó la puerta sin prestar atención a los gritos del tabernero.
-¡Eh tú! ¿Dónde te crees que vas?- dijo cogiendo algo de bajo la barra.
-Tranquilo amigo.- dijo Eddrick, empuñando el hacha con ambas manos.  -Al que se mueva me lo cargo.- Añadió para que todo el mundo le oyera.
Los parroquianos miraban al batidor y al ogro una y otra vez sin saber qué hacer. Éste estaba ante la puerta que había trancado y sostenía con una sola mano su enorme hacha.
-Cerveza para todos.- dijo Eddrick poniendo una moneda de oro sobre la barra.
Barak y Gotthold se unieron a su amigo Kiefer en el sótano de la taberna, una vez comprobaron que la situación arriba estaba controlada. Un montón de toneles de vino se disponían ordenadamente a lo largo de las paredes del sótano. El mercenario golpeó con su pico, destrozando varios barriles y esparciendo su contenido por el suelo. Debajo de uno de los barriles encontró un agujero por donde se escurría el preciado líquido. El agujero daba a un estrecho túnel excavado a mano, con símbolos de Khorne pintados con sangre por doquier.
Se introdujeron en el interior del túnel salpicando a cada paso. El piso estaba encharcado de sangre. Un poco más adelante encontraron una habitación irregular. Al fondo de la misma hay un motón de cráneos humanos acumulados unos encima de otros formando un horrible altar en honor al Dios de la Sangre. A la derecha había un pasaje. Sin previo aviso dos figuras saltaron de entre las sombras y se abalanzaron sobre ellos. Frente a Barak se encontraba un mutante con cabeza de perro y unos enormes y desproporcionados dientes se cerraron a escasos centímetros de la garganta del enano. Kiefer no tuvo tanta suerte. Recibió un profundo zarpazo en el abdomen, que le desgarró la túnica y añadió más sangre al suelo, de un mutante con tatuajes y escarificaciones por todo el cuerpo en honor a Khorne y unos brazos que llegaban al suelo, acabados en unas afiladas garras. El clérigo lanzó un débil golpe que el mutante esquivó con facilidad y recitó una plegaria a Ulric, cuya bendición detuvo la hemorragia. Gotthold, una vez repuesto de la sorpresa, golpeó al mutante con cara de perro al igual que Barak. El mutante cayó en unos instantes bajo los golpes de los dos. Kiefer mantuvo a raya al otro enemigo, que no dejaba de lanzar rapidísimos ataques con sus afiladas garras, el tiempo suficiente para que sus amigos se unieran a su combate y juntos, acabaran con él.
Barak se asomó por el pasaje, daba a otra sala completamente vacía a no ser por una jaula de hierro que había en el centro. Prisionero en su interior había un niño sollozante, al que liberaron tras asegurarse de que no es otro mutante. El chiquillo les contó que se llamaba Johann Opfer y que creía llevar dos días prisionero. El día anterior vio a un hombre rubio, con sombrero de ala ancha y armado con una pistola y un hacha, al que atacaron los dos mutantes y tuvo que huir para no perder la vida, llevándose bajo el brazo un libro de gran tamaño. Un hombre con la cara cubierta de cicatrices era el que mandaba sobre los mutantes. Mientras Barak calmaba al muchacho y hablaba con él, Kiefer se dedicó a destrozar el altar hecho a Khorne. Con sus mazas, destrozó uno a uno todos los cráneos de la habitación.

En la taberna el ambiente estaba cada vez más tenso. El tabernero cubierto de cicatrices no dejaba de lanzar miradas a las escaleras. En cuanto comenzaron a escucharse ruidos de combate se armó de valor y atacó con un garrote a Eddrick. Su golpe fue precipitado y no alcanzo al batidor que esperaba una reacción similar. Con dos rápidos y precisos movimientos de su hacha dejó al tabernero en el mugriento suelo del local, con dos nuevas cicatrices en su panza por las que lentamente iban saliendo sus intestinos.
-¿Alguien más?- Gritó desafiante. Inmediatamente todos los parroquianos acacharon la cabeza mientras apuraban sus bebidas.

Los tres aventureros subieron a la taberna a la vez que Thomas bajaba sonriente de la planta de arriba.
-Arriba no hay nada, solo una extraña habitación con los muebles pegados al techo.- Dijo enseñando las palmas de las manos vacías. Kiefer subió para ver a qué se refería Thomas.
-Que cojones es eso.- Preguntó Kiefer a uno de los clientes.
-¡Es la habitación del borracho!- Dijo asustado. –Metíamos dentro al primer hombre que caía al suelo borracho y luego mirábamos por la mirilla. ¡Por favor! ¡No me matéis!- añadió orinándose en los calzones.
-Llevar testigos.- rugió el ogro desde la puerta.
Anotaron los nombres de cada uno de los que se encontraban en la taberna,  después de enseñarles los mutantes y los restos del culto. Gotthold también introdujo dentro a una puta que se encontraba ofreciendo sus encantos cerca de la puerta y que había presenciado la captura de los cazadores de brujas dos días atrás. Antes de terminar de anotarlos se dieron cuenta de que ninguno de los nombres anotados tendría validez alguna. Sería imposible de localizar a Karl el borracho, Johan el vinos, Tom el estibador…. si es que esos eran sus verdaderos nombres. Eddrick cogió quince coronas de oro de la caja de caudales de “La espada y el mayal”, cerraron la taberna con llave y se marcharon a la sede de los cazadores de brujas protegiendo al chaval.
Al llegar a la puerta lateral del recinto, Barak tocó en la puerta con una sucesión de rítmicos golpes. Un hombre abrió la puerta y les condujo a la presencia de Wilfred Torehbud al que informaron de lo sucedido.
-Con el testimonio del chico en el juicio bastará- Dijo el cazador de brujas convencido.
-Podrías darme información sobre esto.- Pide Kiefer mostrándole la daga de obsidiana.-Lo dejaron en la puerta de la casa, creímos que fuisteis vosotros.-
-No fuimos ninguno de nosotros. No te puedo decir nada sobre ella, aunque si la nota ponía tu nombre, te la tuvo que enviar alguien que te conoce. Si estuviera aquí Julian…..-
-¿Y qué me dices de Jethebelle Kannigur, gran maestro del culto de Tzeentch?- interrumpe Barak.
-Nunca he oído hablar de él.- contestó Wilfred.
-Conoce a tu enemigo.- espetó con brusquedad Barak. -Anoche decías que no te acordabas de nosotros, ¿Y esto, lo recuerdas?- añadió el enano mientras le entregaba de manera brusca la nota que Gotthold le entregó a Kiefer el día que se conocieron.
El cazador de brujas miró detenidamente el papel sin responder a las preguntas.
-Ah! Entonces la recibisteis…
-¿Recuerdas que moristeis?- le suelta Eddrick.
Wilfred Torehbud levantó la vista del papel para mirar a los ojos del batidor. En su rostro se refleja la tristeza y el pesar de quien ha aceptado su destino. –Sí, lo recuerdo.- Fue lo único que dijo antes de marcharse.

Cuando llegaron a la casa que alquilaban, Gotthold se puso el parche para asegurarse de que no hubiese ningún demonio. A su mente volvieron los recuerdos…. Era de noche y subía una colina, a mi alrededor había tumbas y panteones, saqué mi arma y ataqué a dos hombres armados, justo antes de coronar la colina había un conclave de figuras encapuchados alrededor de Illesia…. El clérigo anotó este nuevo suceso en su cuaderno mientras todos reflexionaban sobre lo que implicaban las palabras del mercenario...