viernes, 5 de octubre de 2012

Capítulo XII



   Regresaron a casa con el cuerpo dolorido, herido y con una sensación de quemazón fría en todo su ser, después de haberse inmerso en el fuego de Ulric. Tras una frugal cena, se retiraron a descansar, cada uno sumido en sus propios pensamientos.


                  Aubentag

    Despertaron sobresaltados por unos golpes en la puerta. Gotthold acudió portando su magnífico pico en una mano. Con los ojos legañosos abrió, reconoció a quienes les habían despertado y les cerró la puerta en las narices, mientras sonreía al escuchar las imprecaciones de los propietarios de la casa desde el exterior. Restregándose los ojos se dirigió a la cocina donde Tobías preparaba el desayuno. Observó viejos trapos empapados de la sangre con que había limpiado los restos del cultista que desayunó Rocatanski dos días atrás.
-Chaval, márchate de aquí. Eso que tienes que hacer no está pagado. Te aseguro que las cosas no mejorarán-, le comentó mientras mordía una manzana. Poco después fue apareciendo el resto del grupo, que  volvieron a escuchar aporrear la puerta. -Ya abro yo patrón-, dijo guiñando un ojo.
En la puerta se encontraban los enfurecidos propietarios, esta vez acompañados por una pareja de guardias de la ciudad. Antes de que pudieran hablar se encaró al matrimonio, gritándoles, -¿qué coño queréis? Con los treinta karls que os pagamos podríamos vivir aquí un año, así que no volváis a molestarme-. A continuación se dirigió a los incrédulos guardias mostrándoles el salvoconducto con la lacra del la orden de templarios de Sigmar. -Vosotros dos, será mejor que no hagáis caso a esta chusma. Trabajamos para los cazadores de brujas. Si no queréis conocer los sótanos del templo, será mejor que desaparezcáis… ¡Ya!- Acto seguido, cerró bruscamente la puerta y riendo por lo bajo, fue a reunirse con sus compañeros.
Mientras un nervioso Tobías les servía el desayuno, debatieron las líneas de investigación que se les presentaban. Por un lado estaba Illesia, el demonio titiritero y  el Silencio. Parecían estar relacionados con algún culto de Tzeentch que intentaba llegar hasta el emperador. Illesia también era un nexo en la trama entre las familias Steiger, Danned y Lugus, aunque según las últimas noticias que tenían, todas habían abandonado ya la ciudad.
Por otro lado, estaban los skavens. Desde el descubrimiento de la piedra bruja con la que la secta de la mano purpura intentaba envenenar los pozos, no habían vuelto a encontrar nada, a excepción del escurridizo skaven de las azoteas que les seguía desde la distancia.
Y el enigmático Torhbud. ¿Qué papel tenía en todo esto?
La quemazón en el dorso de la mano, les recordaba que debían ponerse en marcha. Una vez destruido Liebnitz y el cráneo maldito, debían encontrar la daga y el cáliz que albergaban la esencia del Desollador Rojo.  Pero, ¿por dónde empezar?
   Kiefer comentó al resto que dos de sus sueños se habían hecho realidad. Quizás fueran más importantes de lo que parecían y deberían de tenerlos en cuenta. El grupo al completo hizo memoria y uno a uno fueron relatando los extraños sueños, tan vívidos que parecían más un recuerdo que un sueño. Kiefer  comenzó con el relato de sus sueños.
  -Bajo una luz de verde, una mujer gritaba.... me sobresalté y acudí en su auxilio, comprendiendo enseguida  que estaba dando a luz sobre un lecho compuesto por cientos de ratas grises que pululaban bajo el cuerpo de la mujer, en un osario de carne y sangre.-
    -El interior del templo de Ulric se encontraba vacío. En la sala sólo había una caja metálica envuelta en cadenas. Al retirar las cadenas con pulso temeroso abrí la caja. En el interior unos ojos descompuestos me miraban con repugnancia. Era el cráneo de un niño.-
    -Mientras cabalgaba en el exterior, encontré varios lobos que habían derribado y devorado a dos ciervos, uno joven y uno viejo, y tenían acorralado a un pequeño gamo  todavía  vivo.-

Eddrick continuó con los suyos. El primero era muy similar al de Kiefer.
    -Bajo una luz de verde, una mujer gritó. Sobresaltado acudí en su auxilio, observando que estaba dando a luz sobre un lecho compuestos por  cientos de ratas grises que pululaban bajo el cuerpo de la mujer. Todo el lugar era un enjambre de millones de insectos.-
     -Alguien estaba haciendo un ritual. No sabía por o para que. Entre las brumas vi asomarse el rostro de un ser descompuesto, caótico y aterrador. El ritual elevaba su plegaria, y descubrí que estaba acompañado. Era el momento de elegir a quien sacrificar para desterrar al horrible ser.-
    -Una copa plateada de vino resultaba estar llena de vinagre. El vino totalmente estropeado. Cuando se derramó, el oscuro vino formó una silueta que parecía una flecha.-

Thomas siguió el ejemplo de sus compañeros.
    -A mi espalda cientos de hombres aguardaban mis órdenes. Estaban dispuestos a luchar por mí. Hasta donde alcanzaba el horizonte cientos de soldados esperaban mi decisión. Lucharían por mí,  pero no morirían porque eran una horda de cascarones vacíos sin vida...-
    -Una voz femenina me llamó. Su sensualidad estaba oculta tras una cortina de encaje de seda. Su voz melosa y su leve risa acompañaban las palabras que pronunciaban mi nombre. Apagué una vela y sentí como sus manos recorrían mi cuerpo. Uno, otro, otros, decenas de tentáculos se retorcían sobre mi cuerpo aprisionándome y cortándome la respiración.-
    -Una mujer morena me ofreció un cáliz de vino oscuro invitándome a beber. El vino estaba frío y agrio y me abrasaba la garganta y el estómago como si fuera fuego, produciéndome un dolor horrible. Dejé caer la copa, que se estrelló contra el suelo, derramando el vino sobre las piedras como si fuera sangre. Vislumbré fugazmente el rostro, húmedo por las  lágrimas, de una mujer gimiendo de placer. Sus manos estaban apretadas contra sus labios con un gesto de pena, antes de que el dolor se volviera insoportable-

Barak frunció el ceño. Comenzó relatando un sueño que tuvo casi idéntico al de Eddrick y Kiefer.
    -Bajo una luz de verde, una mujer gritó. Sobresaltado acudí en su auxilio, observando que estaba dando a luz sobre un lecho compuestos por  cientos de ratas grises que pululaban bajo el cuerpo de la mujer.  En torno a ella el paisaje cambiaba y se transformaba continuamente.-
    -Paseaba por un gran ciudad  que no reconocía, rodeado de cientos de personas que se empujaban y se golpeaban. Era el blanco que todas sus miradas, que parecían odiarme y despreciarme. Algunos se acercaban a ti. Su manos purpuras dirigían a la multitud.- 
    -Alguien cubierto por una capa de sombras partió una granada por la mitad, encontrando el interior podrido, con bichos retorciéndose. La fruta estaba casi hueca por completo, comida desde el interior.-

Gotthold estaba bastante reticente a contar sus experiencias oníricas, aunque la coincidencia en uno de ellos le animó a seguir el ejemplo de sus compañeros.
    -Bajo una luz de verde, una mujer gritó. Sobresaltado acudí en su auxilio, observando que estaba dando a luz sobre un lecho compuestos por  cientos de ratas grises que pululaban bajo el cuerpo de la mujer. En una gran sala donde sonaba música  y rodeado de cientos de bellas estatuas.-
    -El frío me calaba los huesos.  La presencia del fuego era hace cálida. Las llamas empezaron a saltar incendiando cortinajes y muebles. El calor aumentó y todo a mí alrededor ardió. Estaba envuelto en una columna de llamas y entre el crepitar escuché un profunda carcajada.-
    -Una muchedumbre avanzaba hacia mí. Portaban antorchas y armas improvisadas. Cuando intenté huir descubrí que estaba atado sobre hatillos de leña seca. Alguien con un solo ojo rió aproximando la antorcha a la leña bajo mis pies.-

Rokatanski era un ser parco en palabras, aunque hizo un esfuerzo para describir lo mejor posible sus recuerdos.
    -Los hombres se abalanzaban sobre mí. Luché, pero pese a ser pequeños no pude derrotarlos a todos. Empezaron a rasgarme la piel lamiendo mi sangre. Sólo el fuego podía acabar con ellos. Comencé  a arder convirtiéndome  en una columna de llamas, pero aún así, no evité que siguieran arrojándose sobre mí.-
    -Estaba en mitad de un río cuyas aguas comenzaron a tornarse rojas. En el horizonte se elevó una gran ola de sangre que avanzaba.-
    -De entre una cortina de sangre y huesos emergió la figura de lo que parecía un hechicero con cientos de brazos.  Lo que parecía una enorme garra era su arma. En torno a él, una bruma de moscas ocultaba su rostro, que se antojaba bello. A sus pies, un enjambre de ratas le precedía. Tras él, un ejército de miles de cascarones vacíos aguardaba.-

Después de relatar todos los compañeros sus sueños, verificaron que algunos de ellos se habían cumplido, otros parecían  algún tipo de advertencia contra las familias Danned y Steiger. Otros tenían la certeza que los descubrirían más pronto que tarde.

Kiefer, tras sus rezos matutinos, marchó hacia el templo de Ulric. Su mirada iba continuamente hacia la marca del dorso de su mano. El sacerdote no cabía de gozo. Sin lugar a dudas, su dios había puesto de nuevo los ojos en él, escogiéndole y marcándole ante todos con un estigma de unidad.
En el templo sus hermanos trabajaban afanosos reparando los daños causados durante los altercados. Kiefer se puso a ayudarlos mientras esperaba el regreso del nuevo Sumo Sacerdote Adjunto, Ranulf, que estaba reunido con el Emperador. Trascurridas unas pocas horas regresó y le invitó a sus dependencias para conversar en privado. Kiefer le relató todo lo acontecido desde que partieran de Middenheim, así como su intención de permanecer en la ciudad hasta lograr encontrar la Daga de Yul K’chaum.  Ranulf le dio su beneplácito a su decisión y le transmitió su inquietud por el desaparecimiento del hermano Jonás Lang cuyos restos tampoco estaban entre los cadáveres.
De un baúl, sacó un pesado y voluminoso objeto envuelto en telas que entregó ceremonialmente al sorprendido sacerdote. Kiefer lo tomó con el pulso acelerado y lo descubrió. Se trataba de un enorme martillo de una manufactura exquisita. La cabeza del martillo estaba grabada con dos lobos enseñando los dientes. Todo el mango y la empuñadura se encontraban grabados con loas a Ulric.
-Ese es Bisswunde. Espero que en tus manos se borre su mácula que provocó Liebnitz.  Te lo entrego junto a mi bendición para que derribes con él a todo enemigo de Ulric y que ayude a que la iglesia ulricana vuelva a resplandecer-.
-No le defraudaré-.- contestó solemne Kiefer.

Una vez de vuelta a la casa, Kiefer fue junto a Eddrick al almacén de Frank Héller con la esperanza de encontrar alguna pista que hubieran pasado por alto. Ya en el almacén comprobaron que la guardia de la ciudad había estado allí y habían retirado la piedra bruja y las armas skavens. Como era de esperar no hallaron nada de interés, por lo que fueron a la casa de Héller. Los vecinos les informaron de que era un tipo normal, un pequeño comerciante que se dedicaba a importar grano de Wissenland. También averiguaron que su tía, Brunilda Héller, fue acusada de mutante o de adoradora del caos hace unos diez años. Sin embargo la soltaron por falta de pruebas, desapareciendo sin dejar rastro. La casa de Héller estaba cerrada, pero dos fuertes patadas les abrieron paso a un interior totalmente desordenado, como si alguien hubiese buscado algo a toda prisa. No encontraron nada que valiese la pena y se marcharon cabizbajos con la sensación que algo se les escapaba.


Barak junto a Rokatanski y a Gotthold  fueron a visitar al boticario al que días antes había dejado la pequeña redoma oculta en la daga de obsidiana. Les comunicó que el líquido, como sospechaba el enano, se trataba de veneno. Se trataba de Thug, una sustancia que provocaba un progresivo debilitamiento hasta que a los tres o cuatro días ocasionaba la muerte. El veneno era bastante común, aunque éste había sido modificado para hacerlo insípido e inodoro. Al tratarse de una sustancia bastante corriente, les limitaba poder seguir investigando sobre su origen.
Una vez fuera de la botica, Gotthold charlaba animadamente con el ogro, persuadiéndole para crear en el futuro una pequeña sociedad de mercenarios como las que podían encontrarse en las grandes urbes. Rockatanski parecía interesado en las posibilidades que le narraba el norlandés y así se lo hizo saber, con un escueto -de acuerdo-. Fue suficiente para que Gotthold le tomara del brazo y le llevara hasta un sastre de donde salieron ataviados con un inmenso sombrero de ala ancha rematado con una pluma a juego con un manto y un pañuelo verde.  Con esa indumentaria, también obtuvieron como prenda un gutural vocablo khazalid, cuando el enano les vio llegar a la taberna donde les esperaba tomando una aguada cerveza humana.
Se dirigieron a los aledaños de la forja de Dalbram Fellhammer, donde encontraron una nueva casa que alquilar. Barak deseaba poder volver a trabajar metales y quería que el nuevo hogar fuese cercano a la forja. Cerró el trato con el propietario, y tras firmar un par de documentos también apalabraron la contratación de un sirviente, que la tendría acondicionada en un par de días.
En el trayecto de regreso volvieron a observar al esquivo skaven encaramado en lo alto de un edificio, pero como en ocasiones anteriores, al fijar la vista en él, desapareció sin dejar rastro.
Estaban comentándolo cuando unos gritos agudos les sobresaltaron.
-papá, papá-, vociferaba un niño de unos seis años que se agarraba a la pernera del mercenario. Éste le  apartó de un empujón al tiempo que llevaba la mano al monedero. Aun estaba allí.
-¿Qué dices niño?-, increpó.
-Eres mi papá. Eres papá Gotthold. Mamá me lo contó antes de morir. Te conoció en el lejano norte, en Norland-. Ante esta explicación los tres dirigieron su mirada alrededor, buscando a quién podía estar implicado en la escenita. -Llévame a casa papá-, continuó.
-De acuerdo pequeño, acompáñame- Dijo el mercenario tras intercambiar unas breves palabras con sus compañeros al tiempo que le despeinaba un poco los sucios cabellos. Caminaron unos pocos metros, alejándose de los curiosos que observaron la escena. Al entrar en un estrecho callejón, Gotthold cogió al pequeño del cuello y apretó firmemente hasta que la cara del pequeño se puso violácea.
-¿Quién te envía?- fue la breve pregunta.
Cuando se repuso del ataque de tos posterior a que sus pulmones volviesen a tener aire, el joven charrán, después de suplicar por su vida, respondió de manera entrecortada que un señor le pagaba dos chelines por seguirles y que llevaba varios días haciéndolo. Con una indicación del mercenario, les guió hasta el lugar donde se encontraba con él. Para su sorpresa, el joven pícaro les condujo hasta el Árbol Verde, la posada frecuentada por los Lugus. Entraron los cuatro decididos a enfrentar la situación por las bravas, al tiempo que el chaval palidecía al no reconocer a su patrón entre la clientela. El posadero, a cambio de unos chelines les confirmó que el niño había frecuentado su establecimiento durante unos días, encontrándose con Orton Lugus, al que ya creía fuera de la ciudad.


Thomas llegó a la casa acompañado de una bella mujer vestida con cuero negro, tan ajustado a su espléndida y fibrosa figura, que dejaba poco a la imaginación. La puerta estaba abierta, cosa que extrañó sobremanera al ratero. Mientras miraba por una ventana llegaron Barak, Rokatanski y Gotthold.
-¡Hoooola Thomas!-- dijo el mercenario clavando su mirada en los exuberantes senos que amenazaban con salirse del escote de la acompañante del ladronzuelo.
-Compañeros os presento a Kaelin Dirge-,  intervino Thomas, colocándose junto a la mujer. -Mi guardaespaldas-, añadió a modo explicativo.
 -Encantado de conocerte, preciosa-, contestó Gotthold con una sonrisa lasciva.
-¿Qué diantres hacéis en la puerta?- gruñó Barack.
 -Acabamos de llegar y la hemos encontrado abierta. Por la ventana no he visto a nadie-. Contestó Thomas.
-Ha sido burdamente forzada-, intervino Kaelin señalando la cerradura.
-¿Cómo?- se extrañó Gotthold que acto seguido sacó su pico y entró. El interior de la vivienda estaba todo revuelto y esparcido por el suelo. A simple vista no echaron en falta más que unas cuantas monedas.
-Parece obra de vulgares rateros-, comentó Kaelin tras echar un vistazo.
Cuando llegaron Eddrick y Kiefer, se pusieron al corriente de los pocos avances que habían realizado tanto unos como otros. Todos estuvieron de acuerdo en que sería necesario encontrar otra casa, el actual paradero parecía de dominio público, aunque eso sería mañana. Antes de dormir, cuando  Kiefer se disponía a realizar sus plegarias nocturnas, Eddrick le pidió que le instruyera en el camino de Ulric, a lo que el sacerdote accedió con mucho agrado.

Como Tobías no se encontraba en la casa y no había nada preparado para cenar, ogro, enano y norlandes se dirigieron a una posada cercana donde comer algo. Estando allí sentados escucharon comentar sobre el robo cometido en su casa. Tras invitar a una ronda a los parroquianos se sentaron junto a ellos para hablar con más calma sobre lo sucedido. Averiguaron que había habido bastante follón, al punto que tuvo que acudir la guardia. Consiguieron la descripción de los asaltantes. Un enano que le faltaba una mano y un nórdico rubio, feo y con un parche en el ojo. Barak y Gotthold se miraron unos instantes, pudiendo reconocerse al tiempo que cuestionaban la veracidad de la información.
-¿Tú los viste? ¿No te referirás a un enano como yo y a un humano como éste, no?- cuestionó Barak.
-No, no señor. Les vi con mis ojos. El humano era bastante más feo y tenía la nariz partida-. Un poco más convencidos se dirigieron a casa para descansar.



      Marktag

      A primera hora, alguien tocó a la puerta mientras desayunaban. Gotthold, como de costumbre, abrió la puerta y un mensajero le entregó una carta. Tras echarle un vistazo despectivo, el mercenario se la dio a Kiefer, que se había levantado a ver quién era.
     Era una misiva sellada del colegio teológico de Altdorf, en su interior había un mensaje para ellos y un sobre lacrado. La nota era de Albrecht Zweinstein, donde informaba a los aventureros de que un tal Dieter Klemperer, magister del colegio celestial,  les ayudaría a encontrar la daga de Yul K’chaum. Por el momento él no había encontrado nada, pero les comunicaba que seguiría indagando. El sobre lacrado debían entregárselo al magister en persona.


     La residencia particular de Klemperer estaba situada en la zona noble de la ciudad. Era un pequeño palacete con jardín amurallado. Un torreón con la bóveda acristalada dominaba la construcción. Fueron atendidos por su ayuda de cámara quien les obsequió con un refrigerio y unos saladitos mientras aguardaban a ser recibidos. Gotthold no dudó en llenarse los bolsillos de tan deliciosos bocados que nunca antes había probado. Tras una breve espera, fueron conducidos al despacho del magister que aguardaba tras un rico escritorio de madera noble. Por la sala observaron desplegados lo que parecían mapas del cielo nocturno y diversos instrumentos formados por extrañas lentes que no supieron identificar.
-Os estaba esperando-, les anunció. Era un humano alto, delgado y bastante longevo, de unos sesenta años calcularon. El pelo largo y canoso, caía sobre una túnica azulada adornada con estrellas  y cuerpos celestiales.
-Nos envía Zweinstein.- dijo Kiefer mientras le tendía la carta que les había dado el teólogo.
Tras presentarse, Kiefer le entregó la carta lacrada. Tras leerla guardó silencio unos instantes antes de hablar.
-Así que buscáis la daga de Yul K’chaum. Lamento informaros que no podré ayudaros tanto como esperáis, pues ni yo mismo puedo localizarla en este momento-. Al ver la expresión de frustración en sus rostros continuó. -Lo que sí puedo hacer en este momento es poneros en contacto con una persona muy bien relacionada que si os será de utilidad. A partir de él podréis relacionaros con otras personas que quizás si sepan el paradero del objeto maldito. La persona de la que os hablo responde al nombre de Lord Frederick. Es un noble bastante acaudalado y jovial, aunque algo extravagante y como he dicho, muy bien relacionado. Como dato interesante os diré que es un apasionado y coleccionista de la cultura tileana y que le encanta escuchar aventuras sobre héroes y batallas  contra el caos. Decidle que vais de mi parte y seréis bien recibidos. Por mi parte poco más puedo hacer por vosotros en este momento. Sólo deciros que continuaré investigando-.
 Antes de marchar Kiefer le contó que el difunto padre Odo le había hablado de un hechicero celestial capaz de destruir el cráneo maldito. -¿Es usted esa persona?-
-Podría ser, pero no-, fue la respuesta que obtuvo.

La  casa de lord Frederick se encontraba cerca del palacio imperial y era una opulenta finca amurallada. En el interior pululaban criados ataviados con una librea verde y oro, bajo un escudo familiar que aglutinaba unas treinta casas heráldicas. Uno de los criados informó a una ayuda de cámara de la llegada del extraño grupo y la recomendación que les precedía. Tras realizar unas consultas, les acompañó al interior de la lujosa vivienda. Ricos tapices, esculturas, armaduras e innumerables obras de arte pasaban ante sus ojos mientras se dirigían a entrevistarse con Lord Frederick. Éste era un hombre de mediana edad de aspecto bonachón y por su aspecto no se privaba de nada, como podía apreciarse por su orondo torso. Los ojos de Thomas brillaron al observar el magnífico zafiro pálido que lucía en uno de sus dedos. Era una persona cercana y jovial, que tras las debidas presentaciones les invitó a tomar asiento en unos confortables butacones al tiempo que eran atendidos por sus sirvientes. Cuando les dejaron a solas abandonaron la cháchara formal y le hablaron sin tapujos sobre el asunto que les ocupaba. Eddrick también le mostró la marca en el dorso de su mano. Quedó el noble impresionado por los hechos y relatos que escuchó.
-Ojalá pudiera ayudaros yo mismo en vuestra lucha contra el caos, sin embargo creo que no sería más que una carga- dijo mientras se acariciaba la barriga. -No obstante, soy una persona bien relacionada y quizás alguno de mis contactos, con mi recomendación  claro está, pueda ayudaros.- Tras llenarse la boca con un aperitivo que había dejado un sirviente continuó. -Maximiliam Saer es un rico comerciante que quizás sepa algo de objetos extravagantes como el que buscáis. Es una persona muy elegante, hasta el punto de llegar a ser puntilloso con la apariencia. Tenedlo presente cuando le visitéis.- Hizo una pausa para beber un poco de vino. -Johan Schmidt es un noble con espíritu inquieto que suele juntarse con personas de vuestro talante, llamémosles aventureros. Quizás por sus experiencias y peripecias tenga algún tipo de información. Además estaría encantado de unirse a vosotros en vuestras andanzas. Otro punto de encuentro interesante podría ser el club la Gorgona. Es bastante exclusivo y para acceder allí debería acompañaros yo mismo, pero es frecuentado por personas muy interesantes que se mueven en círculos poco accesibles.- Apuró la copa de vino y añadió. -Ahora es todo en lo que os puedo ayudar. Meditaré sobre qué personas os podrían ser de utilidad y yo mismo estaré atento a lo que pueda averigua.-
-¿Conoces a un enano y un nórdico con un parche en el ojo?- preguntó Gotthold sin formalismos.
-Bueno los enanos se parecen todos mucho, según mi pobre apreciación- comentó algo molesto por los malos modos del norlandés. -Sin embargo, a esa extraña pareja la he visto alguna vez en un local donde se realizan peleas de gallos. Su nombre no es demasiado original, El pozo del Gallo. Está abierto casi todo el día. Quizás tengáis suerte.-  Y con una sonrisa y los ojos vívidos preguntó. -Y ahora, si no hay más preguntas, ¿tendrían la amabilidad de contadme alguna de vuestras aventuras? Por favor.-
Gotthold se adelantó al resto y le relató como él acompañado tan solo de un puñado de hombres había derrotado al temido capitán Sargasos en Sartosa, más allá de las fronteras del Imperio. Lord Frederick no dejaba de asentir ansioso, disfrutando como un niño por la invención del mercenario, ante la incredulidad del resto de compañeros del mercenario.

Agradecidos abandonaron la mansión y se dirigieron al Pozo del Gallo. El trayecto les condujo hasta un mercado abarrotado por criados, cocineros y amas de casa mayoritariamente. Al pasar junto a un puesto de carne, un tendero cogió una pata de cordero y la estrelló en el pecho de Thomas. Casi sin tiempo de reaccionar un ama de casa intentó clavarle un pequeño cuchillo a su guardaespaldas. Pocos segundos después todos se vieron rodeados de una masa que intentaba acabar con ellos utilizando cualquier tipo de utensilio a manera de arma improvisada. Su habilidad era nefasta pero el número parecía no parar de crecer. -Al pozo del gallo, antes de que matemos a nadie-, gritó Eddrick mientras cogía una antorcha y con amplios movimientos intentaba mantener alejada a la turba. Rockatanski bramó atemorizando momentáneamente a sus oponentes. Thomas, escoltado por Kaelin, usaba su palo para intentar mantener a distancia a la enloquecida masa, mientras buscaba un edificio donde poder refugiarse. Gotthold vio el brillo homicida en los ojos de las amas de casa y tras recibir un  tajo en el brazo, no dudó en empuñar su pico y abrirse paso sembrando la calle de cadáveres. Lo mismo hizo Rocatanski tras ser herido en la espalda por una frenética abuela. Kiefer y Barak tuvieron la calma suficiente para intentar buscar la causa de esa demente acometida. Vieron a una figura encapuchada que se desplazaba entre la gente y con sólo tocarles  suavemente provocaba un irrefrenable impulso homicida contra ellos.
El sacerdote rezó una plegaria a Ulric y se dirigió hacia la encapuchada figura esquivando a los pocos que le salían al paso. Cuando se disponía a estamparle su nuevo martillo, la figura se volvió rápidamente tocándole y provocando un cambio en la expresión del sacerdote.
Barak fijó su objetivo y avanzó hacia él con toda la potencia de su peso a manera de ariete, haciendo caso omiso a los golpes que le propinaban. Justo antes de alcanzarlo y para su sorpresa, recibió el tremendo impacto del martillo a dos manos de su compañero Kiefer. El fuerte golpe le trastabilló, pero no le impidió alcanzar su objetivo. Éste cayó desplomado al partirle el espinazo el brutal martillazo del enano. Barak se incorporó rápidamente para ver como el ulricano se abalanzaba hacia él con funestas intenciones con el gran martillo alzado sobre su cabeza. Para su fortuna, el golpe erró en el suelo.
-Kiefer… ¿qué demonios haces?- acertó a gritarle antes de golpearle con el martillo en la frente del sacerdote, aturdiéndole.
Gotthold  llegó en auxilio de su patrón justo en ese momento. Con un ojo en Kiefer, guardó la espalda del enano para que pudiera observar al encapuchado. Por su tamaño no sería más que un niño. Al retirarle la capucha pudieron observar asqueados que su cuero cabelludo no estaba cubierto de pelo si no por gusanos que crecían y caían sin parar. Era un niño mutante.
La muchedumbre no cesaba en su ataque y después de unos gritos consiguieron reunirse todos para marchar  y evitar un mayor derramamiento de sangre. Kiefer había vuelto en sí. Avergonzado y malherido se disculpó ante el enano mientras se alejaban de allí. Eddrick aguardó un poco a que llegara la guardia y les relató lo sucedido ocasionado por el mutante que yacía allí.


En el Pozo del Gallo no encontraron al enano y su tuerto acompañante, aunque descubrieron quienes eran y donde podrían encontrarles. La posada el Tonel Roto sería su siguiente destino, pues era donde Nargond y Teemu gastaban sus ingresos.
La posada era bastante humilde. La puerta de acceso daba paso a una amplia sala con dos chimeneas, donde los parroquianos pertenecientes a clases bajas se reunían para beber alrededor de enormes toneles. La mirada de desconfianza se posó en el grupo, que no tardó en encontrar a sus objetivos sentados en una esquina del establecimiento. Barak se acercó con paso decidido hacia la mesa baja a la que se sentó. Con un primer vistazo, vio que el alcohol ya había hecho mella en la pareja.
-Hola, dijo mientras colocaba el martillo sobre la mesa. Será mejor que no hagáis tonterías y me respondáis-, dijo mirando hacia atrás señalando a los compañeros que les observaban a escasos metros. -¿Qué trabajo hicisteis ayer?-
Antes de poder continuar, Teemu, el nórdico, empujó de un puntapié la mesa tirando a Barak al suelo. La ira del enano era brutal. Se incorporó hecho una furia, al tiempo que sus compañeros equipaban las armas disuadiendo cualquier amago de los parroquianos.
-Tranquilos-, dijo Nargond. Teemu esquivó el primer golpe del enano, pero el siguiente le acertó en el estómago haciendo que se doblara sobre sí mismo y provocándole una falta temporal de aire en los pulmones.
-Ya estoy más tranquilo. ¿Vamos a hablar ahora?-. Preguntó Barack mientras recogía el taburete y volvía a sentarse, haciéndole señas al camarero para que llenase.
-Joder, no sabes aguantar una broma- comentó el enano.
Tras un par de cervezas confirmaron que habían sido ellos los del asalto a la casa, pero que sólo formaban parte para crear una distracción en la calle. El golpe lo había dado Solveig Thundrum y suponían que buscaba algo en particular en la casa. Podrían localizarla en el pozo del Gallo. Una cicatriz en la cara la identificaba fácilmente.



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