lunes, 1 de octubre de 2012

Capítulo XI


Después de un reparador descanso, se reunieron mientras desayunaban redor al hogar de la cocina,  para debatir qué hacer en los dos  días que tenían antes del juicio. La declaración de Johan Opfer debería ser suficiente para confirmar la versión de los hechos de los templarios de Sigmar y conseguir su absolución. El Sumo Sacerdote Liebnitz era su principal enemigo. Hasta el juicio pocas opciones tendrían de localizarlo y descubrir sus planes más allá de desprestigiar a culto de Sigmar. Tenían la certeza que servía a alguno de los oscuros dioses del caos. El templo que habían descubierto en honor a Khorne, el apresamiento de Julian Tennan en sus inmediaciones por parte de la guardia ulricana y la posesión del cráneo del Desollador Rojo así parecía indicarlo. Poco podrían hacer contra alguien de su posición y poder y contra el que no tenían ninguna prueba fehaciente más allá de su palabra. En este sentido, el único testigo con el que podrían contar sería la declaración del padre Ranulf. El problema claro estaba, sería contactar con él estando confinado en el interior del templo de Ulric, cuando no muerto. 
A pesar de las enérgicas protestas de Kiefer, para quien acabar con Liebnitz era lo único importante en este mundo, decidieron que más allá de contactar con el padre Ranulf continuarían sus investigaciones con el conflicto entre los clanes Steiger, Dannet y Lugus.
El asesinato de Adham Dannet planteaba varias dudas. El impetuoso joven estaba firmemente convencido de la implicación de los Steiger en los ataques contra sus tierras e hizo valía de su honor al enfrentarse en combate singular contra un ogro. ¿Quién estaría interesado en su muerte? ¿Querrían vincular a la casa Steiger en ella? Su honorabilidad no era acorde con las tropelías y asesinatos cometidos por Clayton Alchey, el caballero zorro. La única heredera de los Dannett era la desaparecida Iris, por lo que su prometido, el rico  Reuben Piper y ella podrían estar detrás de todo.
De los Lugus prácticamente no sabían nada. De la numerosa y decadente familia se encontraban tres miembros en la ciudad. Marita que había anunciado un nuevo compromiso de boda en el banquete, el guerrero Naton y el hermano menor, Orton Lugus.
Investigarían pues a estas casas e intentarían encontrar a Clayton Alchey, la llave que podría aclararlo todo.
Por último decidieron que se entrevistarían con Wolfgang Scheunacht, el hechicero brillante que luchó junto a ellos en el Drakwald y que les ofreció su ayuda cuando llegaron a la ciudad.



Entre las virtudes de Rokatanski no estaban la discreción ni la diplomacia para obtener información. Las graves heridas sufridas en el combate contra Adham Dannett y contra los cultistas le pedían unos días de reposo que guardaría en la casa.

Thomas como de costumbre, fue el primero en salir de la casa y sería el encargado de seguir el rastro de los Lugus. En la puerta de casa, mientras se echaba la capa sobre los hombros, se volvió hacia el grupo.
-Anoche comentaban en la taberna que en el campo de Morr se encuentra el cuerpo de un caballero aparecido flotando en el Reik. Al parecer nadie lo ha reclamado. Puede que no sea importante, pero tampoco perdemos  nada por husmear un poco, ¿no os parece abuelos?- dijo mientras entrelazaba su dedo índice y corazón a modo de despedida. Estaba de espíritu animoso. Tenía una buena bolsa y comenzaba a hacer buenos contactos con los de “su gremio”A esto ayudaba, claro está, el diezmo que entregaba religiosamente cada vez que cobraba. -Por los dados trucados de Ranald,-murmuró,- no van nada mal las cosas.-

Gracias a sus contactos en la ciudad y a las indicaciones del posadero donde se hospedaban, visitó las tabernas y posadas frecuentadas por los Lugus y su séquito, descubriendo dos importantes noticias. La primera, que Langley Woods, prometido Marita Lugus, había muerto.  Según comentaban, la joven no parecía demasiado afectada. Thomas sonrió. La fama de Marita como viuda negra estaba bien fundada.
La segunda noticia era más importante. Iris Dannett se encontraba en la ciudad. No sólo eso. Se había comprometido con Orton Lugus y acusaba a los Steiger del asesinato de su hermano.
Tras este descubrimiento, pensó en volver a casa para informar a sus compañeros, aunque finalmente desestimó la idea.

Eddrick y Kiefer llegaron  al templo de Morr. Estaba construido con piedra y como todos los templos del dios de la muerte no tenía puertas. Siempre estaría abierto, como lo están las puertas de la muerte y los sueños. Tras pasar bajo la entrada formada por una columna negra y otra blanca, que simboliza la naturaleza dual de la divinidad, descendieron unas escaleras y se introdujeron bajo tierra, siendo imbuidos por la paz y tranquilidad del interior. Un acólito de Morr se les acercó y le preguntaron por un caballero que habían encontrado ahogado en el Reik. El acólito, dando por hecho que eran familiares, les condujo hasta la sala donde lo estaban amortajando, dejándolos solos ante el cuerpo de un hombre de unos cincuenta años, con barba, vestido con una cota de malla y un tabardo sin ningún motivo heráldico. Examinaron el cuerpo en busca de tatuajes o alguna marca que les dijera quien era aunque sin resultado. Kiefer descubrió un pequeño tajo en la parte posterior de la cabeza, aunque según sus conocimientos era insuficiente para causarle la muerte.
-¿Saben de que murió?- Preguntó Kiefer a uno de los acólitos cuando volvieron a la sala a preparar el cuerpo para los ritos funerarios.
-Lo encontraron flotando en el Reik.- fue la escueta respuesta que recibió.
-¿Alguien ha preguntado por el finado? ¿Algún familiar?- siguió preguntando.
-¿Acaso no lo son ustedes?- contestó el acólito.
-Disculpe hermano, ¿Dónde podríamos dejar un generoso donativo a Morr?- preguntó Eddrick mostrando unas cuantas monedas de oro, desviando así la respuesta.
-En media hora habremos terminado de preparar el cadáver, podréis pasar a recoger sus cosas.-respondió tras aceptar las monedas.

Pasado ese tiempo les entregaron una bolsa con objetos cotidianos y un porta documentos. En su interior había unas cuantas hojas escritas, que Kiefer leyó:

Mi señor Lugus.
 En virtud de la deuda que tengo contraída he cumplido vuestros deseos. Os ofrezco este leve relato de mis actos como prueba de que la deuda entre nosotros ha quedado plenamente satisfecha.
Al recibir vuestras instrucciones contraté los servicios de varios mercenarios que frecuentan las tabernas del camino imperial, escoria. Sospecho que solo otro aparte de mi profesaba lealtad, aunque debo confesar que no estoy muy seguro de cuan cierta era su lealtad y cuanto de ella era su deseo de meterse en trifulcas con el resto de nuestro grupo. Es el tipo más irritable con el que me he cruzado nunca.
Una vez contratada esta basura les ordené, tal y como decían vuestras instrucciones, que saquearan unas granjas en los lindes de las tierras de los Dannett. Tal y como sospechabais, los Dannett no se habían preocupado de apostar ninguno de sus guardias cerca de estas haciendas. El saqueo había terminado incluso antes de empezar.
Algunas de mis mercenarios se tomaron ciertas libertades despreciables con las mujeres antes de pasarlas por la espada, una reprobable conducta que hizo más fácil cumplir mis siguientes instrucciones.
Manché el escudo que me enviasteis con la sangre de un campesino y lo abandoné en mitad de la carnicería. Seguro que los hombres de los Dannett lo encontrarán y culparán a quien esperáis. No obtengo placer masacrando inocentes.
Debo añadir que conseguí los objetos que me solicitasteis como prueba de mis hechos. Si el correo no os los entrega junto con esta misiva, os ruego que le deis muerte inmediatamente.
La granja era pobre, pero mis mercenarios parecían satisfechos de su botín. Sé que no lo aprobareis, pero decidí reclutar a mi compañero leal como cómplice en la parte final de esta misión. Le ofrecí la paga combinada de todos los otros, y aceptó enseguida.
Preparamos el campamento y, mientras mi panda de malhechores, violadores y asesinos dormían, les masacramos hasta que no quedó ninguno.
Mi compatriota prestó juramento de que nunca revelaría nada, y partió inmediatamente con sus ganancias. Os aliviará saber que le dije que pertenecía a la casa que deseáis inculpar, con lo que si contase alguna historia, por lo menos sería la correcta.
 Ahora me dirijo al bosque y me he procurado los servicios de un joven que cree que estoy en una misión especial de la guardia y sabe que no debe romper el sello. Si estuviese roto, os ruego de nuevo que le interroguéis y le ejecutéis como creáis conveniente.
Confío en que mi deuda esté saldada en su totalidad, ya que no puedo en conciencia seguir siendo aliado de un hombre que lame las botas de esa sanguijuela gorda cuya pestilente presencia corrompe ahora el trono de nuestro legítimo Emperador.
No me cabe duda de que si deseáis contactar de nuevo conmigo encontrareis la manera de hacerlo, pero os pido que respetéis mi privacidad de aquí en adelante. Habéis demostrado ser un verdadero amigo y odiaría tener que levantar mi espada en vuestra contra.


La noche anterior Barak, había pedido a Thomas que le cazara un animal vivo. El joven no tardó en traerle una rata negra a la que el enano dio un poco del liquido contenido en la daga de obsidiana. Barak abrió el cajón donde había la había guardado y la sacó por el rabo. El maldito animal estaba vivo.
–  Nchts-, chasqueó. -Tobías, Gotthold, vamos a visitar a ese boticario, a ver si confirma mis sospechas.-
El boticario observaba la pequeña redoma con el líquido. –Hum, es denso, no huele y probablemente tampoco sepa-. Dijo mientras lo observaba.
 -¿Puede ser un veneno?- Inquirió el enano.
-Claro, tiene todas las condiciones para serlo. Pero tampoco se lo puedo garantizar. Necesitaría investigarlo más-.
 -Hágalo. Eso sí. Ni una palabra a nadie. Volveré en un par de días-. Se despidió el enano dejando una moneda en el mostrador.
  
Tras abandonar la botica se dirigieron hacia la taberna que frecuentaba el kislevita Igor. Allí se encontraba con una botella de la mano y charlando animadamente con los parroquianos.
Barak y Gotthold se encaminaron hacia él.
Maldita sea Igor, ya estás a estas horas con el kvas. ¿No te dije que te quería sereno por si te necesitaba los próximos tres días?-
-¿Cree que estoy borracho? Es sólo un desayuno invernal en mi tierra-. Dijo sonriendo acompañado de un potente aliento alcohólico.
-Tengo que hablar contigo-, dijo el enano indicándole uno de los reservados. -¿Está el resto de tu banda disponible?-
-Sí.  Desde que llegamos no ha aparecido ningún trabajo-. Confirmó el kislevita.
-¿Cuál es vuestra tarifa?-
-200 coronas por el grupo y por trabajo-.
-Es bueno saberlo.- Tras dirigir una mirada cómplice a Gotthold, continuó. – El otro día me comentaste que cada vez recordabas menos. Eso puede causarlo el maldito kvas. Mirando sólo con un ojo con este parche quizás puedas solucionarlo. Prueba-. Dijo mientras le ofrecía su parche.
El kislevita, con una expresión de incredulidad, accedió a la petición del enanoEstuvo unos momentos con el puesto. Cuando se hartó de mirarse las caras en silencio, expresó.- No entiendo el humor de tu pueblo, amigo Barak-, dijo  devolviéndole el parche. -Mi memoria no ha mejorado. Si me necesitáis para algún trabajo, ya sabes dónde estoy-.

Antes de regresar a casa pasaron por los alrededores del templo de Ulric para examinar el terreno. Una numerosa guardia de la ciudad lo acordonaba. -Entrar sin ser vistos será imposible-, comentó Barak.
-No se preocupe patrón. Si sólo hay que contactar con Ranulf, yo sé cómo hacerlo. Rescatarles del interior era una tarea más complicada y también lo hice ¿no?- dijo Gotthold con una sonrisa de autosuficiencia.


Aún era pronto para regresar a la casa que compartían, así que el batidor y el sacerdote fueron a la posada donde se hospedaban los Lugus. Lille el cervecero, con la gratificación de un par de monedas de plata, les indicó que creía que habían vuelto al norte.
-Si no están todavía en el Manantial de Jade trabajándose a las muchachas, claro. Date una vuelta por allí, muchacho. Si tienes Karls, lo pasarás en grande-. Añadió guiñándole el ojo.
Aunque todavía no era medio día, el local estaba bastante ambientado, al menos una docena de ciudadanos charlaban alegremente con otras tantas mujeres, y cuando ambos se fijaron bien descubrieron en un rincón al joven Thomas flirteando con una de esas chicas con escasa ropa. Kiefer y Eddrick partieron tras informarle, mientras Thomas con una amplia sonrisa subía las escaleras de la mano de una meretriz.
El manantial de jade” no era ninguna taberna sino un burdel en toda regla, como así lo indicaban los carteles pintados con llamativos colores que había en la fachada. Ambos se acercaron a la barra del local y le hicieron unas cuantas preguntas, a las que el camarero respondió alegremente tras poner Eddrick unas cuantas monedas encima de la barra.
-Naton Lugus solía venir por aquí y llevarse alguna chica a la cama.- dijo mientras se servía un vaso de licor. –Todos venían con asiduidad a mi local, aunque lo raro fue lo de su hermano pequeño, Orton Lugus. Vino un día y se llevo a Lida.-
-¿Qué tiene eso de raro?- preguntó Kiefer.
-Pues que Lida era la mejor de mis chicas, llegó hace tan solo unas semanas y ya la conocía todo el mundo. Cobraba una fortuna y nunca le faltaba trabajo. Podría haberse casado con cualquier hombre y va y elije a un segundón de Middenland.- replicó consternado mientras se llenaba otra vez el vaso. –Hace un día que todos los miembros de la familia Lugus se ha marchado, supongo que a Middenheim.-
Se despidieron del coloquial camarero no sin antes pedirle una descripción de Lida, a lo que correspondió con una minuciosa narración sin omitir ni el más mínimo detalle de su figura.


Por primera vez en demasiado tiempo, durmieron durante toda una noche. Todos no. El joven Thomas descubrió en el Manantial de Jade, placeres que le impidieron acostarse hasta altas horas. La pérdida de sueño y dinero bien mereció la pena. Al saludar a sus compañeros no pudo evitar una sonrisa al recordar aquellas tres fogosas muchachas, el cuero y sus lenguas.
Buenos días abuelos-, dijo mientras se servía una taza de té. Cuando todos se fueron, se echó a descansar unas horas.

Eddrick, Barak y Gotthold se dirigieron  a la casa de Wolfgang Scheunacht. En el trayecto el enano percibió una sombra que les observaba, pero como en las anteriores ocasiones, se encontraba demasiado lejos para poder perseguirla.
Se notaba que era festag, el día consagrado para el descanso semanal. La no actividad en una ciudad tan efervescente se les hacía extraña. El enano les guió durante el trayecto, hasta que llegaron a una mansión amurallada de dos plantas y un amplio jardín en la zona noble de la capital. Golpearon la puerta exterior hasta que les abrió un ayudante de cámara, que saludó respetuosamente a enano.
-Encantado de volver a verle señor Barak. Anunciaré su llegada y la de sus compañeros. Acompáñenme al interior, por favor-.
Gotthold y Eddrick se miraron extrañados mientras les seguían. Aguardaron en un amplio recibidor mientras el ayuda de cámara informaba a su señor.
-¿De qué demonios conoces a éste tío?- Comenzó a decir Eddrick, cuando les anunciaron que podían pasar a la biblioteca. Ésta estaba abundantemente provista en sus estanterías. Sobre un amplio escritorio de caoba había un par de libros abiertos, papeles dispersos con anotaciones, junto con extraños instrumentos. Tras la mesa se encontraba Wolfang Scheunacht. Llevaba la cabeza afeitada y vestía una rica túnica brillante de color rojo y anaranjado con llaves bordadas en hilo de oro. Les saludó amistosamente, invitándoles a tomar asiento.
-Me alegro de volver a veros. A Barak le vi recientemente. ¿En qué puedo ayudaros?-
Barak notó la incomodidad  de Eddrick ante esta revelación y el nerviosismo de Gotthold. Sabía que no se fiaba de los malditos brujos. Por ello comenzó a hablar.
-En nuestro anterior encuentro me comentó que quería mi colaboración. Tenía enemigos que querían acabar con usted y que éstos estaban relacionados con el caos.
-Así es.-
-¿Conoce los focos de esa amenaza?-
- No. Pero el caos nunca descansa. Menos aun cuando parece derrotado, como ocurrió con las mutaciones de Middenheim. Siento la amenaza en la ciudad.-
-¿Y qué hacéis los brujos?- Espetó Gotthold
-Los, hechiceros, trabajamos para garantizar la seguridad del imperio.- Corrigió Wolfgang remarcando la palabra hechicero y dirigiéndole una dura mirada al norlandés.
Eddrick meditaba qué decir. No sabía hasta que punto podían confiar en él. Finalmente comenzó a hablar. –En nuestro viaje hasta aquí llevábamos dos cargas. Illesia y un objeto, ¿por qué se enmascaraba usted en el camino?-.
-En los viajes debo ocultarme por precaución. Incluso en la ciudad. La gente no tiene un buen concepto de los hechiceros. Desconfían de nosotros. Su ignorancia y el mal uso de la hechicería provocan esto-.Comentó deteniéndose  brevemente en Gotthold para continuar. –En el viaje tenía la sensación que el caos actuaría en cualquier momento, sentía su presencia. Sólo cuando el ataque de las bestias del caos iba a acabar con todos tuve que mostrarme, afortunadamente con éxito.- Tomó un trago de agua antes de continuar. Esta vez observando al batidor. -A pesar de los diversos ataques que sufrimos, la fuente de esa sensación que me inquietaba iba con vosotros, concretamente con el clérigo. Has nombrado dos cargas Eddrick. La muchacha y un objeto. ¿Cuál? ¿Algún motivo más allá de preocuparos por mi seguridad os habrá traído hasta aquí?-
Eddrick se removió nervioso en su asiento. A pesar de haberles salvado la vida en la carga de los ghor y de haber evitado que el enano muriera desangrado, dudaba si sería un aliado. La traición de Liebnitz era demasiado reciente. Tras reflexionar unos momentos, suspiró y comenzó a relatarle lo relacionado al Desollador Rojo, el cráneo que transportaban y la daga de Yul K’chaum.
El piromante escuchó atentamente el relato de Eddrick. Se levantó y buscó en la biblioteca hasta encontrar el tomo deseado que abrió con cuidado en el escritorio, mientras pasaba páginas escritas en un idioma desconocido para todos.
Lo que suponía. Este es un objeto muy poderoso y debe ser destruido-.
-¿Sabe cómo destruirlo?- cuestionó Barak.
-Existe un ritual mediante el cual se podría.-
-¿Un clérigo podría destruirlo?- Preguntó Barak pensando en Liebnitz.
-Lo dudo mucho. Son torpes en estas cuestiones y el ritual es peligroso y complicado.-
-Nos dijeron que en la ciudad había un mago celestial que podría hacerlo.-
-Con el ritual adecuado, claro que podría. -
Lo que desconocían era el nombre del mago celestial del que les hablo el padre Odo. Tampoco tenían esperanzas de que Liebnitz quisiera destruirlo. –El objeto está en malas manos. Si lo conseguimos, ¿lo destruirá?-Inquirió Eddrick.
-Por supuesto. No olvides que estás hablando con un magister del colegio brillante- dijo orgullosamente-. Iré realizando los preparativos para el mismo. Recordad que la discreción es muy importante. Los ojos del caos  pueden estar en cualquier lado.-
-No se preocupe. No lo olvidaremos-, contestó Gotthold con su habitual media sonrisa.


Por su parte, Kiefer intentó averiguar el paradero de Reuben Piper  y sus hombres. Los encontró en una de las muchas posadas de la calle de las mil tabernas. Cuando entró, unos cuantos de sus hombres se encontraban desayunando.
-Que Ulric os conceda un buen día.- saludo el clérigo. -¿Podría hablar con el señor Reuben Piper?-
-El señor está descansando.- contestó un fornido guardaespaldas mientras se le derramaban  gachas de avena por la boca. –Aún no es hora de desayunar para él. No tardará en bajar, o tal vez sí. ¿Quién sabe?-
Mientras esperaba que bajase Piper, conversó con los guardaespaldas, al parecer gracias a los Lugus, a los que profesaban cierto rencor, las cosas se habían torcido para su señor y por consiguiente para ellos. De momento se encontraban esperando ordenes de su jefe.
Finalmente, tras poco menos de una hora, Piper decidió que ya era hora de alimentar su orondo cuerpo y bajó a desayunar. Al verlo Kiefer fue a su encuentro, aunque uno de sus guardaespaldas lo detuvo.
-¡Ehh! ¿Donde crees que vas? Espera que te den permiso.- gruñó.
-Por favor, siéntate.- concedió Piper tras mientras saboreaba una salchicha.
Tras presentarse ante él, Kiefer le contó sus sospechas de que posiblemente al joven Dannet lo envenenaron los Lugus. Ellos mismos orquestaron los ataques de los supuestos hombres de Steiguer contra los Dannet para que estallase un conflicto, ya que si ambas casas se eliminaran mutuamente pasarían a ser dueños de todo.
-Sobreestimas la inteligencia de los Lugus, clérigo. Llevan años dilapidando su fortuna, casi han acabado con su apellido.- desdeñó Piper mientras engullía su tercera salchicha.
-Demasiada casualidad que justo ahora que ha muerto su hermano aparezca Iris Dannet, única heredera, y decida casarse con Orton Lugus.- replicó el sacerdote.
-Mucho tiene que escalar Orton para ocupar el sillón de su hermano.- dijo airado, acusando el golpe de su prometida. –Créeme Naton no es tan tonto.-
-No sería el primer heredero que muere envenenado.-
-El único culpable de todo es Ander Steiguer.- Afirmó el mercader.- Menudo zorro está hecho. Consiguió el enlace con el Erario de Nuln y el canalla ni ha aparecido por aquí. Créeme, los Lugus no son peligrosos.-
-¿Cuándo desapareció Iris?- interrogó Eddrick.
-Hace tres o cuatro meses.- contestó apenado. –Y ahora aparece con ese don nadie. No sé que le ha podido ocurrir, la locura le ha afectado, no puede haber otra explicación.-
-¿Sabe quién es Clayton Archay, el caballero zorro?- continuó el batidor.
-Alguien caído en desgracia, nada más.- se levantó de la mesa y les invitó amablemente a marcharse. –Señores, me quedaré un par de semanas más en este lugar, será un placer volver a charlar con ustedes.-
Antes de marcharse le pidieron una breve descripción de Iris. Como ya suponían, coincidía perfectamente con la descripción de Lida la prostituta.  ¿Cómo acabó la heredera de la casa Dannet en un prostíbulo y aparece ahora de la mano de un Lugus? Cada vez encontraban más y más preguntas, pero pocas o ninguna respuesta.


Tobías había conseguido un buen tabardo con simbología sigmarita. Gotthold se lo colocó sobre su cota bien  pulida. Cuando terminó de acicalarse dirigió una mirada al grupo.
-¿Qué os parece? ¿A que parezco uno de esos locos?- preguntó el mercenario.
Kiefer no pudo reprimir una sonrisa mientras le entregaba el pergamino con el mensaje para el padre Ranulf.
No hagas tonterías. Vuestra vida depende de la discreción- observó el sacerdote. Gotthold enarcó una ceja y marchó hacia el templo ulricano con paso alegre.

La guardia de la  ciudad que vigilaba los aledaños del templo le dio el alto. -Sargento. Traigo un mensaje del Alto Capitular-,  declaró mostrando el salvoconducto con el sello sigmarita,  permitiéndole dirigirse hasta las puertas del templo. Tras golpear enérgicamente la puerta se abrió una pequeña ventana. Gotthold se identificó como mensajero para el padre Ranulf, tras lo cual, le franquearon la entrada al interior del templo. Dos guardas teutógenos aguardaban junto a él, mientras un tercero llegó acompañando al páter.
-En nombre del Alto Capitular-  declaró marcialmente Gotthold extendiendo la mano con el pergamino. Asintiendo con la cabeza, el padre Ranulf tomó el mensaje y volvió al interior del templo.
El norlandés hizo lo mismo en dirección al soleado exterior. Satisfecho con su actuación, se dirigió de regreso a casa.


La mañana de wellentag,  las calles estaban abarrotadas de ciudadanos que se dirigían a la Reikplatz. Al llegar, la gran plaza estaba completamente saturada de gente que no paraba de vociferar. En uno de los extremos de la plaza habían colocado una tarima de madera a unos dos metros del suelo para que todo el mundo tuviese visibilidad. Arrodillado sobre el suelo de madera se encontraba encadenado Julian Tennan, escoltado por cuatros guardias de la ciudad. A un lado del prisionero se encontraba el Alto Capitular de la iglesia de Sigmar, Walter Stolz que defendería al reo. El  Sumo Sacerdote Adjunto Claus Liebnitz se encontraba frente a él y ejercería la acusación. Presidía el tribunal en calidad de jueza, una clérigo de Verena. Vestía una túnica blanca y una joya con forma de cabeza de lechuza pendía sobre su pecho. Estaría asesorada por cuatro nobles varones. No habían pensado en ese detalle y ahora comprendían lo importante que podría ser. Cerca del estrado habían amontonado madera alrededor de una gran estaca donde quemarían al reo si era declarado culpable.
Una trompeta resonó en la plaza y la multitud se calmó mientras un heraldo hablaba desde el estrado.
-¡Que todos los ciudadanos y nobles de Altdorf tomen nota!- Gritó el heraldo. -¡Aquí comienza el juicio contra Julian Tennan de Altdorf, acusado de la herejía más atroz: connivencia con las fuerzas del Caos, y traición contra nuestro Señor, el Altísimo, Emperador Karl Franz, al que Sigmar proteja! ¡Todos los citados crímenes, han sido cometidos en la ciudad de Altdorf, hace entorno a dos o tres días!-
El heraldo se volvió hacia los guardias que custodiaban a Tennan.
-¿Está el acusado ante el tribunal?-, preguntó retóricamente.
-¡Sí!-  respondieron los Guardias al unísono. Tennan no dijo nada, haciendo caso omiso del repentino bombardeo de proyectiles por parte de la chusma. Alzando la voz por encima de los gritos de -¡Quemadlo!-, El heraldo continuó:
-El acusado será juzgado por un jurado de sabios y eruditos encabezado por el noble Ulrich Schutzmann, Comandante de la Guardia de la Ciudad de Altdorf, ejerciendo por designación especial la autoridad del Conde Elector. También forma el jurado la Serena Gracia Evina Klug, la Alta Sacerdotisa del Templo de Verena en  Middenheim, Su Excelencia Eberhardt Richter, Primer Magistrado de Altdorf, Su Excelencia Erich Kalzbad Segundo Magistrado de Altdorf, y Su Excelencia Hannes Brucker, Tercer Magistrado de Altdorf.- El heraldo se giró hacia el jurado -¿Está el Jurado en el tribunal?-, preguntó.
-¡Sí!- respondieron ellos. El público aplaudió lealmente.
-¡Entonces, se inicia la sesión!-
Cientos de gritos se alzaron de entre la multitud.
-¡Liebnitz está loco!-
-¡Es un complot para iniciar un motín!-
-¡Motín!-
-¡Herejía! ¡Más cultistas en la ciudad!
-¡Colgarlos en alto!-
-¡Les prometí a los niños que habría una quema¡ Y aquí tiene que arder alguien.-
-¡Abajo con Sigmar!-
-¡Vivan los Altdorfianos!-
-¿Qué te dije?-

Mientras observaban toda esta  parafernalia, un sigmarita se les acercó para comunicarles que el Alto Capitular pretendía utilizarlos de testigos. Tanto Barak como Kiefer accedieron a ello y le siguieron hasta el estrado. Gotthold se entremezcló con el público con la intención de descubrir entre las voces más críticas algún demagogo que bien podría estar implicado con la mano púrpura. Mientras que Eddrick, Thomas y Rokatanski se quedaron a los pies del tribunal a la espera de lo que sucedía.
Stolz mandó llamar a Johan Opfer que contó su relato. Después fue el turno de Kiefer quien declaró como liberaron al niño y que encontraron en el sótano de la taberna. Liebnitz desechó ambos testigos y para sorpresa de todos los asistentes mandó testificar al propio Stolz.
-¿Es cierto que recientemente han robado un icono en el templo de Sigmar?- preguntó el Sumo Sacerdote Adjunto de Ulric.
-Sí, es cierto. Concretamente un retablo de nuestro bendito Sigmar.- contestó el Alto Capitular sigmarita.
-¿Este mismo que sostengo?- interrogó mientras quitaba el marco de madera y mostraba la parte trasera del óleo en la que podía verse el símbolo de Khorne pintado en rojo. –¡¡¡Ésta es la prueba de que la iglesia de Sigmar está infectada por el Caos!!!-
La gente enloqueció con ésta última acusación, comenzaron a lanzar fruta podrida contra el estrado sin hacer distinción entre acusado y jurado. La guardia de la ciudad empezó a formar alrededor del estrado para impedir que el gentío enloquecido lo invadiera y linchara a todo aquel que hubiera allí. Todos los que se encontraban en la tarima fueron escoltados por el Capitán Schutzmann y unos cuantos soldados a su mando hasta una habitación del Palacio Imperial.

 -No puede ser- afirmó Stolz desafiante. Se giró hacia los aventureros. -¿Visteis ese símbolo mientras traíais el icono?-
-Estaba colgado bocabajo en una pared. No había ningún símbolo.- contestó Barak con semblante serio. –Si bien es cierto que no quitamos el marco para no dañar la pintura de Sigmar.-
-Esto es devastador- indicó la gran sacerdotisa de Verena. -¡Incluso si se prueba que es falso, el Imperio se fragmentará una vez que se corra la voz! Liebnitz, ¿En qué estabas pensando al hacerlo público?-
Liebnitz le lanzó una burlona mirada de reproche. -Mi querida Evina-, le regañó irónicamente, -¿Me aconsejas acaso omitir la verdad? ¿Qué diría tu divino maestro?-
-¿Tú llamas Verdad a esto?- Stolz explotó con frustración. -¡Abominación, eso es lo que es! ¡Pintado por algún hereje, que espero profundamente, haya recibido su justo castigo por calumniar de manera vil a mi Señor Sigmar, e intentar destruir al Imperio!-
-Ya, ya, Stolz.- Liebnitz le puso una mano afectuosa sobre el hombro. –No te preocupes. Los hijos del Lobo Blanco, mantendrán la seguridad del Imperio. Los Caballeros, la Guardia Teutógena y la Hermandad del Hacha os guiarán de vuelta a la grandeza, a través del verdadero camino de Ulric. Por supuesto, tu templo tiene que ser investigado y la corrupción arrancada de raíz. El Gran Teogonista, por supuesto, tendrá que renunciar por permitir que tal herejía florezca bajo su gobierno. Debe ser sustituido por Teutógeno de sangre pura...-
-¿Es eso?- dijo entre dientes Stolz. -¿Hiciste todo esto por ambición?-
Liebnitz se agitó en silencio. -Un líder de herejes debe de ser cuidadoso con sus acusaciones,-explotó cargado de ira. Tras una pausa, añadió más suave y con una sonrisa maliciosa -Pero no temas. Estoy seguro de que los inquisidores serán comprensivos con tu caso. Por qué, incluso hablaré bien de ti, y trataré de conseguirte un trabajo en el templo. Por supuesto, no se te permitirá predicar, pero estoy seguro de que en la biblioteca, o en los establos...-
Fue incapaz de terminar la frase, porque los dedos de Stolz se aferraron alrededor de su garganta. Los presentes intentaron separar a los dos hombres, y  Schutzmann ordenó que ambos se retirasen a las habitaciones que habían sido rápidamente preparadas para ellos.

Ya solos en la habitación, Stolz presa de los nervios, no paraba de lanzar toda clase de improperios contra los aventureros recriminándoles como habían podido ser tan tontos. De pronto alguien tocó a la puerta, Kiefer la abrió y sorprendido vio como entraba el padre Ranulf con un cofre.
-He encontrado el Cráneo.- dijo con cara angustiada.-No puede estar en manos de Liebnitz, es demasiado peligroso.- Afirmó mientras le entregaba el cofre a Kiefer. Todos respiraron algo más tranquilos cuando comprobaron que el cofre aún estaba cerrado y soldado por el metal con el que lo había sellado Barak.
-Deberéis encargaros de destruirlo vosotros mismos.- afirmó solemne el Alto Capitular Stolz. –Debéis ir al colegio teológico, allí preguntad por Albrecht Zweinstein, él sabrá como destruirlo.- se volvió a un escritorio y garabateó rápidamente una nota y se la entregó a Barak. –Dale esto, cuando lo lea lo entenderá todo. ¡Rápido, no perdáis más tiempo! El juicio se reanudará de un momento a otro. Yo me quedaré para intentar que no estalle una guerra civil.
Ambos salieron prestos al exterior y se les unieron el resto de sus amigos que estaban esperando cerca de la entrada del palacio del Emperador. Todos se dirigieron rápidamente al colegio teológico mientras Barak les hizo un breve resumen de lo ocurrido. En la puerta del colegio había un conserje al que Gotthold intimidó con unas cuantas palabras a la vez que le mostraba el salvoconducto que le hizo Stolz un par de días antes El asustado bedel les condujo hasta el despacho de Zweinstein con diligencia. El profesor apartó la vista de un libro que estaba leyendo y miró a los recién llegado algo molesto por su interrupción. Barak se adelantó al resto y entregó la nota que acababa de escribir el Alto Capitular para el profesor. Mientras la leía el malhumor iba dejando paso a la expectación en su rostro. Kiefer dejó el cofre sobre la mesa de su escritorio y Albrecht lo examinó con detenimiento.
-Bueno- dijo. -Esto parece bastante corriente. ¿Puedo entender que el objeto en sí está dentro y el propósito de esta caja es mantenerlo inactivo? Sí. Muy bien, entonces vamos a echar un vistazo al interior.-Abrió el cofre con cuidado, y a continuación, levantó una ceja burlona. -¿Habéis traído este cofre directamente del padre Ranulf?- preguntó. -¿Estáis absolutamente seguros de que nadie a parte de vosotros ha tenido la oportunidad de tocarlo?-
-Así es.- asintió Barak.
-Entonces, tal vez podáis explicar por qué hay una cabeza humana en lugar de una calavera de bronce bruñido.-
-¡¡No es posible!!- exclamaron al unísono.
-Reconozco a este hombre-  dijo. -Testificó en el juicio de esta mañana. No me sorprendería que el Sumo Sacerdote Adjunto respondiese a sus ridículas acusaciones con una acción tan directa. Me gustaría ver el icono que afirma es la prueba de sus desvaríos.- Sacó la cabeza del interior del cofre y todos pudieron ver una la cara desfigurada de terror del  pobre Johan Opfer. -Dado que anteriormente el cofre estaba en su poder y tiene multitud de razones para desear la muerte de este desgraciado, creo que podemos suponer que puso la cabeza aquí, tal vez después de que se la trajese algún asesino a sueldo como prueba de que su orden se había llevado a cabo.- Seguía hablando el profesor más consigo mismo que con los aventureros. -Independientemente de todo esto, sin embargo, lo cierto es que el cráneo de bronce a la que se refiere esta nota no está en el cofre. Lo que significa, por supuesto, que está en otro lugar. Dado que el Sumo Sacerdote Adjunto fue la última persona conocida que la tuvo a su cargo, debemos suponer que todavía está en su posesión. Habiéndola sacado fuera de su cofre de protección, parece probable que se propone utilizarla de alguna manera, y más temprano que tarde. ¿Seguía en el palacio cuando lo  abandonasteis?-
-Está en el Templo de Ulric.- dijo Kiefer paralizado de horror y con el semblante blanco. –Tal como lo vi en mi sueño.-
-Le arrancaremos la cabeza de sus hombros.- dijo Eddrick tratando de animar a su amigo. –No hay tiempo que perder.-

Salieron del colegio teológico con paso vivo. El enano a pesar de sus cortas pero poderosas piernas encabezaba una marcha que a sus compañeros costaba seguir. La determinación en sus rostros provocaba que la muchedumbre de las calles se apartara de su camino. Se dirigían a enfrentarse con el peor de los enemigos. Un traidor.
Los aledaños del templo estaban libres de los alborotadores que días atrás lo asediaban. Un grupo de guardias de la ciudad montaba guardia en el exterior. La expresión de sus caras mostraba preocupación por  lo que ocurría en el interior. Un fulgor rojizo asomaba por las ventanas, acompañado de canticos en un idioma desconocido. Gotthold se encaró a ellos y mostrando el salvoconducto con el sello del alto capitular les gritó.
En nombre del imperio y del Alto Capitular Werner Stolz, enemigos del emperador  se refugian ahí dentro¡ Abrid la puerta!- Los nerviosos guardias se miraron entre sí antes de franquearles el paso. La puerta estaba trancada por dentro por lo que tuvieron que derribarla utilizando un banco de madera a modo de  ariete.
En el interior del templo cuatro guardias teutógenos protegían el acceso hasta el patio interior donde se encontraba la sagrada Llama de Ulric. Alrededor de ella contemplaron la herejía que se estaba realizando. Formando un círculo, estaban cinco de los antiguos caballeros teutógenos con el torso desnudo, y pintada con sangre, una calavera roja enmascaraba sus rostros. Salmodiaban al unísono con Claus Liebnitz, que sólo iba ataviado con un taparrabos. Su cuerpo estaba pintado en rojo y negro. En su mano derecha portaba una daga ritual. En su cuello refulgía el dorado cráneo del Desollador Rojo.
La cólera se apoderó de Kiefer, enajenándolo completamente. Semejante blasfemia sería vengada. La ira lo transportó a un estado primario como nunca antes había conocido, cargando instintivamente contra los cuatro caballeros que se interponían en su venganza. Su furia se transmitió a Eddrick y a Barak que se unieron a su carga mientras imprecaban a sus enemigos.
Gotthold fue el único que mantuvo la calma suficiente para ver la desigualdad del inminente combate. Poco podrían hacer por mucha que fuera su determinación, ante cuatro poderosos guerreros ataviados con armadura completa de placas. Volvió sobre sus pasos y conminó a la guardia a defender al imperio de los enemigos allí presentes. Cuatro de los  guardias se unieron a su carga contra los antiguos templarios de Ulric, mientras gritaba fuera de sí  –¡Por el imperio!-
Llegaron justo a tiempo de nivelar nuevamente la balanza. Gotthold se unió a su patrón, mientras que dos de los guardias auxiliaban a Eddrick y a Kiefer. Los otros dos cargaron contra el templario restante. De esta manera se enfrentaron dos por cada templario. Su pesada armadura y los brutales tajos de los mandobles de éstos, igualarían rápidamente el número. Y así fue, aunque la ayuda y muerte de los guardias les dio el tiempo necesario. Barak y Gotthold luchaban de manera coordinada y se deshicieron de su adversario justo en el momento que uno de los templarios acababa con sus oponentes y quedaba libre para encararlos.  Kiefer y Eddrick se encontraban solos tras la muerte de sus aliados, aunque los templarios renegados se encontraban gravemente heridos.
Mientras se  desarrollaba este combate, el cántico procedente del interior del templo aumentaba su potencia, al mismo tiempo que Liebnitz iba degollando uno a uno a sus súbditos para así poder finalizar el ritual. El fulgor procedente del colgante aumentaba su luminosidad tras cada muerte. Ya sólo quedaban dos por sacrificar.
                   Gotthold esquivó el arco del mandoble y golpeó con su pico traspasando la pesada armadura. Un instante después, el enano estrellaba su martillo contra el muslo, provocando el crujido del hueso al astillarse y haciendo caer a su enemigo.
                  Kiefer parecía inmune al dolor provocado por los golpes. Un brutal golpe de su maza impactó a la altura de la clavícula de su adversario, destrozándole el cuello a ese nivel. Por fin estaba libre para poder enfrentarse a Liebnitz, hacia el que cargó aullando. Barak hizo lo mismo mientras Gotthold acababa con el postrado enemigo.
                Cuando cargaban hacia él, Liebnitz degolló a los dos últimos. Una risa demente brotó de su garganta, mientras unas enormes garras nacían de sus dedos al mismo tiempo que el cráneo refulgía alimentándose de la sangre allí derramada. Aguardaba, seguro de sí, a sus enemigos. Barak fue el primero en llegar hasta él, esquivando sus rápidas garras y martilleando sin demasiada potencia en un brazo. Instantes después apareció Kiefer. Su rápido golpe fue evitado, pero abrió el flanco lo justo para que el enano le golpeara en el abdomen. El renegado sacerdote bramó e intentó atravesar con sus manos el cuello del enano. Esto permitió al sacerdote de Ulric descargar todo su odio contra la desprotegida espalda. Pudo sentir como chascaban huesos ante su golpe.
           Al caer al suelo Liebnitz, su torso comenzó a descuartizarse, al tiempo que el cráneo absorbía su esencia. El cráneo refulgió con gran intensidad cegándoles momentáneamente. Comenzó a resquebrajarse incapaz de soportar la presión en su interior, desde el que poco a poco, empezó a materializarse un ser de pesadilla, un demonio.
               La terrorífica visión paralizó al enano, quien hubiera sido una fácil víctima de no haber sido por la pronta llegada de Eddrick y Gotthold, que se unieron al feroz sacerdote en la lucha. El norlandés descargó un golpe tan brutal contra el brazo de la criatura, que hubiera sido capaz de acabar con cualquier hombre. Aunque este no era el caso, sólo lo dejó malherido y el demonio rugió lanzando un veloz ataque que el mercenario pudo evitar. Eddrick le golpeó con su gran hacha en la pierna, pero eso no impidió que el demonio continuara lanzando veloces garrazos contra Gotthold, hiriéndole de gravedad. El demonio rugió tras acabar con el enemigo que le había herido tan gravemente y se abalanzó sobre el sacerdote ulricano, al tiempo que esquivaba el golpe de su maza. La ofuscación del demonio en acabar con el representante de su ancestral enemigo le impidió ver el demoledor golpe con que le cercenó Eddrick. La caótica criatura chilló de frustración al verse derrotada por unos miserables humanos, mientras intentaba resistirse a que su esencia fuera expulsada hacia la disformidad.

Al desaparecer el demonio, escucharon la demente y débil risa de Liebnitz mientras su vida se le escapaba por las brutales heridas en su pecho.
-¡Imbéciles!  No se puede luchar contra la voluntad del Dios de la Sangre! Lo que habéis destruido no era sino una pequeña parte de la esencia de mi sanguinario maestro, y con la destrucción de su forma material, habéis permitido que una parte de su ser vuelva al corazón de Caos. Hay dos reliquias más, cada una con otra parte de su esencia, y cuando las tres partes se reúnan, Xathrodox el Desollador Rojo volverá a este mundo con su fuerza al completo, y beberá la sangre de los débiles y mortales. ¡Sangre para el Dios de la Sangre! sangre…-  No acabó la oración pues Kiefer le aplastó el cráneo con su maza.


En ese momento, la sagrada llama de Ulric aumentó de intensidad, expandiéndose por todo su templo purificándolo. Un arcaico fuego frío los envolvió durante un tiempo que no pudieron determinar. La sensación no les abandonaría durante el resto de sus vidas. En sus mentes sintieron las palabras de Ulric:
"Habéis protegido a mi templo y a mi gente. Dejad las diferencias de lado, mientras estéis luchando contra el auténtico enemigo. Dejo esta marca para que sea un aviso para todos".

                  Cuando la llama se encogió y se atrevieron a volver a abrir los ojos, descubrieron la marca grabada a fuego en el dorso de la mano derecha de cada uno de ellos. Representaba a un lobo portando un martillo.

Cuando estaban recuperándose del combate y de la experiencia divina llegó el padre Ranulf  acompañado de Werner Stolz y de Wilfred Torhbud.
El padre Ranulf sería el nuevo Sumo Sacerdote del templo. Se encargaría de trabajar en sintonía con Stolz. El líber mutantis se custodiaría en el colegio teológico donde además intentarían obtener información sobre la  daga y el cáliz.
Stolz aparte de agradecerles el éxito de su misión, les informó que el juicio se había resuelto con la liberación de Tennan. Todo lo referente a Liebnitz sería silenciado por las graves consecuencias que tendría su conocimiento.
Wilfred Torhbud se acercó y les agradeció la tarea realizada. Antes de despedirse les dijo enigmático:
La próxima vez que nos veamos será la última.- Marchó sin volver la vista atrás.



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