Después de un
reparador descanso, se reunieron mientras desayunaban redor al hogar de la
cocina, para debatir qué hacer en los dos días que tenían antes del
juicio. La declaración de Johan Opfer debería ser suficiente para confirmar la
versión de los hechos de los templarios de Sigmar y conseguir su absolución. El
Sumo Sacerdote Liebnitz era su principal enemigo. Hasta el juicio pocas
opciones tendrían de localizarlo y descubrir sus planes más allá de
desprestigiar a culto de Sigmar. Tenían la certeza que servía a alguno de los
oscuros dioses del caos. El templo que habían descubierto en honor a Khorne, el
apresamiento de Julian Tennan en sus inmediaciones por parte de la guardia
ulricana y la posesión del cráneo del Desollador Rojo así parecía indicarlo.
Poco podrían hacer contra alguien de su posición y poder y contra el que no
tenían ninguna prueba fehaciente más allá de su palabra. En este sentido, el
único testigo con el que podrían contar sería la declaración del padre Ranulf.
El problema claro estaba, sería contactar con él estando confinado en el
interior del templo de Ulric, cuando no muerto.
A pesar de las enérgicas protestas de Kiefer, para quien acabar con
Liebnitz era lo único importante en este mundo, decidieron que más
allá de contactar con el padre Ranulf continuarían sus investigaciones con el
conflicto entre los clanes Steiger, Dannet y Lugus.
El asesinato de Adham
Dannet planteaba varias dudas. El impetuoso joven estaba firmemente convencido
de la implicación de los Steiger en los ataques contra sus tierras e hizo valía
de su honor al enfrentarse en combate singular contra un ogro. ¿Quién estaría
interesado en su muerte? ¿Querrían vincular a la casa Steiger en ella? Su
honorabilidad no era acorde con las tropelías y asesinatos cometidos por
Clayton Alchey, el caballero zorro. La única heredera de los Dannett era la desaparecida Iris, por lo que su prometido, el
rico Reuben Piper y ella podrían estar detrás de todo.
De los Lugus
prácticamente no sabían nada. De la numerosa y decadente familia se encontraban
tres miembros en la ciudad. Marita que había anunciado un nuevo compromiso de
boda en el banquete, el guerrero Naton y el hermano menor, Orton Lugus.
Investigarían pues a
estas casas e intentarían encontrar a Clayton Alchey, la llave que podría
aclararlo todo.
Por último decidieron
que se entrevistarían con Wolfgang Scheunacht, el hechicero brillante que luchó
junto a ellos en el Drakwald y que les ofreció su ayuda cuando llegaron a la
ciudad.
Entre las virtudes de
Rokatanski no estaban la discreción ni la diplomacia para obtener información.
Las graves heridas sufridas en el combate contra Adham Dannett y contra los
cultistas le pedían unos días de reposo que guardaría en la casa.
Thomas como de
costumbre, fue el primero en salir de la casa y sería el encargado de seguir el
rastro de los Lugus. En la puerta de casa, mientras se echaba la capa sobre los
hombros, se volvió hacia el grupo.
-Anoche comentaban en
la taberna que en el campo de Morr se encuentra el cuerpo de un caballero
aparecido flotando en el Reik. Al parecer nadie lo ha reclamado. Puede que no
sea importante, pero tampoco perdemos nada por husmear un poco, ¿no os
parece abuelos?- dijo mientras entrelazaba su dedo índice y
corazón a modo de despedida. Estaba de espíritu animoso. Tenía una buena bolsa
y comenzaba a hacer buenos contactos con los de “su gremio”. A esto
ayudaba, claro está, el diezmo que entregaba religiosamente cada vez que
cobraba. -Por los dados trucados de Ranald,-murmuró,- no van nada mal
las cosas.-
Gracias a sus
contactos en la ciudad y a las indicaciones del posadero donde se hospedaban, visitó
las tabernas y posadas frecuentadas por los Lugus y su séquito, descubriendo
dos importantes noticias. La primera, que Langley Woods, prometido Marita Lugus, había muerto.
Según comentaban, la joven no parecía demasiado afectada. Thomas sonrió. La
fama de Marita como viuda negra estaba bien fundada.
La segunda noticia
era más importante. Iris Dannett se
encontraba en la ciudad. No sólo eso. Se había comprometido con Orton Lugus y
acusaba a los Steiger del asesinato de su hermano.
Tras este
descubrimiento, pensó en volver a casa para informar a sus compañeros,
aunque finalmente desestimó la idea.
Eddrick y Kiefer
llegaron al templo de Morr. Estaba construido con piedra y como todos los
templos del dios de la muerte no tenía puertas. Siempre estaría abierto,
como lo están las puertas de la muerte y los sueños. Tras pasar bajo la entrada
formada por una columna negra y otra blanca, que simboliza la naturaleza dual
de la divinidad, descendieron unas escaleras y se introdujeron bajo
tierra, siendo imbuidos por la paz y tranquilidad del interior. Un
acólito de Morr se les acercó y le preguntaron por un caballero que habían
encontrado ahogado en el Reik. El acólito, dando por hecho que eran familiares,
les condujo hasta la sala donde lo estaban amortajando, dejándolos solos
ante el cuerpo de un hombre de unos cincuenta años, con barba, vestido con una
cota de malla y un tabardo sin ningún motivo heráldico. Examinaron el
cuerpo en busca de tatuajes o alguna marca que les dijera quien era aunque sin
resultado. Kiefer descubrió un pequeño tajo en la parte posterior de la cabeza,
aunque según sus conocimientos era insuficiente para causarle la muerte.
-¿Saben de que
murió?- Preguntó Kiefer a uno de los acólitos cuando
volvieron a la sala a preparar el cuerpo para los ritos funerarios.
-Lo encontraron
flotando en el Reik.- fue la escueta respuesta que recibió.
-¿Alguien ha
preguntado por el finado? ¿Algún familiar?- siguió
preguntando.
-¿Acaso no lo son
ustedes?- contestó el acólito.
-Disculpe hermano,
¿Dónde podríamos dejar un generoso donativo a Morr?- preguntó
Eddrick mostrando unas cuantas monedas de oro, desviando así la respuesta.
-En media hora
habremos terminado de preparar el cadáver, podréis pasar a recoger sus cosas.-respondió
tras aceptar las monedas.
Pasado ese tiempo les
entregaron una bolsa con objetos cotidianos y un porta documentos. En su
interior había unas cuantas hojas escritas, que Kiefer leyó:
Mi señor Lugus.
En virtud de la
deuda que tengo contraída he cumplido vuestros deseos. Os ofrezco este leve
relato de mis actos como prueba de que la deuda entre nosotros ha quedado
plenamente satisfecha.
Al recibir vuestras
instrucciones contraté los servicios de varios mercenarios que frecuentan las
tabernas del camino imperial, escoria. Sospecho que solo otro aparte de mi
profesaba lealtad, aunque debo confesar que no estoy muy seguro de cuan cierta
era su lealtad y cuanto de ella era su deseo de meterse en trifulcas con el
resto de nuestro grupo. Es el tipo más irritable con el que me he cruzado
nunca.
Una vez contratada
esta basura les ordené, tal y como decían vuestras instrucciones, que saquearan
unas granjas en los lindes de las tierras de los Dannett. Tal y como
sospechabais, los Dannett no se habían preocupado de apostar ninguno de sus
guardias cerca de estas haciendas. El saqueo había terminado incluso antes de
empezar.
Algunas de mis
mercenarios se tomaron ciertas libertades despreciables con las mujeres antes
de pasarlas por la espada, una reprobable conducta que hizo más fácil cumplir
mis siguientes instrucciones.
Manché el escudo que
me enviasteis con la sangre de un campesino y lo abandoné en mitad de la
carnicería. Seguro que los hombres de los Dannett lo encontrarán y culparán a
quien esperáis. No obtengo placer masacrando inocentes.
Debo añadir que
conseguí los objetos que me solicitasteis como prueba de mis hechos. Si el
correo no os los entrega junto con esta misiva, os ruego que le deis muerte
inmediatamente.
La granja era pobre,
pero mis mercenarios parecían satisfechos de su botín. Sé que no lo aprobareis,
pero decidí reclutar a mi compañero leal como cómplice en la parte final de
esta misión. Le ofrecí la paga combinada de todos los otros, y aceptó
enseguida.
Preparamos el
campamento y, mientras mi panda de malhechores, violadores y asesinos dormían,
les masacramos hasta que no quedó ninguno.
Mi compatriota prestó
juramento de que nunca revelaría nada, y partió inmediatamente con sus
ganancias. Os aliviará saber que le dije que pertenecía a la casa que deseáis
inculpar, con lo que si contase alguna historia, por lo menos sería la
correcta.
Ahora me dirijo
al bosque y me he procurado los servicios de un joven que cree que estoy en una
misión especial de la guardia y sabe que no debe romper el sello. Si estuviese
roto, os ruego de nuevo que le interroguéis y le ejecutéis como creáis
conveniente.
Confío en que mi
deuda esté saldada en su totalidad, ya que no puedo en conciencia seguir siendo
aliado de un hombre que lame las botas de esa sanguijuela gorda cuya pestilente
presencia corrompe ahora el trono de nuestro legítimo Emperador.
No me cabe duda de
que si deseáis contactar de nuevo conmigo encontrareis la manera de hacerlo,
pero os pido que respetéis mi privacidad de aquí en adelante. Habéis demostrado
ser un verdadero amigo y odiaría tener que levantar mi espada en vuestra
contra.
La noche anterior
Barak, había pedido a Thomas que le cazara un animal vivo. El joven no tardó en
traerle una rata negra a la que el enano dio un poco del liquido contenido en
la daga de obsidiana. Barak abrió el cajón donde había la había guardado y la
sacó por el rabo. El maldito animal estaba vivo.
– Nchts-, chasqueó.
-Tobías, Gotthold, vamos a visitar a ese boticario, a ver si confirma mis
sospechas.-
El boticario
observaba la pequeña redoma con el líquido. –Hum, es denso, no huele y
probablemente tampoco sepa-. Dijo mientras lo observaba.
-¿Puede ser
un veneno?- Inquirió el enano.
-Claro, tiene
todas las condiciones para serlo. Pero tampoco se lo puedo garantizar.
Necesitaría investigarlo más-.
-Hágalo. Eso
sí. Ni una palabra a nadie. Volveré en un par de días-. Se despidió el
enano dejando una moneda en el mostrador.
Tras abandonar la
botica se dirigieron hacia la taberna que frecuentaba el kislevita Igor. Allí
se encontraba con una botella de la mano y charlando animadamente con los
parroquianos.
Barak y Gotthold se
encaminaron hacia él.
–Maldita sea Igor,
ya estás a estas horas con el kvas. ¿No te dije que te quería sereno por si te
necesitaba los próximos tres días?-
-¿Cree que estoy
borracho? Es sólo un desayuno invernal en mi tierra-.
Dijo sonriendo acompañado de un potente aliento alcohólico.
-Tengo que hablar
contigo-, dijo el enano indicándole uno de los reservados. -¿Está
el resto de tu banda disponible?-
-Sí. Desde que
llegamos no ha aparecido ningún trabajo-. Confirmó
el kislevita.
-¿Cuál es vuestra
tarifa?-
-200 coronas por el
grupo y por trabajo-.
-Es bueno
saberlo.- Tras dirigir una mirada cómplice a Gotthold, continuó.
– El otro día me comentaste que cada vez recordabas menos. Eso puede causarlo
el maldito kvas. Mirando sólo con un ojo con este parche quizás puedas solucionarlo.
Prueba-. Dijo mientras le ofrecía su parche.
El kislevita, con una
expresión de incredulidad, accedió a la petición del enano. Estuvo
unos momentos con el puesto. Cuando se hartó de mirarse las caras en silencio,
expresó.- No entiendo el humor de tu pueblo, amigo Barak-, dijo
devolviéndole el parche. -Mi memoria no ha mejorado. Si me necesitáis para
algún trabajo, ya sabes dónde estoy-.
Antes de regresar a
casa pasaron por los alrededores del templo de Ulric para examinar el terreno.
Una numerosa guardia de la ciudad lo acordonaba. -Entrar sin ser vistos será
imposible-, comentó Barak.
-No se preocupe
patrón. Si sólo hay que contactar con Ranulf, yo sé cómo hacerlo. Rescatarles
del interior era una tarea más complicada y también lo hice ¿no?- dijo
Gotthold con una sonrisa de autosuficiencia.
Aún era pronto para
regresar a la casa que compartían, así que el batidor y el sacerdote fueron a la posada donde se hospedaban los Lugus. Lille el cervecero, con la
gratificación de un par de monedas de plata, les indicó que creía que habían
vuelto al norte.
-Si no están todavía en el Manantial de Jade
trabajándose a las muchachas, claro. Date una vuelta por allí, muchacho. Si
tienes Karls, lo pasarás en grande-. Añadió guiñándole el ojo.
Aunque todavía no era
medio día, el local estaba bastante ambientado, al menos una docena de
ciudadanos charlaban alegremente con otras tantas mujeres, y cuando ambos se
fijaron bien descubrieron en un rincón al joven Thomas flirteando con una de
esas chicas con escasa ropa. Kiefer y Eddrick partieron tras informarle, mientras
Thomas con una amplia sonrisa subía las escaleras de la mano de una meretriz.
“El manantial de
jade” no era ninguna taberna sino un burdel en toda regla, como así lo
indicaban los carteles pintados con llamativos colores que había en la fachada.
Ambos se acercaron a la barra del local y le hicieron unas cuantas preguntas, a
las que el camarero respondió alegremente tras poner Eddrick unas cuantas
monedas encima de la barra.
-Naton Lugus solía
venir por aquí y llevarse alguna chica a la cama.- dijo
mientras se servía un vaso de licor. –Todos venían con asiduidad a mi
local, aunque lo raro fue lo de su hermano pequeño, Orton Lugus. Vino un día y
se llevo a Lida.-
-¿Qué tiene eso de
raro?- preguntó Kiefer.
-Pues que Lida era la
mejor de mis chicas, llegó hace tan solo unas semanas y ya la conocía todo el
mundo. Cobraba una fortuna y nunca le faltaba trabajo. Podría haberse casado
con cualquier hombre y va y elije a un segundón de Middenland.- replicó
consternado mientras se llenaba otra vez el vaso. –Hace un día que
todos los miembros de la familia Lugus se ha marchado, supongo que a
Middenheim.-
Se despidieron del
coloquial camarero no sin antes pedirle una descripción de Lida, a lo que
correspondió con una minuciosa narración sin omitir ni el más mínimo detalle de
su figura.
Por primera vez en
demasiado tiempo, durmieron durante toda una noche. Todos no. El joven Thomas
descubrió en el Manantial de Jade, placeres que le impidieron acostarse hasta
altas horas. La pérdida de sueño y dinero bien mereció la pena. Al saludar a
sus compañeros no pudo evitar una sonrisa al recordar aquellas tres fogosas
muchachas, el cuero y sus lenguas.
–Buenos días
abuelos-, dijo mientras se servía una taza de té. Cuando todos se fueron,
se echó a descansar unas horas.
Eddrick, Barak y
Gotthold se dirigieron a la casa de Wolfgang Scheunacht. En el trayecto
el enano percibió una sombra que les observaba, pero como en las anteriores
ocasiones, se encontraba demasiado lejos para poder perseguirla.
Se notaba que era
festag, el día consagrado para el descanso semanal. La no actividad en una
ciudad tan efervescente se les hacía extraña. El enano les guió durante el
trayecto, hasta que llegaron a una mansión amurallada de dos plantas y un
amplio jardín en la zona noble de la capital. Golpearon la puerta exterior
hasta que les abrió un ayudante de cámara, que saludó respetuosamente a enano.
-Encantado de
volver a verle señor Barak. Anunciaré su llegada y la de sus compañeros.
Acompáñenme al interior, por favor-.
Gotthold y Eddrick se
miraron extrañados mientras les seguían. Aguardaron en un amplio recibidor
mientras el ayuda de cámara informaba a su señor.
-¿De qué demonios
conoces a éste tío?- Comenzó a decir Eddrick, cuando les anunciaron que podían pasar a la biblioteca.
Ésta estaba abundantemente provista en sus estanterías. Sobre un amplio
escritorio de caoba había un par de libros abiertos, papeles dispersos con
anotaciones, junto con extraños instrumentos. Tras la mesa se encontraba
Wolfang Scheunacht. Llevaba la cabeza afeitada y vestía una rica túnica
brillante de color rojo y anaranjado con llaves bordadas en hilo de oro. Les
saludó amistosamente, invitándoles a tomar asiento.
-Me alegro de
volver a veros. A Barak le vi recientemente. ¿En qué puedo ayudaros?-
Barak notó la
incomodidad de Eddrick ante esta revelación y el nerviosismo de Gotthold. Sabía que no se fiaba de los
malditos brujos. Por ello comenzó a hablar.
-En nuestro
anterior encuentro me comentó que quería mi colaboración. Tenía enemigos que
querían acabar con usted y que éstos estaban relacionados con el caos.
-Así es.-
-¿Conoce los focos de
esa amenaza?-
- No. Pero el caos
nunca descansa. Menos aun cuando parece derrotado, como ocurrió con las
mutaciones de Middenheim. Siento la amenaza en la ciudad.-
-¿Y qué hacéis los
brujos?- Espetó Gotthold
-Los, hechiceros,
trabajamos para garantizar la seguridad del imperio.- Corrigió
Wolfgang remarcando la palabra hechicero y dirigiéndole una dura mirada al
norlandés.
Eddrick meditaba qué
decir. No sabía hasta que punto podían confiar en él. Finalmente comenzó a
hablar. –En nuestro viaje hasta aquí llevábamos dos cargas. Illesia y un
objeto, ¿por qué se enmascaraba usted en el camino?-.
-En los viajes debo
ocultarme por precaución. Incluso en la ciudad. La gente no tiene un buen
concepto de los hechiceros. Desconfían de nosotros. Su ignorancia y el mal uso
de la hechicería provocan esto-.Comentó
deteniéndose brevemente en Gotthold para continuar. –En el viaje tenía
la sensación que el caos actuaría en cualquier momento, sentía su presencia.
Sólo cuando el ataque de las bestias del caos iba a acabar con todos tuve que
mostrarme, afortunadamente con éxito.- Tomó un trago de agua antes de
continuar. Esta vez observando al batidor. -A pesar de los diversos ataques
que sufrimos, la fuente de esa sensación que me inquietaba iba con vosotros,
concretamente con el clérigo. Has nombrado dos cargas Eddrick. La muchacha y un
objeto. ¿Cuál? ¿Algún motivo más allá de preocuparos por mi seguridad os habrá
traído hasta aquí?-
Eddrick se removió
nervioso en su asiento. A pesar de haberles salvado la vida en la carga de los
ghor y de haber evitado que el enano muriera desangrado, dudaba si sería un
aliado. La traición de Liebnitz era demasiado reciente. Tras reflexionar unos
momentos, suspiró y comenzó a relatarle lo relacionado al Desollador Rojo, el
cráneo que transportaban y la daga de Yul K’chaum.
El piromante escuchó
atentamente el relato de Eddrick. Se levantó y buscó en la biblioteca hasta
encontrar el tomo deseado que abrió con cuidado en el escritorio, mientras
pasaba páginas escritas en un idioma desconocido para todos.
–Lo que suponía.
Este es un objeto muy poderoso y debe ser destruido-.
-¿Sabe cómo destruirlo?- cuestionó
Barak.
-Existe un ritual
mediante el cual se podría.-
-¿Un clérigo podría
destruirlo?- Preguntó Barak pensando en Liebnitz.
-Lo dudo mucho. Son
torpes en estas cuestiones y el ritual es peligroso y complicado.-
-Nos dijeron que en
la ciudad había un mago celestial que podría hacerlo.-
-Con el ritual
adecuado, claro que podría. -
Lo que desconocían
era el nombre del mago celestial del que les hablo el padre Odo. Tampoco tenían esperanzas de que Liebnitz quisiera
destruirlo. –El objeto está en malas manos. Si lo conseguimos, ¿lo
destruirá?-Inquirió Eddrick.
-Por supuesto. No
olvides que estás hablando con un magister del colegio brillante- dijo
orgullosamente-. Iré realizando los preparativos para el mismo. Recordad que
la discreción es muy importante. Los ojos del caos pueden estar en
cualquier lado.-
-No se preocupe. No
lo olvidaremos-, contestó Gotthold con su habitual
media sonrisa.
Por su parte, Kiefer intentó averiguar el paradero de Reuben
Piper y sus hombres. Los encontró en una de las muchas posadas de la
calle de las mil tabernas. Cuando entró, unos cuantos de sus hombres se
encontraban desayunando.
-Que Ulric os conceda
un buen día.- saludo el clérigo. -¿Podría hablar con
el señor Reuben Piper?-
-El señor está
descansando.- contestó un fornido guardaespaldas mientras se
le derramaban gachas de avena por la
boca. –Aún no es hora de desayunar para él. No tardará en bajar, o tal
vez sí. ¿Quién sabe?-
Mientras esperaba que
bajase Piper, conversó con los guardaespaldas, al parecer gracias a los Lugus,
a los que profesaban cierto rencor, las cosas se habían torcido para su señor y
por consiguiente para ellos. De momento se encontraban esperando
ordenes de su jefe.
Finalmente, tras poco
menos de una hora, Piper decidió que ya era hora de alimentar su orondo cuerpo
y bajó a desayunar. Al verlo Kiefer fue a su encuentro, aunque uno de sus
guardaespaldas lo detuvo.
-¡Ehh! ¿Donde crees
que vas? Espera que te den permiso.- gruñó.
-Por favor,
siéntate.- concedió Piper tras mientras saboreaba una
salchicha.
Tras presentarse ante
él, Kiefer le contó sus sospechas de que posiblemente al joven Dannet lo
envenenaron los Lugus. Ellos mismos orquestaron los ataques de los supuestos
hombres de Steiguer contra los Dannet para que estallase un conflicto, ya que
si ambas casas se eliminaran mutuamente pasarían a ser dueños de todo.
-Sobreestimas la
inteligencia de los Lugus, clérigo. Llevan años dilapidando su fortuna, casi
han acabado con su apellido.- desdeñó Piper
mientras engullía su tercera salchicha.
-Demasiada casualidad
que justo ahora que ha muerto su hermano aparezca Iris Dannet, única heredera,
y decida casarse con Orton Lugus.- replicó el
sacerdote.
-Mucho tiene que
escalar Orton para
ocupar el sillón de su hermano.- dijo airado,
acusando el golpe de su prometida. –Créeme Naton no es tan tonto.-
-No sería el primer
heredero que muere envenenado.-
-El único culpable de
todo es Ander Steiguer.- Afirmó el mercader.-
Menudo zorro está hecho. Consiguió el enlace con el Erario de Nuln y el canalla
ni ha aparecido por aquí. Créeme, los Lugus no son peligrosos.-
-¿Cuándo desapareció
Iris?- interrogó Eddrick.
-Hace tres o cuatro
meses.- contestó apenado. –Y ahora aparece con ese don
nadie. No sé que le ha podido ocurrir, la locura le ha afectado, no puede haber
otra explicación.-
-¿Sabe quién es
Clayton Archay, el caballero zorro?- continuó el
batidor.
-Alguien caído en
desgracia, nada más.- se levantó de la mesa y les invitó amablemente a
marcharse. –Señores, me quedaré un par de semanas más en este lugar, será un
placer volver a charlar con ustedes.-
Antes de marcharse le
pidieron una breve descripción de Iris. Como ya suponían, coincidía perfectamente
con la descripción de Lida la prostituta. ¿Cómo acabó la heredera de
la casa Dannet en un prostíbulo y aparece ahora de la mano de un Lugus? Cada
vez encontraban más y más preguntas, pero pocas o ninguna respuesta.
Tobías había
conseguido un buen tabardo con simbología sigmarita. Gotthold se lo colocó
sobre su cota bien pulida. Cuando terminó de acicalarse dirigió una
mirada al grupo.
-¿Qué os parece? ¿A
que parezco uno de esos locos?- preguntó el mercenario.
Kiefer no pudo
reprimir una sonrisa mientras le entregaba el pergamino con el mensaje para el
padre Ranulf.
–No hagas
tonterías. Vuestra vida depende de la discreción- observó el sacerdote.
Gotthold enarcó una ceja y marchó hacia el templo ulricano con paso alegre.
La guardia de
la ciudad que vigilaba los aledaños del templo le dio el alto. -Sargento.
Traigo un mensaje del Alto Capitular-, declaró mostrando el
salvoconducto con el sello sigmarita, permitiéndole dirigirse hasta las
puertas del templo. Tras golpear enérgicamente la puerta se abrió una pequeña
ventana. Gotthold se identificó como mensajero para el padre Ranulf, tras lo
cual, le franquearon la entrada al interior del templo. Dos guardas teutógenos
aguardaban junto a él, mientras un tercero llegó acompañando al páter.
-En nombre del
Alto Capitular- declaró marcialmente Gotthold extendiendo la mano con
el pergamino. Asintiendo con la cabeza, el padre Ranulf tomó el mensaje y
volvió al interior del templo.
El norlandés hizo lo
mismo en dirección al soleado exterior. Satisfecho con su actuación, se dirigió
de regreso a casa.
La mañana de
wellentag, las calles estaban abarrotadas de ciudadanos que se dirigían a
la Reikplatz. Al llegar, la gran plaza estaba completamente saturada
de gente que no paraba de vociferar. En uno de los extremos de la plaza habían
colocado una tarima de madera a unos dos metros del suelo para que todo el
mundo tuviese visibilidad. Arrodillado sobre el suelo de madera se encontraba
encadenado Julian Tennan, escoltado por cuatros guardias de la ciudad. A un
lado del prisionero se encontraba el Alto Capitular de la iglesia de
Sigmar, Walter Stolz que defendería al reo. El Sumo Sacerdote
Adjunto Claus Liebnitz se encontraba frente a él y ejercería la acusación.
Presidía el tribunal en calidad de jueza, una clérigo de Verena. Vestía una
túnica blanca y una joya con forma de cabeza de lechuza pendía sobre su pecho.
Estaría asesorada por cuatro nobles varones. No habían pensado en ese detalle y
ahora comprendían lo importante que podría ser. Cerca del estrado habían
amontonado madera alrededor de una gran estaca donde quemarían al reo si era declarado
culpable.
Una trompeta resonó
en la plaza y la multitud se calmó mientras un heraldo hablaba desde el
estrado.
-¡Que todos los
ciudadanos y nobles de Altdorf tomen nota!- Gritó el
heraldo. -¡Aquí comienza el juicio contra Julian Tennan de
Altdorf, acusado de la herejía más atroz: connivencia con las fuerzas del
Caos, y traición contra nuestro Señor, el Altísimo, Emperador Karl Franz, al
que Sigmar proteja! ¡Todos los citados crímenes, han sido cometidos en la
ciudad de Altdorf, hace entorno a dos o tres días!-
El heraldo se volvió
hacia los guardias que custodiaban a Tennan.
-¿Está el acusado
ante el tribunal?-, preguntó retóricamente.
-¡Sí!-
respondieron los Guardias al unísono. Tennan no dijo nada, haciendo caso omiso
del repentino bombardeo de proyectiles por parte de la chusma. Alzando la
voz por encima de los gritos de -¡Quemadlo!-, El heraldo
continuó:
-El acusado será
juzgado por un jurado de sabios y eruditos encabezado por el noble Ulrich
Schutzmann, Comandante de la Guardia de la Ciudad de Altdorf, ejerciendo por
designación especial la autoridad del Conde Elector. También forma el jurado la
Serena Gracia Evina Klug, la Alta Sacerdotisa del Templo de Verena en
Middenheim, Su Excelencia Eberhardt Richter, Primer Magistrado de Altdorf, Su Excelencia
Erich Kalzbad Segundo Magistrado de Altdorf, y Su Excelencia Hannes Brucker,
Tercer Magistrado de Altdorf.- El heraldo se
giró hacia el jurado -¿Está el Jurado en el tribunal?-, preguntó.
-¡Sí!- respondieron
ellos. El público aplaudió lealmente.
-¡Entonces, se inicia
la sesión!-
Cientos de gritos se
alzaron de entre la multitud.
-¡Liebnitz está
loco!-
-¡Es un complot para
iniciar un motín!-
-¡Motín!-
-¡Herejía! ¡Más
cultistas en la ciudad!
-¡Colgarlos en alto!-
-¡Les prometí a los
niños que habría una quema¡ Y aquí tiene que arder alguien.-
-¡Abajo con Sigmar!-
-¡Vivan los
Altdorfianos!-
-¿Qué te dije?-
Mientras observaban
toda esta parafernalia, un sigmarita se les acercó para comunicarles que
el Alto Capitular pretendía utilizarlos de testigos. Tanto Barak como
Kiefer accedieron a ello y le siguieron hasta el estrado. Gotthold se
entremezcló con el público con la intención de descubrir entre las voces
más críticas algún demagogo que bien podría estar implicado con la mano
púrpura. Mientras que Eddrick, Thomas y Rokatanski se quedaron a los pies del
tribunal a la espera de lo que sucedía.
Stolz mandó llamar a
Johan Opfer que contó su relato. Después fue el turno de Kiefer quien declaró
como liberaron al niño y que encontraron en el sótano de la taberna. Liebnitz
desechó ambos testigos y para sorpresa de todos los asistentes mandó testificar
al propio Stolz.
-¿Es cierto que
recientemente han robado un icono en el templo de Sigmar?- preguntó
el Sumo Sacerdote Adjunto de Ulric.
-Sí, es cierto.
Concretamente un retablo de nuestro bendito Sigmar.- contestó
el Alto Capitular sigmarita.
-¿Este mismo que
sostengo?- interrogó mientras quitaba el marco de madera y
mostraba la parte trasera del óleo en la que podía verse el símbolo de Khorne
pintado en rojo. –¡¡¡Ésta es la prueba de que la iglesia de Sigmar está
infectada por el Caos!!!-
La gente enloqueció
con ésta última acusación, comenzaron a lanzar fruta podrida contra el estrado
sin hacer distinción entre acusado y jurado. La guardia de la ciudad empezó a
formar alrededor del estrado para impedir que el gentío enloquecido lo
invadiera y linchara a todo aquel que hubiera allí. Todos los que se
encontraban en la tarima fueron escoltados por el Capitán Schutzmann y unos
cuantos soldados a su mando hasta una habitación del Palacio Imperial.
-No puede
ser- afirmó Stolz desafiante. Se giró hacia los aventureros. -¿Visteis
ese símbolo mientras traíais el icono?-
-Estaba colgado
bocabajo en una pared. No había ningún símbolo.- contestó
Barak con semblante serio. –Si bien es cierto que no quitamos
el marco para no dañar la pintura de Sigmar.-
-Esto es devastador- indicó
la gran sacerdotisa de Verena. -¡Incluso si se prueba que es falso, el
Imperio se fragmentará una vez que se corra la voz! Liebnitz, ¿En qué estabas
pensando al hacerlo público?-
Liebnitz le lanzó una
burlona mirada de reproche. -Mi querida Evina-, le
regañó irónicamente, -¿Me aconsejas acaso omitir la verdad? ¿Qué
diría tu divino maestro?-
-¿Tú llamas Verdad a
esto?- Stolz explotó con frustración. -¡Abominación,
eso es lo que es! ¡Pintado por algún hereje, que espero profundamente, haya
recibido su justo castigo por calumniar de manera vil a mi Señor Sigmar, e
intentar destruir al Imperio!-
-Ya, ya, Stolz.- Liebnitz
le puso una mano afectuosa sobre el hombro. –No te preocupes. Los hijos
del Lobo Blanco, mantendrán la seguridad del Imperio. Los Caballeros, la
Guardia Teutógena y la Hermandad del Hacha os guiarán de vuelta a la grandeza,
a través del verdadero camino de Ulric. Por supuesto, tu templo tiene que ser
investigado y la corrupción arrancada de raíz. El Gran Teogonista, por
supuesto, tendrá que renunciar por permitir que tal herejía florezca bajo su
gobierno. Debe ser sustituido por Teutógeno de sangre pura...-
-¿Es eso?- dijo
entre dientes Stolz. -¿Hiciste todo esto por ambición?-
Liebnitz se agitó en
silencio. -Un líder de herejes debe de ser cuidadoso con sus
acusaciones,-explotó cargado de ira. Tras una pausa, añadió más suave y con
una sonrisa maliciosa -Pero no temas. Estoy seguro de que los
inquisidores serán comprensivos con tu caso. Por qué, incluso hablaré bien de
ti, y trataré de conseguirte un trabajo en el templo. Por supuesto, no se te
permitirá predicar, pero estoy seguro de que en la biblioteca, o en los
establos...-
Fue incapaz de terminar
la frase, porque los dedos de Stolz se aferraron alrededor de su garganta. Los
presentes intentaron separar a los dos hombres, y Schutzmann ordenó que
ambos se retirasen a las habitaciones que habían sido rápidamente preparadas
para ellos.
Ya solos en la
habitación, Stolz presa de los nervios, no paraba de lanzar toda clase de
improperios contra los aventureros recriminándoles como habían podido ser tan
tontos. De pronto alguien tocó a la puerta, Kiefer la abrió y sorprendido vio
como entraba el padre Ranulf con un cofre.
-He encontrado el
Cráneo.- dijo con cara angustiada.-No puede estar en
manos de Liebnitz, es demasiado peligroso.- Afirmó mientras le
entregaba el cofre a Kiefer. Todos respiraron algo más tranquilos cuando
comprobaron que el cofre aún estaba cerrado y soldado por el metal con el que
lo había sellado Barak.
-Deberéis encargaros
de destruirlo vosotros mismos.- afirmó solemne el
Alto Capitular Stolz. –Debéis ir al colegio teológico, allí preguntad
por Albrecht Zweinstein, él sabrá como destruirlo.- se volvió a un
escritorio y garabateó rápidamente una nota y se la entregó a Barak. –Dale
esto, cuando lo lea lo entenderá todo. ¡Rápido, no perdáis más tiempo! El
juicio se reanudará de un momento a otro. Yo me quedaré para intentar que no
estalle una guerra civil.
Ambos salieron
prestos al exterior y se les unieron el resto de sus amigos que estaban
esperando cerca de la entrada del palacio del Emperador. Todos se dirigieron
rápidamente al colegio teológico mientras Barak les hizo un breve resumen de lo
ocurrido. En la puerta del colegio había un conserje al que Gotthold intimidó
con unas cuantas palabras a la vez que le mostraba el salvoconducto que le hizo
Stolz un par de días antes El asustado bedel les condujo hasta el despacho de Zweinstein
con diligencia. El profesor apartó la vista de un libro que estaba leyendo y
miró a los recién llegado algo molesto por su interrupción. Barak se adelantó
al resto y entregó la nota que acababa de escribir el Alto Capitular para el
profesor. Mientras la leía el malhumor iba dejando paso a la expectación en su
rostro. Kiefer dejó el cofre sobre la mesa de su escritorio y
Albrecht lo examinó con detenimiento.
-Bueno- dijo. -Esto
parece bastante corriente. ¿Puedo entender que el objeto en sí está dentro y el
propósito de esta caja es mantenerlo inactivo? Sí. Muy bien, entonces vamos a
echar un vistazo al interior.-Abrió el cofre con cuidado, y a continuación,
levantó una ceja burlona. -¿Habéis traído este cofre directamente del
padre Ranulf?- preguntó. -¿Estáis absolutamente seguros de que
nadie a parte de vosotros ha tenido la oportunidad de tocarlo?-
-Así es.- asintió
Barak.
-Entonces, tal vez
podáis explicar por qué hay una cabeza humana en lugar de una calavera de
bronce bruñido.-
-¡¡No es posible!!-
exclamaron al unísono.
-Reconozco a este
hombre- dijo. -Testificó en el juicio de esta mañana.
No me sorprendería que el Sumo Sacerdote Adjunto respondiese a sus ridículas
acusaciones con una acción tan directa. Me gustaría ver el icono que afirma es
la prueba de sus desvaríos.- Sacó la cabeza del interior del cofre y
todos pudieron ver una la cara desfigurada de terror del pobre Johan
Opfer. -Dado que anteriormente el cofre estaba en su poder y tiene
multitud de razones para desear la muerte de este desgraciado, creo que podemos
suponer que puso la cabeza aquí, tal vez después de que se la trajese algún
asesino a sueldo como prueba de que su orden se había llevado a cabo.- Seguía
hablando el profesor más consigo mismo que con los aventureros. -Independientemente
de todo esto, sin embargo, lo cierto es que el cráneo de bronce a la que se
refiere esta nota no está en el cofre. Lo que significa, por supuesto, que está
en otro lugar. Dado que el Sumo Sacerdote Adjunto fue la última persona
conocida que la tuvo a su cargo, debemos suponer que todavía está en su
posesión. Habiéndola sacado fuera de su cofre de protección, parece probable
que se propone utilizarla de alguna manera, y más temprano que tarde. ¿Seguía
en el palacio cuando lo abandonasteis?-
-Está en el Templo de
Ulric.- dijo Kiefer paralizado de horror y con el semblante
blanco. –Tal como lo vi en mi sueño.-
-Le arrancaremos la
cabeza de sus hombros.- dijo Eddrick tratando
de animar a su amigo. –No hay tiempo que perder.-
Salieron
del colegio teológico con paso vivo. El enano a pesar de sus cortas pero
poderosas piernas encabezaba una marcha que a sus compañeros costaba seguir. La
determinación en sus rostros provocaba que la muchedumbre de las calles se
apartara de su camino. Se dirigían a enfrentarse con el peor de los enemigos.
Un traidor.
Los
aledaños del templo estaban libres de los alborotadores que días atrás lo
asediaban. Un grupo de guardias de la ciudad montaba guardia en el exterior. La
expresión de sus caras mostraba preocupación por lo que ocurría en el interior. Un fulgor
rojizo asomaba por las ventanas, acompañado de canticos en un idioma
desconocido. Gotthold se encaró a ellos y mostrando el salvoconducto con el
sello del alto capitular les gritó.
–En nombre del imperio y del Alto Capitular
Werner Stolz, enemigos del emperador se
refugian ahí dentro¡ Abrid la puerta!- Los nerviosos guardias se miraron
entre sí antes de franquearles el paso. La puerta estaba trancada por dentro
por lo que tuvieron que derribarla utilizando un banco de madera a modo de ariete.
En el
interior del templo cuatro guardias teutógenos protegían el acceso hasta el
patio interior donde se encontraba la sagrada Llama de Ulric. Alrededor de ella
contemplaron la herejía que se estaba realizando. Formando un círculo, estaban
cinco de los antiguos caballeros teutógenos con el torso desnudo, y pintada con
sangre, una calavera roja enmascaraba sus rostros. Salmodiaban al unísono con
Claus Liebnitz, que sólo iba ataviado con un taparrabos. Su cuerpo estaba
pintado en rojo y negro. En su mano derecha portaba una daga ritual. En su
cuello refulgía el dorado cráneo del Desollador Rojo.
La
cólera se apoderó de Kiefer, enajenándolo completamente. Semejante blasfemia
sería vengada. La ira lo transportó a un estado primario como nunca antes había
conocido, cargando instintivamente contra los cuatro caballeros que se
interponían en su venganza. Su furia se transmitió a Eddrick y a Barak que se
unieron a su carga mientras imprecaban a sus enemigos.
Gotthold
fue el único que mantuvo la calma suficiente para ver la desigualdad del
inminente combate. Poco podrían hacer por mucha que fuera su determinación,
ante cuatro poderosos guerreros ataviados con armadura completa de placas.
Volvió sobre sus pasos y conminó a la guardia a defender al imperio de los
enemigos allí presentes. Cuatro de los
guardias se unieron a su carga contra los antiguos templarios de Ulric,
mientras gritaba fuera de sí –¡Por el imperio!-
Llegaron
justo a tiempo de nivelar nuevamente la balanza. Gotthold se unió a su patrón,
mientras que dos de los guardias auxiliaban a Eddrick y a Kiefer. Los otros dos
cargaron contra el templario restante. De esta manera se enfrentaron dos por
cada templario. Su pesada armadura y los brutales tajos de los mandobles de
éstos, igualarían rápidamente el número. Y así fue, aunque la ayuda y muerte de
los guardias les dio el tiempo necesario. Barak y Gotthold luchaban de manera
coordinada y se deshicieron de su adversario justo en el momento que uno de los
templarios acababa con sus oponentes y quedaba libre para encararlos. Kiefer y Eddrick se encontraban solos tras la
muerte de sus aliados, aunque los templarios renegados se encontraban
gravemente heridos.
Mientras
se desarrollaba este combate, el cántico
procedente del interior del templo aumentaba su potencia, al mismo tiempo que
Liebnitz iba degollando uno a uno a sus súbditos para así poder finalizar el
ritual. El fulgor procedente del colgante aumentaba su luminosidad tras cada
muerte. Ya sólo quedaban dos por sacrificar.
Gotthold esquivó el arco del
mandoble y golpeó con su pico traspasando la pesada armadura. Un instante
después, el enano estrellaba su martillo contra el muslo, provocando el crujido
del hueso al astillarse y haciendo caer a su enemigo.
Kiefer parecía inmune al
dolor provocado por los golpes. Un brutal golpe de su maza impactó a la altura
de la clavícula de su adversario, destrozándole el cuello a ese nivel. Por fin
estaba libre para poder enfrentarse a Liebnitz, hacia el que cargó aullando.
Barak hizo lo mismo mientras Gotthold acababa con el postrado enemigo.
Cuando cargaban hacia él,
Liebnitz degolló a los dos últimos. Una risa demente brotó de su garganta,
mientras unas enormes garras nacían de sus dedos al mismo tiempo que el cráneo
refulgía alimentándose de la sangre allí derramada. Aguardaba, seguro de sí, a
sus enemigos. Barak fue el primero en llegar hasta él, esquivando sus rápidas
garras y martilleando sin demasiada potencia en un brazo. Instantes después
apareció Kiefer. Su rápido golpe fue evitado, pero abrió el flanco lo justo para
que el enano le golpeara en el abdomen. El renegado sacerdote bramó e intentó
atravesar con sus manos el cuello del enano. Esto permitió al sacerdote de
Ulric descargar todo su odio contra la desprotegida espalda. Pudo sentir como
chascaban huesos ante su golpe.
Al caer al suelo Liebnitz, su torso comenzó a descuartizarse, al tiempo
que el cráneo absorbía su esencia. El cráneo refulgió con gran intensidad
cegándoles momentáneamente. Comenzó a resquebrajarse incapaz de soportar la
presión en su interior, desde el que poco a poco, empezó a materializarse un
ser de pesadilla, un demonio.
La terrorífica visión paralizó al enano, quien hubiera sido una fácil
víctima de no haber sido por la pronta llegada de Eddrick y Gotthold, que se
unieron al feroz sacerdote en la lucha. El norlandés descargó un golpe tan
brutal contra el brazo de la criatura, que hubiera sido capaz de acabar con
cualquier hombre. Aunque este no era el caso, sólo lo dejó malherido y el
demonio rugió lanzando un veloz ataque que el mercenario pudo evitar. Eddrick
le golpeó con su gran hacha en la pierna, pero eso no impidió que el demonio
continuara lanzando veloces garrazos contra Gotthold, hiriéndole de gravedad.
El demonio rugió tras acabar con el enemigo que le había herido tan gravemente
y se abalanzó sobre el sacerdote ulricano, al tiempo que esquivaba el golpe de
su maza. La ofuscación del demonio en acabar con el representante de su
ancestral enemigo le impidió ver el demoledor golpe con que le cercenó Eddrick.
La caótica criatura chilló de frustración al verse derrotada por unos
miserables humanos, mientras intentaba resistirse a que su esencia fuera
expulsada hacia la disformidad.
Al
desaparecer el demonio, escucharon la demente y débil risa de Liebnitz mientras
su vida se le escapaba por las brutales heridas en su pecho.
-¡Imbéciles! No se puede luchar contra la voluntad del
Dios de la Sangre! Lo que habéis destruido no era sino una pequeña parte de la
esencia de mi sanguinario maestro, y con la destrucción de su forma material,
habéis permitido que una parte de su ser vuelva al corazón de Caos. Hay dos
reliquias más, cada una con otra parte de su esencia, y cuando las tres partes
se reúnan, Xathrodox el Desollador Rojo volverá a este mundo con su fuerza al
completo, y beberá la sangre de los débiles y mortales. ¡Sangre para el Dios de
la Sangre! sangre…- No acabó la
oración pues Kiefer le aplastó el cráneo con su maza.
En ese
momento, la sagrada llama de Ulric aumentó de intensidad, expandiéndose por todo
su templo purificándolo. Un arcaico fuego frío los envolvió durante un tiempo
que no pudieron determinar. La sensación no les abandonaría durante el resto de
sus vidas. En sus mentes sintieron las palabras de Ulric:
"Habéis
protegido a mi templo y a mi gente. Dejad las diferencias de lado, mientras
estéis luchando contra el auténtico enemigo. Dejo esta marca para que sea un
aviso para todos".
Cuando la llama se encogió y
se atrevieron a volver a abrir los ojos, descubrieron la marca grabada a fuego
en el dorso de la mano derecha de cada uno de ellos. Representaba a un lobo
portando un martillo.
Cuando
estaban recuperándose del combate y de la experiencia divina llegó el padre
Ranulf acompañado de Werner Stolz y de
Wilfred Torhbud.
El
padre Ranulf sería el nuevo Sumo Sacerdote del templo. Se encargaría de
trabajar en sintonía con Stolz. El líber mutantis se custodiaría en el colegio
teológico donde además intentarían obtener información sobre la daga y el cáliz.
Stolz
aparte de agradecerles el éxito de su misión, les informó que el juicio se
había resuelto con la liberación de Tennan. Todo lo referente a Liebnitz sería
silenciado por las graves consecuencias que tendría su conocimiento.
Wilfred
Torhbud se acercó y les agradeció la tarea realizada. Antes de despedirse les
dijo enigmático:
– La próxima vez que nos veamos será la última.-
Marchó sin volver la vista atrás.
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